Es indudable que la salida de Puigdemont de la cárcel, aunque sea bajo fianza y con condiciones (no se olvide), da oxígeno al muy asfixiado procés, tan necesitado de bocanadas que incluso trata de colar que la admisión a trámite de una demanda ante la ONU por supuesta violación de derechos políticos es equivalente a una resolución condenatoria contra España. Nada más lejos de la realidad, pero todo les ha valido, todo les vale y todo les valdrá para mantener su apuesta imposible, de la que, a estas alturas, ya no pueden bajarse.
La resolución del juez alemán, que por cierto no detecta vulneración alguna de los derechos políticos de Puigdemont, ni tampoco parece dudar de la existencia de malversación de fondos públicos, a pesar de que haya reclamado más información, es un revés judicial y nada más que eso. Ni un drama, ni una desautorización democrática, ni la condena a un estado “franquista”, ni ninguna de esas cosas que, malo es que las tengamos que escuchar de los independentistas, pero peor es que nos las creamos, siquiera un poquito. De hecho, muchos destacados juristas españoles, nada sospechosos de veleidades independentistas pero serios y solventes en sus análisis, comprenden y nos explican la resolución el juez alemán con una tranquilidad y frialdad que nos vendría bien imitar.
Pero en lugar de eso nos empeñamos, pertinaces, en ese ritual de autoflagelación, tan transversal políticamente que resulta ser una de las armas más eficaces de los secesionistas. Nuestra izquierda aún desconfía del mismo término España, fijándose más en su vinculación al franquismo que en los muchos ejemplos de modernidad y genio que abarrotan nuestros libros de historia (lo que pasa es que hay que leerlos). Mientras, nuestra derecha sigue prisionera de aquella frase lapidaria de Cánovas de que “Son españoles los que no pueden ser otra cosa”, desconfiando de toda libertad, incluso de la de mercado. Nos duele España como al muy bilbaíno Unamuno pero parecemos incapaces de reivindicarla y disfrutarla con sosiego y normalidad, con sus defectos y sus aciertos. “Es que lo que pasa aquí no ocurre en ningún sitio”. ¿Cómo que no?
Seguimos empeñados en convertir simples reveses en inaceptables causas de honor, algo que queda muy de Fuenteovejuna, pero que no nos lleva a ningún sitio
La clase política del Reino Unido ha destruido el futuro de su país, quien sabe si de forma irreversible, por un referéndum demagógico que solo pretendía calmar a una parte de la bancada conservadora. Los partidos franceses tradicionales, a derecha e izquierda, no es que tengan los graves problemas que presentan aquí el PP y el PSOE, es que simple y llanamente han desaparecido del mapa, barridos por el partido recién creado por Macron. Aquí nos apuramos porque tuvimos que repetir elecciones y porque el proyecto de presupuestos 2018 está en el aire, pero en Italia la estabilidad política brilla por su ausencia hace muchas décadas, mientras los populistas suben y un Berlusconi-Guadiana aparece y desaparece de la vida política cada poco, y nunca para nada bueno. De lo que pasa en los Estados Unidos casi mejor no ocuparse.
Todo eso ocurre delante de nuestras narices y, sin embargo, nunca dudamos de que esas democracias, imperfectas como la nuestra (puede que alguna más que la nuestra) siguen siendo países plenamente legítimos y democráticos, que superarán esos problemas y otros que les vengan. No aplicamos esa lógica tan razonable a nosotros mismos, empeñados en convertir simples reveses en inaceptables causas de honor, algo que queda muy de Fuenteovejuna pero que no nos lleva a ningún sitio.
Así que bueno es no ser supremacistas como Puigdemont y los suyos, pero tampoco hace falta ser “inframacistas”. España es un país, si lo prefieren una nación en sus múltiples significados, que ha pasado por momentos terribles, como muchos otros países, de los que, como ellos, ha salido a veces muy mal y otras veces considerablemente bien para lo que había. Como los demás, ni más ni menos, ni peor ni mejor.
Son los independentistas quienes tiene problemas de verdad. Porque no solo han arruinado Cataluña y han perdido las elecciones, sino que por mucho que lo intenten no podrán esconder detrás de una parte de una resolución de un juez territorial alemán, que Europa les ha dado la espalda completamente, mientras ellos creían que en las capitales de la Unión seguirían encontrando en vigor la imagen de España como pintoresco país de trabucos, bandoleros, guitarras y siesta. Fidelio, Carmen, El barbero de Sevilla, Don Giovanni o Las bodas de Fígaro son óperas maravillosas, pero no son el acta de lo que es España, si acaso signo de la atracción que nuestro país ha ejercido siempre sobre personas de otros lugares, que hoy se manifiesta en los millones que nos escogen para visitarnos.
Así que mejor no hagamos un mundo de lo que no es más que una contrariedad. A mí lo que me desazona de verdad al tratar de hablar de la resolución del juez es mi dificultad insuperable para pronunciar el nombre del Lander en el que desempeña su labor: Schleswig-Holstein. Será que no tengo honor.
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