Pues sí, ya me gustaría vivir en un país en el que su Parlamento cambiara después de que sus ciudadanos voten dos veces, como hacen en Francia, una con el corazón, otra con la razón. Ya me gustaría, pero eso les pasa a los franceses, que han parado a la extrema derecha, pero con el dique de la extrema izquierda. ¿El mal menor? Veremos. En Francia hay quien reconoce que Le Pen es tan peligrosa como Melénchon, proteccionista en lo económico y aislacionista en política exterior y seguridad. Aquí, a muchos les salen sarpullidos para decir lo mismo y situar a la izquierda comunista y al nacionalismo recalcitrante en los límites justo donde termina la democracia. Para explicarme tal circunstancia sólo se me ocurre una obviedad: ellos son franceses, nosotros españoles, que es una forma estúpida de hacer bueno aquello de Ortega de que lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa.
Si lo supiéramos ya habríamos parado el espectáculo sinestro de quien después de someter a su partido ha hecho lo propio con el país, y todo ello sin necesidad de ganar unas elecciones. Siempre queda la duda de si los cinco millones de votos inamovibles que el Psoe tiene menguarían si tuviéramos la oportunidad de votar en una segunda vuelta. Corazón primero, razón después. Particularmente creo que esos millones de votos son una roca que nadie puede mover frente a la sociedad montada por Sánchez, su mujer y hermanos. Y menos que nadie, la fuerza de los hechos, que en España están a la altura de la anécdota.
A esos cinco millones de votantes sanchistas les debe dar igual el espectáculo de una esposa imputada por corrupción y tráfico de incidencias. Y el menos edificante de su llegada al juzgado en el que le esperaba el juez que quiere saber cómo sin pisar un aula universitaria se ha hecho con una catedra en la muy sobrepasada Universidad Complutense. Cátedra Extraordinaria para la Transformación Digital y Competitiva, se llama la cosa. Sucede con esta denominación lo mismo que en las cartas de los restaurantes, que gastan dos o tres líneas para explicarte qué vas a comer huevos fritos con patatas: prepara la cartera. Cuando hay que recurrir a tanta chatarra semántica para nombrar a una catedra hemos de sospechar enseguida: el gato empieza a estar cerca de la liebre.
Hace unos meses participé en una campaña que el actual rector puso en marcha para levantar el prestigio y reputación de esta Universidad. En algunos videos salíamos algunos y algunas que hicimos nuestras carreras en la Complutense. Aparecíamos sonrientes, reafirmando ante la cámara el orgullo de pertenencia a ese centro: Yo soy complutense, teníamos que decir para terminar nuestra intervención. Colaboré porque quise, porque me lo pidió un amigo y porque siempre guarda uno los mejores recuerdos de una época a la que ya no querría volver. Hoy, claro está, después de saber cómo Joaquín Goyache defiende su cargo, no hubiera participado en esa campaña que pretendía sacar a la Complu de su crisis reputacional.
No es Goyeche el burlado, es la Universidad Complutense, y por eso cabe preguntarse si esto hubiera sucedido con los rectores de la Carlos III o la Pompeu Fabra
Todo lo que toca el poder sanchista termina siendo tóxico, pero, claro está, para que sea así hace falta que alguien se deje y permita que se abran paso los que gustan del atajo. ¡Pobre rector Goyache en sus peores momentos! Es estremecedor saber que le llamó una ayudante de la señora Gómez, que fue a verla a la Moncloa sin saber a qué iba. Es desesperante saber que allí, cuando se enteró de que lo que pretendía la señora era sacar adelante un negociete privado, no tuviera arrojo, fuerza, voluntad, inteligencia y dignidad suficiente para levantarse y decirle a su interlocutora que llamara a otro. Que no estaba el rector para atender las cuitas de una particular.
Goyache sabe que su nombre y apellidos están por debajo del cargo. No es él el burlado, es la Universidad Complutense, y por eso cabe preguntarse si esto hubiera sucedido con los rectores de la Carlos III o la Pompeu Fabra. Cuando llamaron de la Moncloa, ¿tuvo miedo de decirle a su comunicante que si Begoña Gómez quería verlo él tenía un despacho en la avenida de Séneca número 2 de Madrid? Oportunidad perdida. Regalar una cátedra sin ser licenciada es algo que cuesta entender. Resulta imposible explicarlo como no sea tirando de los resortes de la cacicada y la infame sumisión de un rector a la voluntad de una señora sin méritos.
Que en la Complutense nadie se la exija a su rector después del golpe reputacional a la institución, da una justa idea de como el desinterés y la indiferencia nos ha atrapado
La Complutense tiene 54 cátedras, sólo una persona goza de una excepcionalidad que como casi siempre resulta caprichosa. Sólo en una hay alguien al frente sin ser licenciada: la señora del presidente. ¿Cómo ha llegado Begoña Gómez a la cátedra sin pasar por la Universidad? Pues de la misma manera que llegó Joaquín Miranda, el banderillero de Belmonte, a gobernador civil de Huelva: degenerando. Así llegó el rehiletero a primera autoridad provincial. Que el poder político degenere es algo que ya conocemos. Que lo haga la Universidad pública sólo reafirma la idea de que es difícil encontrar algo en España que pase la prueba de la trasparencia y el rigor. La relación del matrimonio con el mundo universitario es bien extraña: él copió buena parte de su tesis doctoral, ella dispone de una cátedra sin ser universitaria. ¡Cómo para no creer en las apariciones de la Virgen!
Que Núñez Feijóo pida la dimisión de Sánchez es lo que toca. Que en la Complutense nadie se la exija a su rector después del golpe reputacional a la institución, da una justa idea de como el desinterés y la indiferencia nos ha atrapado. El lema de la Universidad que ha colocado en una cátedra a la esposa del presidente es Libertas prefundet omnia luce. Para que nos entendamos: La libertad ilumina todas las cosas. Sean educados, mejor una piadosa sonrisa que una sonora carcajada.
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