La política, como cualquier otra cosa que se fundamente en el consumo fugaz y olvidadizo, trajo hace algunos años el imperativo de hacer primarias a la hora de elaborar las listas. Era la última moda, aseguraban aquellos que venían delos EEUU después de estudiar al Partido Demócrata gracias a una Beca Marshall. Sin primarias no hay democracia, decían los profetas de la nueva política que, como es público y notorio, ha quedado arrinconada por la escoba de la praxis. Porque Milwaukee no es Sabadell ni en Fuenlabrada quieren regirse por los caucus. Pero, así y todo, los partidos españoles se lo tomaron en serio y empezaron a hacer primarias. Porque, según rezaban los oráculos, había que ser transparente. Las bases deciden, decía uno. Los militantes tienen la última palabra, vociferaba otro. ¿Qué ha quedado de aquel espectáculo de fuegos artificiales? Nada, como ha pasado con el resto de inventos pergeñados por los anti casta, que han resultado más casta que aquellos a quienes criticaban.
Seamos sinceros, un partido político no es más que una organización creada en defensa de ciertos intereses. En unos casos serán admirables y en otros, no. Pero esa organización no puede ser nada más que una estructura piramidal que funcione de arriba hacia abajo. Eso requiere un liderazgo firme y sólido, unos buenos cuadros intermedios capaces de ejecutar la acción política interna y una militancia dispuesta. Pero cuidado, dispuesta a acatar, no a elucubrar por su cuenta. Sonará cínico, pero no existe ni puede existir ninguna formación política que surja de la asamblea o de la Revuelta de la Fronda. Y quien lo diga, miente, como mienten los cupaires, por vía de ejemplo, con aquellas asambleas en las que, ¡oh milagro!, acababan empatados en votos.
Las bases deciden, decía uno. Los militantes tienen la última palabra, vociferaba otro. ¿Qué ha quedado de aquel espectáculo de fuegos artificiales?
De ahí que el tinglado power flower haya acabado desplomándose. Ni los afiliados tienen ganas de nada que no sea hacerse una foto con su líder y, si pudiera ser, obtener un carguito, ni hay que pedirles más. Cuando en el PSC alguien se sacó de la manga un “Plan para la dinamización de las agrupaciones” a servidor le entró la risa. Porque si algo no precisaban las agrupaciones era dinamizarse. Bastante lo estaban entre rencillas personales, discrepancias con los cargos públicos adscritos a ellas, los codazos para estar en las listas, ser contratado como asesor e, inevitablemente, los líos de cama, como es lógico y normal en cualquier organización.
Traducido al román paladino, lo que se pretendía era “entretener” a los militantes para que no diesen mucho por saco. Daba igual que fueras a impartirles un curso de oratoria que uno de historia del socialismo porque, al final, la pregunta era ineludible: “Bueno, ¿qué hay de lo mío?”. Cuando las primarias se pusieron de moda, servidor hacía tiempo que se había alejado de los pastos sociatas, pero me imagino que se organizaron de manera eficaz desde la secretaria de organización. El método de la escaleta y que salga el que a la dirección del partido le parezca más conveniente. Claro que a veces la cosa se puede escapar y salirte la lista por peteneras, pero créanme que en los dos grandes partidos nacionales hoy por hoy es muy difícil que tal cosa suceda. Y como quien tiene hambre corre detrás del panadero, en estas generales no hay ni primarias ni perrito que les ladre. Va quien va y hasta aquí puedo leer. Yo lo agradezco de todo corazón porque si algo que me pone de los nervios es fingir que existe una democracia que es totalmente falsa. Prefiero un partido serio que uno hipócrita, aunque este segundo me prometa que tendré voz y voto. Casi ná. Ay, almas de cántaro, en política pasa como cuando vas al banco a pedir algo. El resultado nunca depende de ti.
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