Las adhesiones sentimentales en las que se ha sostenido la Corona desde 1978, aunque tengan en su base hechos indiscutibles, se han demostrado insuficientes con el paso del tiempo y el cambio de monarca. La heroica ringlera de decisiones, hechos y palabras de don Juan Carlos a lo largo de sus años de reinado conforman un hito monumental irrepetible.
Por mucho que ahora desde el Gobierno se quiera eliminar, don Juan Carlos engrosará las páginas que España reserva en su Historia a los mejores reyes. Sin embargo, su recuerdo no es bastante; la rememoración de aquellos años gloriosos de la Transición, por ejemplo, parece no saciar las apetencias políticas y sociales del país
Desde el 23-F, la Monarquía ha jugado la baza de la afiliación afectiva, sentimental, e incluso estética. Y esa era, seguramente, la mejor manera para abordarlo en un país que aún recordaba la tragedia de la Guerra Civil y sus consecuencias posteriores para miles de españoles. Pero, andado el tiempo, entrada la política en otros capítulos, esa misma adhesión que hasta entonces sólo parecía explotar la Corona, empezó a ser material de trabajo habitual para los partidos y sus contiendas.
La sentimentalización de la vida pública, reservada hasta hace poco a la relación entre la sociedad y la Corona, ha hecho de la adhesión afectiva un camino intransitable para la Monarquía por la alta ocupación de políticos y oportunistas heridos de aventurerismo. Y Felipe VI parece haberlo visto claro.
De la razón a la razón
Más allá de si el forzado destierro al que ha sido sometido don Juan Carlos es o no un error a medio y largo plazo, aunque tenga toda la pinta de serlo, lo que sí han sabido entender en la Casa es que la veta del sentimiento está sobreexplotada, que hay poca harina en ese costal, que la Monarquía debe entrar en otro plano no tan infectado de los afanes políticos, una dimensión que se eleve por encima de estrategias y planes trazados sobre el corto horizonte de un folio en blanco: lo racional, que los políticos han abandonado.
Porque sólo un monarquismo asentado en la razón puede ser un monarquismo inmarcesible en el que lo sentimental tenga su espacio, el que corresponde a una institución que representa, entre otras cosas, la prolongación histórica de una nación, pero sin ser el único elemento de unión con la sociedad.
Igual que don Juan Carlos llevó al país de la ley a la ley por la ley hasta la democracia, don Felipe tiene que trazar su propio camino de la razón a la razón por la vía razón, en la que el país, la Monarquía y la democracia alcancen esa cota que le permita permanecer a salvo de sentimentalismos. Porque hoy la continuidad monárquica es la garantía mayor que tiene España para su continuidad histórica y democrática.
Elenco de razones
Quizá la razón más perentoria de todas es que la Casa consiga elaborar un elenco de razones con las que la Monarquía se puede presentar ante la sociedad, sobre todo ante los más jóvenes. Presentarse, no porque haya una mayoría republicana, que no la hay, sino porque puede haber una mayoría indiferente, y es peor la tibieza que la aversión.
Ahora que desde el Gobierno se quiere infiltrar en la conversación pública el falso y falsario debate sobre el modelo de Estado, presentándolo con aires de urgencia, la Monarquía debe hacer lo propio. Felipe VI ha sabido ver el envite: vincular la institución que encabeza a lo racional, a salvo de los desaguisados que pueda provocar -que seguro, acabará provocando- el sentimiento hiperbólico y galvanizado que hoy señorea la vida política.
Ser monárquico tiene que ser algo más que vincularse a una tradición histórica; tiene que ser una forma concreta de ser demócrata. Y para eso, la Casa cuenta con la mejor de las herramientas: el legado de don Juan Carlos, que no fundó un Estado ideológico, como pretenden hacer los republicanos, sino una democracia plena que hoy tiene sus enemigos.
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