Hasta hace no muchos años a la actual etapa de la historia de España la conocíamos como "la democracia". Así, sin más adornos. Se la llamaba democracia en contraposición a la dictadura de Franco, a la que se denominaba "la dictadura". Algunos incluso pensaban que esta era la primera democracia española y que, con la fugaz excepción de la segunda república, todo lo demás había sido una cadena de oprobiosas dictaduras impuestas por espadones sin alma.
Pero lo cierto es que el franquismo es una excepción en nuestros dos últimos siglos de historia. Si algo caracteriza a la historia contemporánea de España es precisamente su acendrado parlamentarismo. No es casual que el palacio de las Cortes se construyese al mismo tiempo que el portentoso edificio del parlamento de Westminster en Londres, y mucho antes que otras asambleas legislativas como el edificio del Reichstag alemán, que data de finales del siglo XIX. España fue de los primeros países de Europa en incorporarse a la fiebre parlamentaria que sucedió a las guerras napoleónicas, y el primero en adoptar una constitución tan avanzada que sirvió de inspiración a otros países durante décadas.
Cuando Franco se aupó al poder, España acumulaba más de un siglo de regímenes parlamentarios no muy diferentes a los de otras partes de Europa
Cuando Franco se aupó al poder, España acumulaba más de un siglo de regímenes parlamentarios no muy diferentes a los de otras partes de Europa. Nuestros espadones, a diferencia de los hispanoamericanos, rara vez forjaron regímenes personalistas y, cuando lo intentaron, éstos fueron siempre breves e impopulares. El parlamentarismo, antecedente de las modernas democracias, es la tónica en la historia política de España de los siglos XIX y XX por más que muchos crean lo contrario.
La España actual no es una excepción a esta constante histórica. Nuestro sistema político, lo que antes llamábamos "la democracia" y ahora algunos han rebautizado como "régimen del 78", es no sólo equiparable con cualquiera de Europa, sino que puntúa mejor que la mayoría de ellos en el Democracy Index que el The Economist Intelligence Unit elabora cada año.
Es una democracia con muchos defectos, obviamente, y perfeccionable en unos cuantos puntos, pero eso no la invalida. Lo que ya es bueno se mejora, no se sustituye. El régimen del 78, con todas sus carencias y, especialmente, sus taras de nacimiento es hasta la fecha la mejor democracia de nuestra historia y, la miremos desde donde la miremos, la más inclusiva de todas. Ahí tenemos los últimos cuarenta años como demostración palpable. A los sistemas políticos, como a las personas o a cualquier colectivo, tenemos que juzgarlos por sus obras y no tanto por lo que sus enemigos digan de ellos.
Fue medio siglo de progreso tranquilo durante el cual el país evitó las guerras internas, se modernizó y se crearon instituciones y leyes que aún perduran
La Restauración, por ejemplo, no goza de buena fama. Se habla de Alfonso XII o de la regencia de María Cristina de Habsburgo con sordina. Del reinado de Alfonso XIII cuesta encontrar una buena palabra. Pero si observamos aquella época con perspectiva, la que ahora tenemos porque se ha extinguido la memoria viva y es historia en estado puro, es fácil concluir que fue medio siglo de progreso tranquilo durante el cual el país evitó las guerras internas, se modernizó y se crearon instituciones y leyes que aún perduran. Y si perduran es porque nos han sido útiles.
De no haber padecido el ciclo espasmódico de la dictadura de Primo, la república, la guerra y el franquismo, ese régimen de 1876 hubiese devenido en algo similar a lo que tenemos. Más o menos como Inglaterra, país al que admiramos por su estabilidad y culto a la democracia pero que nos inspira y nos repele a partes y iguales. El Reino Unido nunca ha roto con su pasado, ha sabido reinventarse sobre él.
Reforma sí, pero, ¿qué reforma?
Ante la reforma constitucional que se nos viene encima deberíamos tenerlo muy presente. Aprendamos de nuestra propia historia, que está ahí como maestra para que extraigamos las enseñanzas oportunas. Las rupturas no nos han proporcionado más que disgustos, la evolución natural de las instituciones nos ha traído, en cambio, paz y prosperidad.
Desde el 78 España es un Estado federal disfrazado de otra cosa. Quizá haya que quitarse ese disfraz de una vez por todas y convertir a las autonomías en pequeños Estados federados comos los cantones suizos, responsables del gasto, pero también de la recaudación
¿Qué reformas necesitaría el sistema para ponerse a punto y purgar en la medida de lo posible sus errores de concepción? La primera y fundamental seria la territorial, fuente de los aflicciones y mortificación continua desde el alumbramiento del régimen. Desde el 78 España es un Estado federal disfrazado de otra cosa. Quizá haya que quitarse ese disfraz de una vez por todas y convertir a las autonomías en pequeños Estados federados comos los cantones suizos, responsables del gasto, pero también de la recaudación. A ellos les funciona la mar de bien desde hace 600 años, ¿por qué no iba a funcionarnos a nosotros, un país montañoso, variopinto y, fruto de lo anterior, propenso al localismo?
Por traducirlo a términos que entendamos, sería algo así como extender a todo el país el sistema foral vasco-navarro. ¿O acaso Castilla, Cataluña o Galicia no tienen historia y en su momento no disfrutaron de sus respectivos fueros? Los detractores de ese sistema arguyen que va contra la solidaridad interregional, pero ésta, que es buena y necesaria en caso de catástrofe, genera incentivos perversos cuando se hace de oficio al tiempo que condena al atraso y la dependencia a regiones enteras del país.
Un Estado central pequeño con competencias muy limitadas pero intransferibles como la representación exterior, la defensa, la red nacional de carreteras y ferrocarril, las aduanas, el sistema eléctrico y poco más. Del resto se encargarían las comunidades como ya lo hacen, pero, eso sí, con autonomía fiscal plena en todos los impuestos.
¿Dónde está escrito que Extremadura tenga que ser eternamente pobre y dependiente de los subsidios?
¿Dónde está escrito que Extremadura tenga que ser eternamente pobre y dependiente de los subsidios? Con la reforma adecuada podría convertirse en una región competitiva a nivel nacional e internacional. Y eso sólo puede hacerlo atrayendo talento y empresas, no redistribuyendo las migajas de la solidaridad forzosa, que es lo que se ha hecho hasta ahora. Ídem con las dos Castillas o con Aragón. El régimen del 78 les hurta la posibilidad de competir y les condena a la penuria y la despoblación.
Si se supiese dar salida al problema territorial se habría hecho medio camino, el otro medio se recorrería solo. El exceso de políticos y burócratas que padecemos, consecuencia de una barra libre concebida para que se multipliquen como setas sin tener que rendir cuentas a la hora de recaudar, remitiría. Y con él la infinidad de problemas que entre ambos han creado a lo largo de los últimos cuarenta años.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación