Florentino Pérez ha cometido con el Real Madrid lo que con el Castor, un abuso. El presidente del club merengue va por Castellana a lo violetera: vendiendo cual primavera sus flores de un día. En los últimos años, por Chamartín han desfilado más místeres que nazarenos en Semana Santa: seis en la primera era galáctica y ya casi ocho desde la Aclamación, en 2009. Los hubo brillantes como Ancelotti, zafios como Mourinho e innecesarios como Benítez o Lopetegui.
Quiso el destino que Solari fuera el décimotercero de aquel apostolado. Para infortunio nuestro, y suyo, el argentino acabó tal y como comenzó: como un consuelo que no consuela y una solución que no soluciona. Salta a la vista que el banquillo de Concha Espina tiene más de parrilla que de hornacina. Allá van a parar, carbonizados, los mesías que Florentino entroniza y a los que la realidad apea del altar al más puro estilo del santoral: a pedradas.
El presidente Del Madrid va por Castellana a lo violetera: vendiendo cual primavera sus flores de un día
¡Ah, el fútbol...! Esa religión que todo lo celebra y exagera, y cuya basílica se construye gracias al diezmo de los feligreses. Como cualquier iglesia, la épica del esférico devino en negocio: desde las apariciones marianas a lo CR7 hasta las indulgencias papales, los pelotazos municipales y los no pocos dedazos con los que Florentino Pérez, cual Yahvé del Antiguo Testamento, descarga sobre todos nosotros la ira de un Dios que no vende suficientes camisetas.
Hasta ahora, un entrenador había pasado libérrimo por Chamartín. Una especie de Clint Eastwood en Gran Torino: Zinedine Zidane. Lo dio todo al club, incluido el portazo. Hace ya casi un año, anunció su dimisión con un Cristiano Ronaldo en estado de pataleo y un Florentino en pleno cesarismo inmobiliario, esas turgencias del amor propio que experimentan los capataces y emperadores.
Si Zidane parecía haber hecho lo correcto- dejar plantado al César ante su propio Retablo de las maravillas- espanta ahora su decisión al acudir en ayuda de aquel al que rechazó
Zidane abandonó el Club apenas cinco días después de conquistar su tercera copa consecutiva de Champions, una proeza que lo colocaba a la altura del Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer, sin hablar ya de aquel gol en Glasgow ante el Bayer Leverkusen, en 2002. A la misma hora en que anunciaba su dimisión, en la carrera de San Jerónimo el entonces presidente de Gobierno Mariano Rajoy afrontaba su segunda moción de censura en menos de un año y se negaba a abandonar el cargo intentando volver a jugarse la carta de la grisura como camuflaje político.
Y si Rajoy acabó su carrera política transfigurado en bolso de mano, Zidane lo hizo dejando al Madrid una liga, tres Champions League, dos Supercopas de Europa y una Supercopa de España. Lo demás ya lo conocen de sobra merengues, blaugranas, colchoneros y demás tribus ligueras: el asunto Lopetegui y el mundial de Rusia, el desastroso arranque liguero del vasco al frente del Madrid y el entierro de la sardina que ofició Solari a pocos meses de haber asumido el cargo.
Se infla la esperanza de que una hecatombe destrone al aprendiz de Caudillo, que va camino de atornillarse al palco del Bernabéu como si del Pardo se tratara
Si Zidane parecía haber hecho lo correcto- dejar plantado al César ante su propio Retablo de las maravillas- espanta ahora su decisión al acudir en ayuda de aquel al que rechazó. Las segundas partes nunca han sido buenas, ¿por qué había de serlo esta? Hasta los tiranos necesitan de alguien que les saque las castañas del fuego que ellos mismos han creado. Por eso Zizou vuelve al Bernabéu para amainar la tormenta de un vestuario en pleno Motín de Esquilache y con el mismísimo Sergio Ramos pidiendo el destierro del Marqués.
Que haya o no díscolos jesuitas detrás de lo que ocurre en Concha Espina es algo que pocos pueden asegurar, acaso porque se infla por ahí la esperanza de que una hecatombe destrone al aprendiz de Caudillo, que va camino de atornillarse en el palco del Bernabéu como si del Pardo o un consejo de administración se tratara.
El hombre en trance futbolístico recupera una porción de su infancia, dice Juan Villoro en su Dios es redondo. Acaso porque Florentino Pérez hace lo que los megalómanos -guiar al vulgo creyéndose un padre severo y dadivoso-, se le ha ido de las manos su reinado, un periodo que va camino del absolutismo más a lo Luis XIV que Carlos V. En el imperio de Florentino no se pone el sol; el sol es él... hasta que la historia lo achicharre.
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