El año 2007 es el último del que los españoles guardamos buen recuerdo económico. Desde entonces, las cosas no nos han ido bien. Ni siquiera podemos decir que hasta 2019 fueron bien y que luego se torcieron. Ya saben: la pandemia, la guerra de Ucrania… En los doce años que van de 2007 a 2019 nuestro PIB creció en términos nominales (sin descontar inflación) un 15,8%, nuestra inflación acumulada fue de un 15,2% y nuestra renta per cápita se incrementó en un 11,2%. En resumen: los españoles individualmente éramos al final de este periodo (2007-2019) un 4% más pobre en términos reales, porque casi no crecíamos en dichos términos mientras la población lo hacía en algo más de un 4%.
Si alargamos el plazo y añadimos los tres últimos años, en los que España muestra la peor ejecutoria económica de la Unión Europea y es el único país que no ha recuperado los datos de producción real de 2019 que, en nuestro caso, ya eran malos, nos encontramos con una pérdida, un empobrecimiento, del 9,1% en la renta per cápita real en los últimos quince años.
Nos hemos dedicado durante esos quince últimos años a hablar de las necesarias reformas estructurales que nunca se acometen y todas nuestras políticas públicas se han resumido en aumentar la deuda pública en más de 1,1 billón de euros, pasando así del 35,8% al 115,6% del PIB, y el gasto público, que crecía casi en un 50% (ojo: el PIB lo hacía en un 24% en igual periodo).
Ni siquiera la lucha contra la desigualdad, de la que tanto han presumido todos nuestros gobiernos y en nombre de la cual tanto se ha gastado, ha sido fructífera
Los bajos tipos de interés de los que hemos disfrutado, ya antes de 2019 y aun en términos históricos, no se han aprovechado para reducir el déficit, dado que los pagos por intereses no eran altos, sino para aumentarlo porque endeudarse era barato. Así, las reformas que nunca llegan podían esperar. Ni siquiera la lucha contra la desigualdad, de la que tanto han presumido todos nuestros gobiernos y en nombre de la cual tanto se ha gastado, ha sido fructífera. El Índice de Gini (peor cuanto más alto) con el que se mide la misma pasó de 2007 a 2021 del 0,319 al 0,330 (oscila entre 0 y 1). Más gasto público, más deuda pública, más pobreza y más desigualdad: quince años de economía española. No parece un buen resumen cuando la actuación pública, en mucho, se ha justificado en una lucha contra la desigualdad y la pobreza que, claramente, no se ha alcanzado.
Sin embargo, el discurso público seguirá anatematizando cualquier posibilidad de control del gasto porque se mide la bondad de las políticas por el importe de las mismas, en lugar de por sus resultados, y porque las funciones del estado no se consideran limitadas sino omnicomprensivas. Hemos invertido el principio de subsidiariedad y consideramos que lo privado es lo que deja hacer lo público.
Peor aún es haber considerado que los estados tienen, si no un conocimiento ilimitado, al menos sí todo el conocimiento disponible. Un error que hace descargar en ellos la responsabilidad de solucionar todos los problemas y que ellos acogen de buena gana, porque con la responsabilidad se entrega la libertad.
Tal vez, antes que las reformas estructurales, haya que acometer la de definir de nuevo la relación del estado con el individuo. Esta es una de las batallas culturales más importantes que hay que dar.
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