Casado arrasa, arrolla, se impone… Dos horas después del cierre de los colegios, todos los datos arrojaban la victoria del tercero en liza. Madrid le catapultaba hacia la victoria. El ‘principito’ se imponía a las ‘reinonas’. El ‘joven e inexperto’ se llevaba de calle la primera cita seria del PP con un sistema de primarias.
Soplaban vientos del sur, como en la canción. Llegaban los datos de Andalucía y, oh sorpresa. El filón del ozú se iba para Soraya, donde el aparato ha batido palmas a su favor. Valencia, otro factor clave en la ecuación de la victoria final, se inclinaba también por la vicepresidenta. ¡El vuelco!. A las once de la noche se anunciaba al fin el gran vuelco.
Noche espasmódica en Génova. Los afiliados apenas se apuntaron para votar pero los que lo hicieron, se volcaron sobre las urnas. No hubo segunda edición del espantoso ridículo, cuando se supo que los afiliados del PP no eran 900.000. No siquiera 90.000. Tan sólo 67.000.
La militancia se desperezó. En jornada laborable y en pleno julio. Votó y votó. Y lo hizo en tres direcciones. La primera, encumbrar a Soraya. La segunda, enfrentarle a Casado. La tercera, castigar a Cospedal, el aparato, el marianismo, la Gürtel y el pasado reciente. Demasiado apretado todo como para renunciar al Congreso, para la plataforma de unidad. Eso sólo ocurre en Cataluña, donde los independentistas desfilan al paso que les marca el Puigdemont de turno. Aquí habrá pelea.
La tarde ardía en dudas y en solanera estival. Llegó López del Hierro, esposo de Dolores Cospedal, una hora antes del cierre de las urnas. Huidizo y veloz. Serena, sin sonrisas, se apeó del taxi, algo después, Isabel Torres, la esposa de Pablo Casado. Una reunión familiar en Génova, se diría el desavisado. Dentro, sabiamente repartidos por los pisos para evitar encontronazos, entre los candidatos volaban los cuchillos.
Irregularidades en Cataluña, trampas en Albacete, zancadillas en Valencia… “Irregularidades”, se decía desde el Comité de Organización del Congreso. “Me preguntan por impugnaciones, yo no he visto ninguna”, decía Ayllón, del equipo de Santamaría, ya en el ascensor rumbo a la tercera planta. Una tormentilla estival que barrerían los fuertes vientos de los resultados.
El tren de la bruja
La sede del PP aparecía rebosante de periodistas. ¿Más que en unas municipales’, decía un veterano. “Es nuestro estreno”, respondía un veterano de la casa. Elegir presidente de la formación conservadora mediante las urnas es algo nuevo. Un vuelco sobre la tranquila tradición del ‘dedazo’. Un salto al futuro rebosante de curvas. “Nos hemos metido en el tren de la bruja sin conocer la salida”, decía esta fuente.
Es el famoso ‘plan B’. El ‘A’ se basaba en la aclamación de Mariano Rajoy rumbo a las generales de 2020. Tras la censura, el ‘B’ sería la transición tutelada.
Tras la renuncia del líder, se improvisa el ‘plan C’. Las primarias a dos vueltas. Un experimento de laboratorio, una aventura efectuada con retales británicos y alemanes. Rajoy siempre descreyó de las primarias. Maíllo le diseñó un dibujo a la medida. No ha sido perfecto, pero sirve para vestir de democracia interna a un partido que jamás la practicó con todas las consecuencias. Soraya todavía se pellizca.
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