Opinión

Reunirse con uno mismo

Aunque parezca broma, no lo es. El cisma existente entre podemitas y socialistas es de tal magnitud que, ante lo que supone para la parte económica del gobierno, encabezada por

Aunque parezca broma, no lo es. El cisma existente entre podemitas y socialistas es de tal magnitud que, ante lo que supone para la parte económica del gobierno, encabezada por Nadia Calviño, tener que ir parcheando a diario las ocurrencias de Yolanda Díaz, han decidido la peor solución de todas. Van a reunirse semanalmente para coordinarse. Como si las reuniones previas al consejo de ministros, y éste en sí mismo, no fueran suficientes. O sea, que están en vías de reunirse para coordinar que la coordinación esté bien coordinada debido a que se ha coordinado coordinadamente. El señor Garamendi, de la CEOE, ha dicho que él no piensa entrar en el juego de decir a quién quiere más, si a papá o a mamá, curiosa manera de referirse a las ministras Calviño y Díaz.

El asunto es la reforma laboral, el nuevo caballo de batalla que los podemitas han encontrado para desgastar a la parte socialista de ese monstruo bicéfalo que llaman gobierno. Entiéndanme, no se trata de ver quién es más eficaz o mejor gestor o propone ideas más ventajosas para la ciudadanía y la que tenemos encima. Ni siquiera para demostrar que hay una parte del Gobierno que es mucho más de izquierdas que la otra. Lo que aquí se ventila es el órdago que Díaz lanza día sí y día también en un intento a la brava de consolidarse como máxima referente en Podemos de cara a unas futuras elecciones generales. Porque tal parece que esté en campaña constantemente. Elecciones que, con permiso de los sesudos analistas – los analistas siempre son sesudos, así como los robles son añejos y las cajitas de porcelana, delicadas -, uno diría que están más cerca que tarde. Digo esto a tenor de las medidas populistas que saca el señor Sánchez de su chistera a base de pagas y reducción de la masa intelectual de los jóvenes. Vale la pena recordar que el presidente ya lleva dos estados de alarma declarados ilegales por el Constitucional, básicamente por no haber permitido al parlamento la fiscalización de su gestión en la pandemia. Traducido: el alto tribunal le dice al gobierno que secuestró con intención, premeditación y acaso dolo a la soberanía nacional que reside en la cámara. Dice más el Constitucional, y es que Sánchez no debía haber delegado en las Comunidades autónomas las medidas ante la crisis pandémica, aquello de la cogobernanza, ¿recuerdan?

Es decir, si sumamos esta debilidad, que nace en la misma mesa del consejo de ministros debida al enfrentamiento a cara de perro entre los dos socios de gobierno, más el jarro de agua fría que le han echado a los presupuestos a Sánchez, que los había redactado en función de las cuentas de la lechera partiendo de un crecimiento que no será, ni de lejos, el que se decía desde el ministerio de Nadia Calviño, ¿a alguien le sorprendería que se convocasen elecciones en primavera, por decir algo? Sé que muchos dirán que el presidente no quiere convocarlas ahora porque las encuestas no le son favorables y yo lo acepto, siempre que me aseguren que dentro de un año serán mejores. Como dudo que así sea, porque el desgaste del PSOE es tremendo y en cada nueva encuesta – menos en las de Tezanos – pierde otra hoja de su árbol, tengo para mí que el recalculando de presidente que tenemos pensará que hoy mejor que mañana.

A los que vivimos en Cataluña esto no nos sorprende, porque lo mismo pasa en el gobierno catalán. Dos partidos, Junts y Esquerra, que se votan en contra en la cámara, que se ponen de chupa de dómine en las redes sociales, palanganeros mediante, y dos líderes, Junqueras y Puigdemont, que no pueden verse ni en pintura. Eso sí, la coordinación que no falte. Hay que coordinarse, esta es la consigna en Moncloa que, al igual que en Palau, saben que una vez desalojados del despacho oficial por las urnas será difícil que vivan, cobren y tengan sus egos tan colmados como hasta ahora.

Así las cosas, lo mejor que puede hacer Sánchez es reunirse consigo mismo. Seguro que no se lleva la contraria.

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