Opinión

Retorno al sentido común

Las dos grandes ideologías políticas de la historia han venido siendo el liberalismo y el socialismo. Para los liberales, el mundo evoluciona de manera natural mientras que para los socialistas hay que construirlo al gusto de quienes diri

Las dos grandes ideologías políticas de la historia han venido siendo el liberalismo y el socialismo. Para los liberales, el mundo evoluciona de manera natural mientras que para los socialistas hay que construirlo al gusto de quienes dirigen los movimientos políticos de izquierdas, que jamás fueron los trabajadores, sino élites políticas ajenas por completo a la creación de riqueza y muy alejadas del Estado de Derecho en el que las reglas morales, la ley y el derecho se fueron fusionando a lo largo de la historia.

Es una obviedad histórica que las más importantes instituciones sociales no las inventó nunca ningún gobernante ni intelectual, y menos aún de izquierdas, sino que resultaron el fruto de ideas que fueron madurando y evolucionando merced a su libre y progresiva adopción, merced –fundamentalmente- a su utilidad social: Lenguaje, Familia, Derecho, Justicia, Mercado, División del Trabajo, Moneda, Ciudad, Democracia, Estado, etc…y en España hasta las corridas de toros.

Los socialistas, recelosos de la evolución social, no dejan de estropear cuando gobiernan -una a una- dichas instituciones espontáneas empeorando así las bases fundamentales de la prosperidad de las naciones, lo que conlleva a los mediocres, cuando no pésimos como ahora, resultados económicos y sociales que logran. Por supuesto que hay ritmos y grados de deterioro diferentes: mucho peores –en España- los del socialismo del siglo XXI que los de las últimas décadas del anterior.

Además de su empeño constructivista, los socialistas tiene una visión holística del mundo en las antípodas de otra analítica y sometida a la prueba y al error. Frente a la arrogancia socialista que solo ha traído e impuesto desgracias conforme más radicalmente se aplicó, la modestia liberal plantea reformas fragmentarias que, si salen bien, siguen adelante, y si no, se rechazan, replicando así la epistemología de la ciencia.

Después de que Karl Popper demoliera filosóficamente el marxismo, en su memorable ensayo La miseria del historicismo (1957), una reciente investigación psico-sociológica del evidente éxito histórico de Occidente debida a Joseph Henrich, titulada irónicamente Las personas más raras del mundo (2021), ha venido a ratificar y fortalecer las tesis evolutivas -descubiertas por la escolástica salmantina- desde el origen de la humanidad, que encontraron en Friedrich Hayek su arquitecto filosófico contemporáneo. La muy sólida investigación empírica de Henrich aporta una tesis esencial para explicar la evolución -exitosa o fracasada de la humanidad- de las sociedades humanas desde su nicho ecológico inicial -la tribu familiar– a la sociedad “extensa” -según Hayek- occidental. Una característica psicológica esencialmente diferenciadora entre aquel mundo primitivo y el evolucionado u “occidental” es la visión holística de aquel, frente a la analítica del nuestro. Ni que decir tiene que el holismo, al carecer de propiedades empíricas, tiende a la metafísica, mientras que el pensamiento analítico –que puede ser contrastado empíricamente– se basa en la realidad y dio lugar a la ciencia y al progreso de la humanidad.

El éxito socialdemócrata, consistente en la extensión del Estado de Bienestar y su adopción por la mayor parte de los partidos “liberales”, hace tiempo que encontró sus límites, como puso de manifiesto la grave crisis sueca

La impertérrita misión de los partidos políticos de izquierdas siempre ha sido cambiar las cosas, típicamente para peor cuando optaron por su versión socialdemócrata y con consecuencias desastrosas cuando adoptaron la “dictadura del proletariado” comunista. La más elocuente experiencia socialdemócrata ha venido a ser Suecia, y la comunista, la extinta URSS.

Nuestro gran historiador de la economía, Gabriel Tortella, en su magna e imprescindible obra Capitalismo y Revolución [2018], sostiene muy fundadamente que la socialdemocracia ha muerto de éxito y el comunismo ha perecido absolutamente fracasado. El éxito socialdemócrata, consistente en la extensión del Estado de Bienestar y su adopción por la mayor parte de los partidos “liberales”, hace tiempo que encontró sus límites, como puso de manifiesto la grave crisis sueca de finales del siglo pasado, felizmente resuelta con reformas liberales.

Al efecto, el ensayo, La cuarta revolución [2014], escrito por dos prestigiosos analistas —Micklethwait (director) y Wooldridge (editor) de la revista The Economist— no pudo ser más oportuno. Su tesis central, que desarrolla la citada de Tortella, es que “los obesos estados occidentales, convertidos en niñeras omnipresentes, gobernados por políticos trocados en avestruces, tienen que cambiar para llegar a ser más pequeños, menos intervencionistas y más eficientes”.

En las circunstancias descritas, o el Estado abandona sus anacrónicas prácticas y asume, como el mundo empresarial, los nuevos factores que determinan la optimización de la gestión de los recursos, o se convertirá en un artefacto cada vez más inútil para la sociedad a la que debe servir.

Como nos enseñó el prestigioso premio Nobel de economía Ronald Coase, “la dimensión de los gobiernos cuando es muy grande genera productividades negativas, lo que conlleva a que cualquier función adicional que asuma hace más daño que bien”. Algo que ignoran continuamente nuestros políticos socialistas.

La “cuarta revolución” —una imperiosa necesidad para que Occidente sobreviva con éxito— implicará que el Estado:

-Deje de hacer lo que pueden hacer otros mejor (privatizaciones).

-Recorte los subsidios que pagan muchos en beneficio de pocos.

-Reforme los derechos a prestaciones: sostenibles a largo plazo y dirigidas a las personas que realmente las necesitan.

Tres crisis muy severas

Cuando, por la vía democrática, los socialistas han accedido al poder con alternancias con partidos de derechas, siempre cambiaron -en diversos grados- las reglas del Estado de Derecho para empeorarlas y la economía para estancarla, limitando así el potencial crecimiento de la prosperidad económica y social.

En la España democrática de nuestros tiempo –siglo XXI- el PSOE cuando ha gobernado, ha introducido cambios institucionales perjudiciales para buena marcha del país, empeorado el crecimiento económico y aumentando el desempleo y la deuda pública.

En los tiempos recientes, tres países próximos cultural o geográficamente, sufrieron crisis muy severas por sus excesos socialdemócratas: Argentina, Suecia y Grecia. Argentina intenta, por fin, salir de su deriva tercermundista; Suecia aprovechó su crisis para acometer con éxito las reformas de la -antes citada- “Cuarta revolución”; y Grecia, poco a poco y a muy duras penas trata de recuperar su largo tiempo perdido.

¿Qué hará España cuando el actual desgobierno dé paso a una nueva etapa política?

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