El pacto en Andalucía entre PP, C’s y Vox se ha denominado el de la vergüenza. Entonces, el de Sánchez con Podemos, Bildu y los separatistas catalanes ¿qué es?
Decía el otro día mi buen amigo Paco Marhuenda que el periodismo en España es, mayoritariamente, de izquierdas. Yo añadiría que, además, tiene una tendencia exagerada a la comodidad que brinda el tópico facilón y vulgar, cuando no a la consigna emanada desde algún despacho más o menos oficial. No de otro modo puede explicarse que a Vox se le califique de extrema derecha mientras que, a las CUP, Arran o los CDR se les cite como antifascistas. De ahí a demonizar al partido de Santiago Abascal había poco trecho que recorrer, ciertamente, y por ese sendero asfaltado de progresismo de salón han transitado las plumas de quienes están encantados de conocerse a ellos mismos. Sus conclusiones han sido tan mendaces como pobres en lo que a intelecto se refiere.
Vox, se esté o no de acuerdo con sus ideas, es una formación constitucional. ¿Podemos decir lo mismo de los separatistas?
Vox, se esté o no de acuerdo con sus ideas, es una formación constitucional. ¿Podemos decir lo mismo de los separatistas? Ellos no se cortan a la hora de despotricar del régimen del 78, del rey, de España, de su justicia. Ni ellos ni Podemos, que tiene como aspiración una república bolivariana. Organizan escraches a las máximas autoridades, convocan referéndums ilegales, provocan disturbios, asedian a jueces, periodistas, políticos. Lo que sea con tal de salirse con la suya. VOX, que se sepa a día de hoy, no ha hecho nada de todo esto. Insisto, no es cuestión de defender su ideario, es cuestión de explicar las cosas como son.
Todo esto no merecería mayor análisis si no fuera porque, mientras se admite con la mayor normalidad que Sánchez se apoye en esos radicales, los mismos que lo ven plausible y positivo se rasgan las vestiduras ante los pactos entre populares y Vox.
Abascal no será trotskista, de acuerdo, pero ni pretende cambiar la forma de estado ni quiere cambiarlo desde la calle con algaradas, golpes de estado o comandos de guerrilla urbana
Existe la funesta manía de ser políticamente correctos, a saber, contumazmente hipócritas. Abascal no será trotskista, de acuerdo, pero ni pretende cambiar la forma de estado ni quiere cambiarlo desde la calle con algaradas, golpes de estado o comandos de guerrilla urbana. Los separatistas, en cambio, sí. ¿No hay ningún avezado editorialista de esos medios que loan el talante – se me ha escapado – del presidente del Gobierno que haya reparado en tamaña contradicción?
Hay un doble rasero entre periodistas y políticos respecto a la formación verde y mucho me temo que esos juicios de valor van a acabar por volverse en contra de quienes los hacen. Se quiera o no, en Andalucía hay cuatrocientas mil personas que votaron a ese partido y si eso ha pasado, ante el desplome histórico de PSOE, es por algo. La gente está cansada de esa corrección de plástico, de ese dividir entre buenos y malos maniqueo, tópico fabricado durante la transición cual lecho de Procusto y que ahora no sirve para nada. Se queja la izquierda española, si es que tal cosa existe, de la aparición del partido de Abascal igual que lo hizo el PSF en Francia cuando el Front National le arrebató el electorado. Craso error. El FN no robó ni un solo voto, fueron ellos, los de la gauche caviar, quienes abandonaron al votante trabajador que, sin otro santo al que encomendarse, lo hizo con aquel ex paracaidista fanfarrón y vocinglero de M. Jean Marie.
Publicar titulares que hablan del pacto de la vergüenza a la vez que pasas de puntillas por encima de lo sucedido en Cataluña pasa factura
Publicar titulares que hablan del pacto de la vergüenza a la vez que pasas de puntillas por encima de lo sucedido en Cataluña pasa factura. La gente se cansa de paños calientes en política, pero también lo acaba haciendo con respecto de los medios en los que acude en busca de información.
Y que no se nos acuse de apologistas de nada, porque lo que hacemos es simplemente referir. Recuerden la cita clásica, arrojar la cara importa, que al espejo no hay por qué.