Opinión

Realismo económico mágico

Aunque la ciencia económica adolece de enormes defectos, cuando se ignoran sus mensajes más básicos desde los poderes públicos, los resultados son, sencillamente, catastróficos

  • Murakami, escritor japonés.

Me encanta Murakami. Mis hijos lo saben bien: cada poco tiempo cito un fragmento del relato “Super rana salva a Tokio” (aquel en el que la rana gigante se presenta a Katagari, un modesto empleado de banca, con la frase “llámame Rana”). Ese realismo mágico del escritor me fascina, por su capacidad de hacer creíbles situaciones imposibles.

Pero cuando ese realismo mágico se extiende a otros ámbitos, la cosa deja de tener tanta gracia. En particular, parece que el concepto artístico se está extendiendo a otros ámbitos, como el de la economía. Y este fenómeno introduce enormes peligros para nuestras sociedades.

Lo que me preocupa no es ya el uso de las estadísticas de manera torticera (en la línea de los “hechos alternativos”, parece que estamos entrando en la senda de las “estadísticas alternativas”), sino más bien las enormes confusiones conceptuales que conllevan riesgos muy elevados: si el diagnóstico es erróneo, cualquier medida basada en él será muy probablemente contraproducente. Veamos algunos ejemplos.

Múltiples gobiernos de todo el mundo se echan a la espalda un problema que ni les corresponde resolver ni están capacitados para hacerlo

  • La inflación es un fenómeno esencialmente monetario (y, por supuesto, esta afirmación no implica que haya que creer en la teoría cuantitativa del dinero). Es precisamente este el motivo por el que, desde hace décadas, se delega la ejecución de la política monetaria a bancos centrales independientes del poder político. Además, esto es perfectamente compatible con que los shocks de oferta, como el aumento de los precios de la energía, puedan ser la espoleta que pone en marcha procesos inflacionistas. Pero, a pesar de este consenso, múltiples gobiernos de todo el mundo se echan a la espalda un problema que ni les corresponde resolver ni están capacitados para hacerlo (pues carecen de instrumentos adecuados de política económica), con escaso por no decir nulo rédito político.
  • La traslación a precios de las subidas o bajadas de impuestos indirectos dependen de la elasticidad de las curvas de oferta y demanda de los bienes y servicios afectados. O, dicho en román paladino, del grado de competencia en sus mercados y del grado de sustituibilidad de dichos bienes o servicios (si se pueden sustituir por otros bienes o servicios equivalentes y no afectados por ese impacto impositivo). En general, ni todo el aumento o disminución se traslada a precios, ni existe una traslación nula a precios de esas subidas o bajadas. Toda la retórica en torno a estos fenómenos, cargadas de juicios de valor sobre cuestiones de moralidad pública, queda invalidada por cualquier manual de microeconomía básica.
  • La gestión de toda empresa debe basarse en números. Esto es, si una empresa no logra que su rentabilidad (su ROE) esté por encima de su coste de capital (de lo que los mercados exigen para permanecer en su accionariado), está abocada al fracaso (mucho más rápido si ni siquiera es rentable). Y, por supuesto, para lograr ese objetivo tendrá, muy probablemente, que plantearse objetivos de largo plazo, alineados con las nuevas tendencias sociales (los ya famosos criterios ESG, “environmental, social and governance”) y cuidar a sus stakeholders (clientes, proveedores, accionistas, trabajadores, acreedores, etc.). Pero a veces, incluso en la prensa internacional más señera, se confunden los medios con los objetivos: por muy perfecta que sea una empresa en la consecución de objetivos ESG, si no es lo suficientemente rentable, no tendrá futuro. El pensamiento mágico no ayuda a la gestión empresarial.
  • La persistencia de los problemas económicos manda un mensaje muy claro sobre la necesidad de acometer reformas. La economía española, en comparación con los países de nuestro entorno, presenta dos características diferenciales claras: una tasa de desempleo muy elevada, y un importante endeudamiento exterior (posición neta de financiación internacional). Ambos problemas llevan además presentes muchos años, varias décadas en el caso del paro y casi dos décadas en el caso del endeudamiento exterior. Esa permanencia en el tiempo debe llevarnos a reflexionar, a entender qué hacemos mal en relación a nuestros homólogos europeos, y estar dispuestos a acometer las reformas que sean necesarias para corregir los problemas.

En fin, podríamos continuar casi indefinidamente con ejemplos en los que el realismo mágico se impone al diagnóstico sensato. Aunque hay que reconocer algo positivo de todo este movimiento: yo, que he sido muy crítico con mi profesión de economista, me estoy reconciliando con ella. Porque, aunque la ciencia económica adolece de enormes defectos, cuando se ignoran sus mensajes más básicos desde los poderes públicos, los resultados son, sencillamente, catastróficos.

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