Opinión

¿La regeneración era esto?

Ciudadanos se ha convertido en un partido de falsa estabilidad, y su actitud está provocando una reacción de Vox que también tiende a la inestabilidad

Nuestro sistema de partidos está en transición. Es absurdo añorar el estable bipartidismo imperfecto. Nos hemos dotado de un parlamentarismo muy fragmentado, asentado en grupos de intereses dogmáticos, acostumbrados a la presión sin coste, que se aprovechan de la hegemonía débil del vencedor.

Esto da pie a que todos los escenarios posibles que se presentan al PSOE le sean favorables, ya forme gobierno con un cambalache o se repitan elecciones. El motivo es su posición en el eje izquierda-derecha y en el relativo al nacionalismo. El resultado es que puede pactar con Unidas Podemos, cuya única salida es ser el apoyo de los socialistas, y con PNV, ERC y Junts per Catalunya; incluso con EH Bildu. Es más, esa posición central permite al PSOE hacer de puente entre los podemitas, favorables a alguna fórmula del “derecho a decidir”, y los nacionalistas.

A esto se une la debilidad autoimpuesta de la oposición, que está dividida y enfrentada por los acuerdos en ayuntamientos y comunidades. Mientras el PP es el único que se ha mantenido firme como pivote, a izquierda y derecha, para compactar un bloque, Cs y Vox se dedicaban a otra cosa. Esto es importante, porque la imagen que están dando los de Rivera, y en menor medida los de Abascal, es bastante negativa.

El veto de Cs a Vox solo obedece a una cuestión de posicionamiento, guiado por la creencia de que evitar a los ‘voxistas’ les granjea una imagen centrista

El coqueteo de Aguado y Villacís con los socialistas y populistas en Madrid para conseguir objetivos de posicionamiento electoral nacional es de una grave inmadurez política. Hasta hoy, las contradicciones y postureos de Ciudadanos no se han cobrado en las urnas, pero nada asegura que eso ocurra en adelante.

La agrupación de Rivera ha conseguido convertirse en un partido de falsa estabilidad. La victoria de Arrimadas en las autonómicas catalanas de 2017 no sirvió para dar la imagen al mundo de que los no nacionalistas habían ganado las elecciones, lo que hubiera sido crucial. Esto, aunque fuera una investidura fallida, hubiera conferido una sensación de fortaleza del sistema democrático y del sentimiento de españolidad de la mayoría de los catalanes.

Otro tanto puede decirse de sus acuerdos de gobierno. Quizá el más serio de los que ha firmado Cs sea del que más reniegan: el que suscribió Rivera con Sánchez en febrero de 2016, después de que se pasara la campaña y los primeros días poselectorales afirmándose en su “inquebrantable” decisión de no pactar con Sánchez. Sin embargo, para entonces ya había firmado dos acuerdos que tampoco generaron estabilidad ni regeneración.

Uno en Andalucía, con Susana Díaz, de cuyo gobierno efectivo se bajó poco antes de las elecciones para desmarcarse de sus socios. Otro en Madrid, con Cristina Cifuentes, a través de un pacto de investidura leonino que permitió a Cs votar más del 60% de las veces con el PSOE y Podemos. Esto es, hizo de gobierno y de oposición a la vez. Juan José Linz llamaría a esto “partido semileal”, salvando las distancias históricas, afortunadamente.

No parece que la transición a un nuevo sistema de partidos, la tan cacareada regeneración que hinchó los discursos de Cs en 2014 y 2015, fuera esto

El veto de Cs a Vox es por una cuestión de posicionamiento, guiado por la creencia de que evitar a los voxistas les granjea una imagen centrista. Puede ser, pero genera inestabilidad porque es una contradicción sin sentido. El mensaje que intentan vender fundado en que aceptan los votos de Vox pero no a sus personas es chusco. Siguiendo su razonamiento, algo malo debe tener la presidencia de una Asamblea, o un acuerdo de Gobierno -pienso en Madrid y Andalucía-, para que lo vote afirmativamente la “extrema derecha”.

La actitud de Ciudadanos está provocando una reacción de Vox que también tiende a la inestabilidad. Repudiaron a los voxistas en Andalucía y han tenido casi una semana de teatro con motivo de los presupuestos. Pero esto fue la respuesta al rechazo público que han hecho a los de Santiago Abascal en el resto de España, y en especial en Madrid.

No parece a estas alturas de la transición a un nuevo sistema de partidos que la tan cacareada “regeneración” que hinchó los discursos de Cs en 2014 y 2015 fuera esto. No había entonces la impresión que la defensa cerrada del constitucionalismo por la amenaza del secesionismo acabara siendo moldeada a golpe de sondeo de opinión y para el reparto de cargos a izquierda y derecha. Es cierto que hay que satisfacer a los dirigentes locales con cargos públicos, pero quizá con menos mercadeo.

Tampoco parecía que el autotitulado “azote del independentismo”, aquellos que se dijeron enemigos directos del sanchismo por tender la mano a Junqueras y Puigdemont, fueran capaces de amenazar con un acuerdo con el PSOE para sacar más ventaja en la negociación con el PP y Vox.

Cuidado, porque en el río revuelto de una composición inédita de partidos, el hilo de la coherencia es muy fino y transparente, y la opinión pública lo acaba cortando. Pasó aquí con el PSOE tras Zapatero y con el PP del último Rajoy. Ha pasado en otros países de Europa con democracias más largas que la nuestra, como Alemania, y aquí volverá a ocurrir otra vez tarde o temprano.

 

 

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