Sutil estrategia la del President, deglutiendo en Instagram un bocadillo. Súmese a ella ejercer como guía turístico de Palau al sano pueblo catalán, niños incluidos. Pura campechanía, puro trato franco y directo. Volvemos al Pujol de los mejores tiempos.
El President es como nosotros
Cuando afirmo que Quim Torra no es un tonto a las tres lo hago con conocimiento de causa. No es el pueblerino Puigdemont, al que, pobret, se le nota el pelo de la dehesa a leguas, ni tampoco es el presumido príncipe de Schreck que encarna Artur Mas. Torra, leído, listo, sagaz – y por ello mil veces más peligroso que los anteriormente mentados – ha sabido recoger el testigo del mejor populista que ha visto el país jamás. Me refiero a Pujol padre, que supo meterse en el bolsillo por igual a los burgueses de Sarrià Sant Gervasi que a los obreros castellano parlantes sin el menor atisbo de manía catalanista. Nadie como aquel Pujol para manipular a la masa. Un auténtico encantador de serpientes. Recuerdo, por vía de ejemplo, cierta ocasión en la que visitaba Santa Coloma en las épocas en que Manuela de Madre era la alcaldesa socialista de la localidad. Un grupo de vecinos cabreados le apedrearon el coche oficial. ¿Qué hizo Pujol? Ordenó al chófer que se detuviera, se bajó solo, sin escolta, y se encaró con la multitud. ¿Para dialogar amablemente, para apelar a su civismo, para pedir humildemente que cejaran en su actitud? No, padre. Les pegó un chorreo de no te menees. Como suena. El marido de la Madre Superiora acabó por hacer enmudecer a los que, tan solo instantes atrás, querían abrirle la cabeza. Visiblemente cabreado – fui testigo y puedo afirmarlo – les gritó a cara de perro “¡A mí, a Jordi Pujol, podéis tirarme las piedras que queráis, pero al President de la Generalitat, jamás! ¿Me oís? ¡Jamás! ¿Qué os habéis creído? Porque hoy el President soy yo, pero mañana podéis serlo uno de vosotros, un familiar vuestro, imaginaos, ¡uno de vuestros hijos, uno de vuestros nietos! ¿Es eso lo que queréis para Cataluña? A la persona, hacedle lo que sea, pero a la institución, no. Y yo, ahora, represento a la institución”. Ni que decir tiene que la gente se apartó pidiendo perdón y bajando la cabeza ante un Pujol que, a renglón seguido, sacó una libreta y les preguntó que a ver qué pasaba, que por qué estaban tan enfadados, apuntando quejas, nombres, teléfonos. Para cuando se fue, aquella gente se había convertido al pujolismo. Ese es el Pujol que copia Torra pe por pa, poniendo el acento en sonreír y hacer ver que conoce a todo el mundo. “El President tiene una memoria fotográfica”, empiezan a decir de Torra, igual que se decía en tiempos de Pujol.
Torra, leído, listo, sagaz, ha sabido recoger el testigo del mejor populista que ha visto el país jamás
Pujol bebía en porrón, comía calçots, monologaba igual en un concierto de Los Chichos que en una universidad alemana, departía del mismo modo con grandes empresarios que con líderes sindicales, y todo con el mismo autosuficiente paternalismo, con la misma desenvoltura. Tocaba todas las cuerdas inteligentemente, explotando su carisma y haciendo sentir al otro importante cuando convenía, insignificante cuando tocaba, porque sabía que la vanidad humana es ilimitada y la estupidez, más. Nada halaga más al ego que ver como quien está arriba se parece a ti. “El President es uno de nosotros”, decían algunos en Twitter comentando la foto de Torra. No le han llamado campechano por aquello del Borbón, pero casi. Su público, básicamente neoconvergente, se extasía ante estas cosas, tal es su puerilidad. Los hijos de aquellos que babeaban ante la Ferrusola comiendo un donut en una cafetería – “Mira, mira la Marta, que sencilla es” – lo hacen ahora con Torra y su bocadillo. Y es que a Torra se le da bien hablar con la gente, de manera llana, un poco a la pagesa, con ese gesto de profesor tímido, de vecino de al lado de casa, de señor un poco despistado, pero inteligentísimo. Los suyos, claro, caen de cuatro patas en el embeleso. Es uno de los suyos.
En la Generalitat hay demasiados Reyes Católicos
Eso dijo el President en una visita que cursó a un grupo de personas en el Palau. Se refería a las pinturas que decoran el Salón Sant Jordi, la sala más importante del viejo edificio de la Generalitat. “Este Salón no me gusta por sus pinturas. Se ve un historia de Cataluña un poco extraña, ¿no? Porque solo vemos a los Reyes Católicos, la batalla de Lepanto, en fin, está la Virgen de Montserrat, pero, vamos, Reyes Católicos por aquí y por allá. Alguna cosa rara ha pasado”. Ni que decir tiene que el grupo de personas que iban con él estalló en risas, especialmente los críos. Al fin y al cabo, eso es lo mismo que están acostumbrados a escuchar en sus escuelas a diario. Existe una Cataluña escondida por la infame España, con una historia heroica, magnífica, apoteósica, y ahora es el momento de descubrirla.
Todo ello dicho con la proximidad de un viejo amigo, de un profesor muy querido, de alguien que, pudiendo ser hierático e inaccesible, se muestra cariñoso, sabio, rebosante de ganas de ayudarte. Esa es la imagen perfecta para colocar el discurso de la mendacidad histórica más absoluta, mendacidad que le permitió decir en otro momento de la visita guiada “Ya veis, el 155, Primo de Rivera, Franco…” Terrible. Equiparar el franquismo o la dictadura de Don Miguel con el 155, un artículo perfectamente democrático, votado democráticamente en sede parlamentaria en un estado plenamente democrático, es una perversión abominable, ya no jurídica, histórica o política, sino moral. Pero a Torra le da igual mientras le compren el producto.
Que los métodos de Torra surten efecto lo demuestra el hecho de que, al final de la visita, los asistentes se mostraron encantados, momento en el que el President aprovechó para largar el mitin final. “Europa nos ayudará cuando hagamos lo que tenemos que hacer, ¿de acuerdo? Y eso no es más que hacer lo que no se hizo el 27 de octubre, defender la república. Pero lo hemos de hacer todos y no solo hoy sino siempre”. Que la gente se trague esa sarta de mentiras da buena prueba de que el separatismo es algo más que un movimiento político. Se ha transmutado en una secta, en una religión que no admite más que el dogma, porque las palabras de Torra no resisten el menor análisis lógico. De entrada, ningún país en Europa ayudó al golpe de estado ni reconoció a la república catalana, y fue Puigdemont quien proclamó y “desproclamó” la república, o sea que la culpa de su fugacidad recae en el cesado y en nadie más. Pero esa afabilidad, esas manos estrechadas con fuerza, esos abrazos de oso con palmada en la espalda incluida, hacen que incluso los separatistas más reticentes se ablanden ante este hombre.
Ahí tienen a Torra, el que le está quitando el sitio, ya no al fugado, que está más acabado que las maracas de Machín, sino incluso a Junqueras y al resto de presos. Torra se camela a los CDR, que lo ven como a uno de los suyos; se camela a Iceta y a un PSC que va loco por chupar del bote; se camela por igual a los sectores moderados del PDeCAT que a los de la Crida Puigdemontiana. Para todos tiene una palabra amable, un gesto cariñoso, un guiño de complicidad. Es tan bon xicot, dicen, es tan leído, es tan buena persona.
Cuidado con el campechano separatista. Es una planta que, de arraigar, dura, como poco, cuarenta años. A Pujol nos remitimos, que, si no fuera por las herencias del abuelo Fulgenci, los misales de la Marta y los chanchullos de los hijos, aún estaría ahí. Poca broma.
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