Llueve ya sobre charcos tan profundos en los desmanes, abusos y corrupciones del Partido Popular que los descubrimientos judiciales sobre la operación Kitchen suenan a un lejano eco de tiempos pasados que apenas afectan. Es como si el cuerpo de la democracia española tuviese un sarpullido nuevo sobre los males que ya le afectan desde hace años y casi siempre con la sede de Génova como epicentro de choriceos, desfases, escuchas, abusos y corruptelas. Lo que pasa es que este último sarpullido, el provocado por la utilización del aparato mismo del Estado para tapar las corruptelas del PP es ya de unas dimensiones siderales.
La operación Kitchen, negada hasta la saciedad por contertulios trasnochados, demuestra lo que para unos estaba claro y para otros es una realidad que se niegan a ver: el PP confunde el Estado con el partido y se siente dueño y señor de sus estructuras. Tanto es así que cuando ellos no gobiernan les resulta una anormalidad democrática. Porque lo normal, lo lógico para este grupo sectario, lo único admisible y que está bien en este país es ser de derechas y que gobierne la derecha. Lo demás es una simple “anormalidad democrática” como definió el también investigado por apropiación indebida Francisco Álvarez Cascos sobre los gobiernos del PSOE.
Pagado con erario público
Si no fuese así, no cabe en ninguna cabeza coherente que el santurrón de Jorge Fernández Díaz sea el presunto cabecilla de una trama insertada en el propio Ministerio de Interior que utilizaba los recursos del Estado para proteger a su corrupto partido de la acción de la Justicia. Fernández Díaz, según apuntan las investigaciones judiciales, aprovechaba el tiempo entre misterio y misterio para controlar una trama con decenas de policías pagados por el erario público para conspirar contra cargos de su partido, robarles documentación, amedrentarles y chantajearles. Si leyésemos que esto sucede en la Rusia de Putin, lo calificaríamos sin dudarlo como una barbaridad. Pero esto ha pasado en el Ministerio de Interior del penúltimo Gobierno del PP, encabezado, por decir algo, por don Mariano Rajoy Brei. Con la Gürtel y la caja B del PP en pleno estallido.
Según la investigación de la Audiencia Nacional, durante la etapa de Fernández Díaz en Interior se creó supuestamente una red de policías que se dedicó a seguir los movimientos de Bárcenas y a su familia. La investigación de la Unidad de Asuntos Internos de la Policía Nacional señala que el presunto aparato policial clandestino al servicio del PP estuvo coordinado “por parte de mandos superiores" del mismísimo Ministerio de Interior. Que desde este organismo, capitaneado por el ahora imputado Fernández Díaz, se pagó con dinero público, de ese que ahora falta para ERTEs, rastreadores y profesores, a los mal llamados policías patrióticos y que como premio al chivato que supuestamente espió y robó documentación a Bárcenas, se le enchufó en la propia Policía a través de la OPE que mejor conocen los corruptos: la dedocracia.
El centro de la operación
Todas este abuso de poder, utilización de las estructuras del Estado en beneficio propio, y actos paralelos al más puro estilo mafioso “requerían necesariamente de la participación de cargos con capacidad de influencia suficiente en el Ministerio”, tal y como señala el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón en la citación como imputado de Jorge Fernández Díaz. Las pesquisas realizadas hasta el momento permiten situar el “centro nuclear” de la operación en el Ministerio del Interior, “desde donde se habría dirigido y coordinado toda la operativa, presuntamente con la participación directa del ministro”.
En este país donde tanto nos cuesta despejar quién fue la X de los GAL, antes el Elefante Blanco del 23-F, y después adivinar a quién podrían corresponder las siglas M.R de los papeles de Bárcenas… parece que ahora sí podemos afirmar, siempre y cuando lo confirme la Justicia, que el centro neurálgico de una de las operaciones más nauseabundas de uso partidista de las estructuras del Estado estaba, cuando menos, en el despacho del ministro. Un hombre que, según decían sus palmeros cavernarios en las hagiografías que le dedicaban cada vez que imponía una cruz policial a una Virgen, dedicaba su tiempo a Dios, a la patria y a ese señor que, como Esperanza Aguirre, estuvo rodeado de barro y en cambio, jamás se manchó, de momento, con nada.
Esta es la verdadera gestión del PP. Este es el partido que, encabezado por un diputado por Ávila en aquel entonces, se vanagloria de conducir a España por los caminos de la rectitud. Un camino tan recto el que proponen que últimamente siempre acaba en las puertas de la Audiencia Nacional.
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