El sesgo de lo reciente es un sesgo cognitivo que nos lleva a sobreponderar la importancia de eventos recientes en detrimento de los lejanos, y a considerar estos últimos como más improbables. Por eso nos olvidamos de que el nacionalismo llevó a Europa a guerras terribles hace menos de cien años, o que las deficiencias del euro facilitaron una terrible crisis hace casi una década. Comprobamos con melancolía que errar es humano, pero que persistir en el error es más humano todavía. Y también muy peligroso.
Hace tiempo que se insiste en la necesidad de profundizar en la integración financiera europea, y no sólo por cuestiones de eficiencia, sino porque en un mercado integrado los riesgos están más diversificados: si una entidad financiera opera en distintos países, puede compensar los malos resultados en unos con los buenos en otros; asimismo, si las familias tienen ahorro financiero en distintos países, es más fácil que puedan compensar el deterioro de sus carteras locales. Se estima que la integración financiera permite amortiguar más de dos tercios de las crisis locales en EEUU, frente a solo un 25% en la eurozona. Por eso nadie duda hoy de la necesidad de integrar más los mercados financieros, empezando por completar la Unión Bancaria. El problema está en cómo lograrlo.
Por lo que respecta al marco general de regulación y supervisión bancaria, no hay demasiados conflictos: en un mercado bancario único las normas deben ser comunes, y la supervisión, también, en especial para los bancos tan grandes que podrían arrastrar en su caída a todo el sistema financiero (los denominados bancos sistémicos).
¿Dónde hay discrepancias entre Estados miembros? En la forma de gestión de las crisis bancarias. La idea es evitar que, cuando los bancos se hundan, arrastren a los países, y eso requiere dos cosas: un rescate o liquidación ordenada del banco, y la salvaguarda de los depósitos bancarios. Del rescate o resolución se encarga el Mecanismo Único de Resolución, pero está incompleto: aunque ya existe un Fondo Único de Resolución, todavía no se ha implementado la garantía de recursos adicionales (backstop) en caso de que dicho fondo se agote, algo que en teoría debería cubrir el Mecanismo Europeo de Estabilidad. Tampoco se ha aprobado aún el Fondo Europeo de Garantía de Depósitos, por discrepancias sobre su funcionamiento. Alemania piensa que no debe funcionar como seguro, sino como mucho como reaseguro, es decir, cuando se agoten los fondos de garantía de depósitos nacionales.
Si se quiere que la eurozona funcione de forma adecuada no solo es preciso que los bancos no hundan a los países, sino también que los países no hundan al euro
Esta idea de que los bancos o sus Estados miembros son quienes deben asumir los problemas con sus propios fondos, y no un mecanismo público o supranacional, está muy extendida, pero, como recordaba Draghi recientemente, no tiene justificación económica, por tres motivos.
Primero, porque la propia ausencia de una cobertura pública europea desincentiva la integración financiera, tanto desde el punto de vista del regulador nacional como de la empresa. Sin garantía europea, los reguladores nacionales no tienen incentivos para permitir que sus entidades operen libremente en otros países –donde no pueden controlar adecuadamente los riesgos asumidos–, sabedores de que deben cubrir los costes de su rescate; ni los propios bancos tienen incentivos para operar más allá de sus fronteras, ya que optimizar pasivos financiando préstamos en un país con depósitos en otro resulta inasumible si existen diferentes esquemas de garantía de depósitos en cada país y diferentes jerarquías de acreedores en un escenario de insolvencia.
Segundo, porque una cobertura de riesgos exclusivamente privada (basada en la diversificación) nunca resulta suficiente en caso de grandes crisis financieras, como prueba el hecho de que la cobertura de riesgos a través del mercado se redujo casi un 50% en Estados Unidos durante la última crisis. Los fondos privados no son ni serán nunca suficientes, y no se trata de salvar bancos, sino de generar confianza en la posibilidad de una resolución bancaria eficiente, lo que tiene un efecto estabilizador.
En tercer lugar, porque la creencia de que la cobertura pública o europea incentiva el riesgo moral no se verifica en la realidad. La evidencia empírica demuestra que el riesgo moral depende mucho más del diseño apropiado de los mecanismos aseguradores que de su carácter público o privado, y que la ausencia de seguro no conduce a una menor asunción de riesgos, ni para países individuales ni para la zona del euro en su conjunto. En caso de crisis, lo que suele producirse en ausencia de garantías públicas, es un pánico bancario que lo que hace es propagar el riesgo de forma exagerada. Recuerden Lehman Brothers.
Por otro lado, si se quiere que la eurozona funcione de forma adecuada no solo es preciso que los bancos no hundan a los países, sino también que los países no hundan al euro. Para eso no solo es preciso un mecanismo de rescate como el del MEDE, sino también un instrumento rápido que permita comprar deuda de países solventes de forma inmediata en el mercado secundario, algo que quizás debería encargarse al propio Banco Central Europeo, con autorización del propio MEDE. Cuanto más poderosa y creíble sea esta arma, menor será la necesidad de utilizarla.
En cualquier caso, siempre ha habido crisis específicas que afecten a países determinados, y siempre las habrá. O crisis que afecten a toda la eurozona y que requieran de mecanismos de gasto que no siempre serán asumibles por los gobiernos nacionales.
Instrumento fiscal europeo
Con respecto a las primeras, lo ideal es que existan estabilizadores automáticos que permitan un efecto fiscal contracíclico sin poner en riesgo la sostenibilidad presupuestaria. La idea de un complemento europeo de seguro de desempleo es ideal en este sentido –además de un excelente elemento de adhesión ciudadana a la idea de Europa–, pero aún está en un estadio muy preliminar. Y con respecto a las segundas, más allá de que tan excesivo puede ser un déficit por cuenta corriente como un superávit, lo lógico no es exigir a los países con superávit (como Alemania) que gasten en no se sabe qué para impulsar el crecimiento de la eurozona, sino contar con un instrumento fiscal europeo operativo, más ambicioso que el Instrumento Presupuestario de Convergencia y Competitividad (BICC).
La necesidad de un instrumento fiscal potente se deriva no sólo de las exigencias de reparto del riesgo en un área monetaria, sino también de la propia coyuntura actual, en la que la inacción en materia fiscal está obligando al Banco Central Europeo a actuar en solitario con herramientas no convencionales que pueden tener importantes efectos secundarios negativos a medio plazo. Quienes defienden, con razón, que la política monetaria actual del Banco Central Europeo es arriesgada, deben tener en cuenta que la alternativa no es una política monetaria más estricta: en el marco actual de envejecimiento de la población, incertidumbre y escaso apetito inversor, ello sólo llevaría a una recesión.
La alternativa es una política fiscal que tome las riendas de la estabilización macroeconómica. Podemos discutir si un instrumento fiscal, como renuncia parcial que es a la soberanía, tiene que ir acompañado de garantías o vigilancias complementarias, o de si en paralelo hay que promover una mayor eficiencia del gasto público, nacional o comunitario. Pero sin mecanismos fiscales adecuados, y en el futuro un embrión de Tesoro europeo y una deuda pública sin riesgo (como los eurobonos), será muy difícil asegurar la estabilidad de la eurozona a largo plazo.
Lo más urgente, en cualquier caso, es profundizar en la mutualización de riesgos, que no es favorecer las transferencias, sino una condición necesaria para lograr una mayor integración financiera y una zona euro más segura en la que la cobertura pública sea cada vez menos necesaria. Cuanto más tiempo pase la eurozona sin hacer sus deberes, más riesgo correremos de que una segunda crisis financiera tenga efectos devastadores. Y aunque desde el punto de vista económico estamos más preparados hoy para una crisis que hace una década, quizás desde el punto de vista político o social lo estemos bastante menos.
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