Cuando Mario Draghi presentó su informe en Bruselas el 9 de septiembre la idea era mejorar la competitividad europea, pero se le olvidó insistir en la necesidad de, mientras tanto, seguir creciendo. En 2024 el PIB de la eurozona aumentará apenas un 0,8%, una cifra que palidece frente al 2,8 estadounidense. Lo más grave es que este mal comportamiento de la eurozona se debe a la debilidad de las principales economías: Alemania, que no crecerá en 2024; Italia, que solo lo hará un 0,7%; Francia, cuyo PIB aumentará apenas un 1,1%; o Países Bajos, con un crecimiento del 0,6%. Tan solo se salva España, con un envidiable 2,1%.
De Alemania ya hablamos el otro día. Su grave declive industrial se debe a al menos cuatro elementos: la apuesta equivocada de sus líderes políticos al promover una estrecha relación de la industria alemana con China, como proveedora de inputs y minerales esenciales, y con Rusia, como suministradora de gas; la mala gestión empresarial, con los escándalos de las emisiones de Volkswagen o el contable de Wirecard o malas decisiones estratégicas como la apuesta por el vehículo híbrido cuando ya estaba claro que el futuro del mercado del automóvil era eléctrico; la falta de inversión, limitada por el lado público por el freno constitucional a la deuda; y el pesado marco regulatorio y fiscal, que perjudica la competitividad. Las elecciones del 23 de febrero añaden incertidumbre a la ecuación, ya que un gobierno débil o un bloqueo político impedirían acometer la necesaria y urgente reestructuración de la economía alemana.
Francia, por su parte, tiene un serio problema presupuestario, con un déficit que rebasará el 6% en 2024 y se situará como el más alto de la Unión Europea y una deuda pública que supera el 110% del PIB, lo que, unido al débil crecimiento, plantea serios problemas de sostenibilidad. La prima de riesgo francesa está ya en torno a los 80 puntos básicos, una cifra no exagerada, pero que no se ve desde la crisis financiera. Por otro lado, conviene recordar que Francia está sujeta desde julio de 2024 a un Procedimiento de Déficit Excesivo, en el marco de las nuevas reglas fiscales europeas, lo que obligaría a tomar duras medidas presupuestarias, algo que no parece fácil en el actual contexto político, tras la caída del gobierno de Michel Barnier y su sustitución por François Bayrou, con un presidente Macron más débil que nunca.
En cuanto a Italia, su fragilidad es aún más estructural. Para 2024 se prevé un déficit del 4% y una deuda pública del 137%, pero lo verdaderamente grave es que el crecimiento medio del PIB de Italia en la última década ha sido de apenas un 0.8%, fruto de una baja productividad (por la débil inversión, limitada por la escasa capacidad fiscal, y la pesada regulación y fiscalidad) y una reducción de la población de más de 1.3 millones de personas (por la baja fertilidad, la escasa participación femenina en el mercado de trabajo y la emigración anual de más de 100.000 italianos).
Aún persisten algunos elementos negativos en la economía española como la baja productividad, la reducida inversión y la ausencia de reformas estructurales en ámbitos tan importantes como el fiscal
¿Cabría pensar entonces que el crecimiento de España es un ejemplo de solidez económica y financiera? No tan deprisa. Aunque resulta evidente que hay factores sobresalientes de la economía española, como el extraordinario comportamiento del sector exterior (especialmente en servicios no turísticos), una gran parte del crecimiento español se explica por el fuerte incremento reciente de la población. Por desgracia, aún persisten algunos elementos negativos en la economía española como la baja productividad, la reducida inversión y la ausencia de reformas estructurales en ámbitos tan importantes como el fiscal. En un contexto de incertidumbre comercial como el actual, conviene ser prudentes y estar preparados para posibles sobresaltos.
En este contexto, hay que aprovechar cualquier oportunidad para aumentar el tamaño del mercado y generar oportunidades de negocio. Por eso no se entiende el rechazo de algunos países al Acuerdo UE-Mercosur (más allá de la sempiterna oposición francesa), una de las pocas buenas noticias económicas y geopolíticas de los últimos años.
Con una población envejecida y declinante, a Europa no le queda más remedio que apostar por aumentar su productividad para seguir creciendo, y eso requiere ambición para profundizar en el mercado único, incluidos los mercados de capitales, simplificar la carga regulatoria y seguir abriéndose al exterior. Con la locomotora alemana averiada y sin alternativas potentes, pensar que los problemas de Europa se van a solucionar sin aunar fuerzas no deja de ser una idea peligro
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