Opinión

Réquiem por 10 burros y por Alberto Garzón

Doblan las campanas en Castellón por la muerte de diez borricos a los que soltaron en el monte para que lo desbrozaran de forma natural, pero a los que no

Doblan las campanas en Castellón por la muerte de diez borricos a los que soltaron en el monte para que lo desbrozaran de forma natural, pero a los que no prestaron -presuntamente- mucha atención y han perecido de forma lamentable. Dice la autoridad competente que participaban de una “experiencia ecológica” para evitar incendios, pero la idea no ha funcionado. Al revés, ha terminado en tragedia.

Hubo un día en que Mao concluyó que los gorriones se comían el grano y que lo mejor era aniquilarlos. “Las aves son animales públicos del capitalismo”, expuso, para justificar la iniciativa. Dos años después, se declaró en China una hambruna que mató a entre 15 y 55 millones de personas, pues los insectos, sin su gran depredador, devoraron los cultivos. Aquello derivó en desastre, al igual que el proyecto de Fidel Castro para crear 'la vaca total', que diera leche, carne y hasta los buenos días. El régimen de los barbudos chiflados buscó un toro Holstein que enamorara a los ejemplares femeninos de su especie y encontró a Rosafé, semen divino, quien realizó la tarea que le encomendaron con diligencia y sobriedad. Pese a todo, el plan no dio resultado. Era una nueva idea estúpida del socialista iluminado de turno.

Anunció hace unos días el empresario Fernando Roig que los precios de su empresa cerámica subirán como consecuencia del incremento de la energía. El mundo verde que prometieron quienes trazaron la Agenda 2030 escondía una 'plaga' que no tuvieron en cuenta o que ocultaron premeditadamente, y es la de la inflación. Si sube el precio del combustible de todo el tejido económico por el fundamentalismo ecologista, los precios se disparan. Máxime si la fórmula se aliña con impuestos a la circulación, lo que encarece el transporte de mercancías. Con una economía menos competitiva y unos hogares empobrecidos, no parece una buena idea que los representantes del Estado -empezando por Felipe VI- luzcan en la solapa la insignia de ese plan económico y social, metido con calzador en las vidas de la gente corriente.

A vivir de 'papá Estado'

Los iluminados que trazan estos siniestros programas -que suelen acabar en desastre- obvian que el Estado no es un monstruo omnímodo que controla cada aspecto de la vida humana, sino una mera figura política a la que los ciudadanos confían las tareas que pueden mejorar el espacio en el que conviven y que por sí solos, de forma individual, no son capaces de realizar. Los ciudadanos pagan, ese ente estatal gestiona ese dinero y garantiza su seguridad y algunos servicios públicos. El problema es cuando las ideologías enfangan eso -cosa que sucede a diario- y se renuncia a las centrales de carbón o a las nucleares sin pensar en su efecto sobre el bienestar. O se impone una reforma laboral que exhibir como trofeo, pese a que espantará a empresarios e inversores y perjudicará al empleo.

O se sueltan diez burros en el monte porque es más eco-friendly-bio-sustainable que contratar a una cuadrilla de trabajadores para que limpie la maleza.

Iluminados, idiotez e ideas que atentan contra el bienestar y la lógica. Son tres conceptos indisolubles que aparecen tarde o temprano cuando llega el poder esa izquierda nociva que considera que la justicia social la garantizan los gobiernos; y no las relaciones económicas y sociales que se establecen en los individuos. Es el fruto de la vacuidad intelectual de personajes como Teresa Ribera o, peor, Alberto Garzón. Este último, fabricante de iniciativas que no distan mucho de las de sus predecesores ideológicos, que además son auténticos atentados contra la libertad individual.

La última ha sido la de restringir la publicidad de pastelería, helados, zumos o bebidas energéticas dirigida a menores de 16 años. “Tampoco se podrán anunciar bebidas, snacks o salsas con azúcares añadidos, o preparados con más de 225 kcal por cada 100 gramos”, explicaba este jueves su ministerio. En otras palabras: la responsabilidad que las familias han tenido históricamente sobre sus miembros la reclama una vez más el Estado; y, una vez más, uno de los siervos de una ideología que concibió esta estructura política como una forma de pastorear a los individuos. Y de pastorearlos, además, hacia el borde de un precipicio. Porque lo de los gorriones no funcionó ni ninguna fórmula de ese tipo suele ser efectiva.

Estamos rodeados y, lo peor, es que como se han puesto la capa de defensores de las causas justas, cualquier voz que disienta sobre su estupidez suprema es tildada de defensora de la barbarie. Pobres burros los muertos. Pobres borricos estos.

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