Opinión

Un relator llamado Pablo Iglesias

Según sus propias declaraciones, el líder de Podemos estará en la mesa de negociación con el Govern separatista de la Generalitat. Éramos pocos y parió la mesa.

Lo dijo ayer en Al Rojo Vivo: “Estaré en la mesa de negociación y me voy a esforzar mucho” y no pude reprimir un estremecimiento pensando lo que debe significar para este hombre eso de esforzarse mucho. Si hemos de fiarnos de la postura que tanto él como su homónima en Cataluña Ada Colau han mantenido respecto al separatismo, vayamos haciendo las maletas y solicitando empadronarnos en, verbigracia, Llanes, Santiago de Compostela, Toledo – ahí está mi querido Girauta, lo que no es poco decir – o Madrid, donde nadie te pregunta de dónde eres porque ahí todo el mundo es, automáticamente, de la capital proceda de donde proceda. Con tantos traspasos se ha dado el curiosísimo caso de que se haya transferido el concepto de Archivo de la Cortesía de mi Barcelona, aunque cada vez menos, a mi Madrid, que cada vez lo es más.

Iglesias viene, lógicamente, a hacer el papelón que algunos representantes del PSOE no pueden representar. No porque no quieran, sino porque Iván Redondo ha desaconsejado al preclaro líder monclovita asumir tamaño desgaste. Que se desgasten ellos, esa es la consigna. Iglesias, pues, vendrá a darles la razón a los separatistas prácticamente en todo. No dejará de ser curioso ver a alguien que se proclama comunista y revolucionario darse besos a tornillo de esos que incluyen sustracción de apéndice con la extrema derecha más casposa, corrupta y supremacista de toda Europa.

Cumple también, aunque Torra finja arrugar la nariz en un mohín de disgusto, la función del relator que este volvió a poner encima del tapete al darse cuenta de que la entrevista mantenida con Sánchez fue una gigantesca tomadura de pelo. Y es que Sánchez es el Anthony Blake de la política. Cuando acaba sus trucos, todo ha sido producto de tu imaginación y no hay que darle más vueltas porque no tiene sentido.

No parece que la presencia del de Galapagar vaya a sentarles mal a los pijos separatas. Estos burguesitos catalanes, curiosamente, se encuentran más a gusto con los rojos quema iglesias que con los moderados, fíjense ustedes qué cosas. Torra y los hijos de quienes ganaron la guerra civil están que se les cae la baba con los CDR, los Tsunami y las CUP, que no pocos de ellos llevan su misma sangre y eso siempre tira. Por eso no es difícil augurar una entente cordial entre Iglesias y los de Puigdemont. Se avecinan comidas suntuosas seguidas de sobremesas amables y dicharacheras, afirmo.

Sánchez es el Anthony Blake de la política. Cuando acaba sus trucos, todo ha sido producto de tu imaginación y no hay que darle más vueltas porque no tiene sentido.

Sánchez ha conseguido con esta maniobra una carambola que ni las que le ponían a Fernando VII. Cumple con lo de la mesa camilla de diálogo, fingiendo que cede ante el separatismo montaraz, hace que Iglesias, diluido entre tanta vicepresidencia, crea que tiene ahí un trampolín desde el que promocionarse, sin darse cuenta que la piscina está vacía, y da a Pere Aragonés la oportunidad de ponerse al frente de la negociación, puesto que si Sánchez solo piensa asistir a la primera reunión, siendo el vicepresidente Iglesias el que vaya a partir de entonces, es de suponer que Torra hará lo propio y no tendrá más eggs que enviar a Aragonés, vicepresidente del Govern.

Y aquí paz y allí referéndum, que es de lo que se trata. Porque Iglesias defiende que haya una consulta, y lo defiende Colau, lo ha llegado a defender Iceta y, en petit comité, lo defienden Sánchez y su círculo virtuoso, ese que está integrado por genuflexos nigromantes y señoras que hablan por teléfono con alcaldes en pura braga de cuello, o no, que no vendrá de una braga más o menos.

La segura candidata al Nobel Adriana Lastra lo ha dicho en frase lapidaria: la decisión de quién va o no a esa mesa corresponde a Sánchez, Pontificex Màximus del diálogo, y lo que este diga le parecerá magnífico (sic) porque lo importante no es quien esté, sino solucionar el problema, añadiendo que los mediadores seremos, en definitiva los cuarenta y siete millones de españoles. Hay que tener cuajo.

Preveo tardes de gloria con Iglesias negociando la unidad territorial con los hiperventilados neoconvergentes.

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