Le vemos al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, a la búsqueda denodada de una prórroga de su alquiler de los jardines prometidos de Moncloa, que, florecidos de bonsáis, manan leche y miel. Cuestión distinta es que la escasez de su victoria en las elecciones generales del 10 de noviembre le haya inducido a firmar a escape un preacuerdo con los podemitas de Pablo Manuel Iglesias, a convenir el voto del cántabro, del turolense, de los canarios y de los peneuvistas; y a negociar con Esquerra Republicana de Cataluña la abstención los 13 de la fama, indispensable una vez descartada la banda de la derecha. El nuevo Rufián y los suyos le están tomando el pulso a los enviados de Sánchez, con Adriana Lastra en cabeza. Los observadores atienden al juego y se fijan para anticipar de qué lado caerá la moneda.
La fase preparatoria fue de gran dureza dialéctica por parte de ERC, que se despachó a gusto para que nada pudieran reprocharle los competidores de Junts per Catunya, donde Quim Torra, oficiando de vicario de Carles Puigdemont preparaba su comparecencia ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña con la finura cuartelera de su estilo diciendo que habiendo ingerido un plato de judías con butifarra muy contundente sus respuestas en la sala de la audiencia bien pudieran salir por cualquier sitio. Sólo le faltó añadir el cantar de “el puente tiene tres ojos, yo tengo dos solamente, pero contando el del c, tengo los mismos que el puente". Qué bonito y qué bien huele.
Los socialistas-sanchistas recibieron impávidos cuantas rociadas fue menester y, como diría Azaña, se dejaron decir de todo, sin rechistar ni articular la menor réplica. En el palco presidencial primaba la idea de aguantar, de evitar cualquier palabra, cualquier ademán, cualquier pretexto que pudiera disgustar a los adversarios y aconsejarles el abandono de la cancha. Sabemos que al final hay dos clases de políticos. Los que piensan que les compromete todo lo que dicen y procuran observar en riguroso silencio y los que consideran que les compromete todo lo que escuchan y procuran que nada sea dicho en su presencia, para lo cual hacen un ejercicio bloqueante de la conversación sin dejar lapso alguno que puedan utilizar sus invitados para intervenir.
Que Sánchez se sienta obligado a reiterar respecto del acuerdo que será de carácter público y que respetará la Carta Magna refleja la desconfianza que infunden sus negociaciones
Así han ido pasando los días, las semanas y quién sabe si pasarán los meses con el presidente abrochado al silencio, sin más rupturas que las inevitables en ocasiones imposibles de rehuir, en las que ha de acompañar o debe comparecer con huéspedes ilustres. Tampoco pudo evitar el corrillo que le hicieron los periodistas en el palacio del Congreso de los Diputados durante la fiesta del viernes día 6. Así que, en ese momento, interrogado acerca de las negociaciones en las que anda con ERC, dijo que el acuerdo sería público y respetaría la Constitución. Era su manera de no decir nada. Porque para averiguar cuánta información contiene una frase basta invertirla y observar si así conserva algún sentido. Y, como puede comprobarse, hubiera resultado imposible que afirmara del acuerdo que sería secreto y que quebrantaría la Constitución. Pero, que se sienta obligado a reiterar respecto del acuerdo que será de carácter público y que respetará la Carta Magna refleja la desconfianza que infunden sus negociaciones porque excusatio non petita accusatio manifesta.
Vayamos al capítulo primero del Quijote, donde Cervantes describe la figura del hidalgo diciendo que se daba a leer libros de caballerías y que ningunos le parecían tan bien como los que compuso Feliciano de Silva de los que encomiaba la claridad de su prosa y subrayaba que aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, donde escribía “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”. Pero tengamos que termina el ejercicio con munición de fogueo y que las maniobras con fuego real empezarán cuando el Rey, concluida la ronda de consultas con los líderes de todos los grupos políticos con representación parlamentaria, proponga a través de la presidenta del Congreso un candidato para la investidura.
Hasta ahora la primera propuesta ha recaído siempre en el líder del partido más votado. Sólo Mariano Rajoy rehusó aceptar ese encargo por considerar que carecía de apoyos para culminar la investidura. Entonces le cayó encima la mundial y entre los que más contribuyeron a la escandalera estaba nuestro Pedro Sánchez, quien anda diciendo que no subirá por quinta vez a la Tribuna -después de las cuatro derrotas cosechadas- a menos que tenga confirmados los votos y abstenciones necesarias. Entonces, si le faltaran las asistencias imprescindibles, ¿quién aceptaría subsidiariamente el encargo para que el reloj hacia unas nuevas elecciones se pusiera en marcha? Veremos así cuál es la razón de la sinrazón que a su razón se hace y de qué manera nuestra propia razón enflaquece. ¡Cuidado!