Esta ola actual de populismo, en mi opinión, está generada en el mundo por el aumento de lo que podríamos definir como el “mercantilismo”. El mercantilismo fue y sigue siendo una teoría y una práctica pesimista sobre la economía, la sociedad, y cada uno de los individuos que forman parte de ella.
“América primero”, el lema de Donald Trump, significa mercantilismo. La ofensiva contra los tratados de libre comercio, la guerra con los aranceles, el muro para impedir el paso de emigrantes y de mercancías, la xenofobia como doctrina para movilizar a sus votantes, la mano dura contra los pobres que incomodan, etcétera, son rasgos coherentes con el proyecto mercantilista de Trump.
Un mensaje parecido recibieron los ingleses de sus líderes conservadores y laboristas, incapaces para enfrentarse a las mentiras del populista y eurófobo Nigel Farage, durante aquella campaña del referéndum del Brexit. Cuando Farage amenaza ahora con movilizar al “pueblo inglés contra Europa”, no hay una propuesta solvente para hacer frente a esas patrañas. No basta con votar una vez más, que es el remedio demagógico de los populistas. Gran Bretaña tiene que reformar su orden constitucional, pues después del Brexit está muy deteriorado. Y eso exige grandes acuerdos entre las fuerzas políticas representativas, y un liderazgo del tenor de Disraeli, Gladstone, Churchill o Attlee.
España debe convencer a la Unión Europea para organizar una ayuda internacional a Venezuela y paralelamente forzar la salida de Maduro del poder
Es evidente que, como tantas veces en el pasado, España se sitúa siempre como un alumno destacado en populismo. Sin perder de vista a los independentistas catalanes, esta semana puntuamos con notas altas la barbarie de los taxistas de Madrid y Barcelona, el tratamiento que dan algunos periodistas y medios al llamado rescate del niño caído en un pozo (manipulando la magnífica y solidaria reacción de tanta gente entregada a la operación sólo para aumentar las audiencias y los clics en las noticias en la red) y, finalmente, la respuesta que están dando nuestros responsables políticos a los demócratas venezolanos, que viven horas tan oscuras como decisivas.
El régimen de Chávez y de Maduro es la quintaesencia del populismo. Reúne todas las características de esa forma de gobernar, y por eso sus consecuencias alcanzan el máximo nivel de horror y opresión política. Es falso, de toda falsedad, que las desgracias que sufre el pueblo venezolano son causadas por factores externos, o internacionales. Ahora se echa la culpa a Trump, como hace unos años a Obama. En otras palabras, se echa la culpa al imperialismo norteamericano. Pero todos los análisis rigurosos establecen que fue la política de Chávez con el petróleo la que causó el mayor desastre de un país de los últimos treinta años, y esa comparación incluye los desastres de Cuba y de Rusia cuando cayó la Unión Soviética. Cuando el petróleo fue nacionalizado por el presidente Carlos Andrés Pérez, la empresa “Petróleos de Venezuela” obtenía 3,4 millones de barriles diarios, con una plantilla de 40.000 empleados; pues bien, con Chávez bajó a 2,7 millones, pero con 120.000 empleados, con la particularidad que los técnicos competentes fueron despedidos por motivos políticos. Ahora, con Maduro, produce solo 2 millones, y la petrolera estatal es una especie de empresa que se dedica a abastecer a la población de todo tipo de productos subsidiados.
Habrá que recordar que Chávez perdió un referéndum con el que pretendía el poder absoluto, el 2 de diciembre de 2007. Desde entonces se dedicó a lograrlo por la fuerza, y cuando murió, Maduro, su sucesor y “sacerdote del chavismo”, prosigue en su intento.
Adriana Lastra ha dicho que Errejón tiene un sitio en el PSOE. Como le espetó Ramón Rubial a Txiki Benegas cuando éste último le habló del ingreso de Santiago Carrillo en el PSOE: “Si él entra, yo me voy”
El presidente de la Asamblea, Juan Guaidó Márquez, al jurar el cargo como presidente interino de Venezuela ha abierto una nueva etapa, llena de esperanzas y de riesgos. Aunque Guaidó se ha dirigido a los militares pidiéndoles ayuda para terminar con el chavismo, los altos mandos están corrompidos y son obedientes con el régimen; antes del chavismo había 60 oficiales generales, y ahora son 1.200. El riesgo no está en una guerra civil, sino en una dictadura militar con apoyo de Cuba y de Rusia.
Por lo tanto España debe convencer a la Unión Europea para forjar una ayuda internacional para Venezuela, forzando la salida de Maduro del poder. En lugar de declaraciones electoralistas, los partidos no populistas deben reunirse para apoyar al Gobierno en esa iniciativa europea. Desde luego, los dirigentes de Podemos son incompatibles con esa tarea. Íñigo Errejón, por ejemplo, manifestó en noviembre de 2013 que “Chávez y el chavismo son fuente de pedagogía política”; y en julio de 2016 declaró que “Venezuela es mi patria adoptiva”, y que “En Venezuela hay colas porque tienen más dinero para consumir más”. Íñigo Errejón es el populista más conspicuo de Podemos, así que me ha dejado turulato escuchar a la portavoz del PSOE en el Congreso que Errejón tendría un sitio en el Partido Socialista. Como le dijo Ramón Rubial a Txiki Benegas cuando éste último le habló del ingreso de Santiago Carrillo en el PSOE, “si él entra, yo me voy”.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación