La cultura asfixiante de nuestra política acaba de encumbrar a Trapiello. Le han marcado con la letra ‘R’ de revisionista, lo que le otorga ese aura dorada reservada a los intelectuales “malditos”. La portavoz adjunta del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid criticó la concesión de una medalla al escritor porque "no se puede premiar el revisionismo de la historia que él representa”. Ante el revuelo ocasionado, el ministro de Cultura de la propaganda se ha apresurado a disimular el mal olor.
Les incordia Andrés Trapiello porque, entre otras cosas, escribió un libro, Las armas y las letras, que enterró prejuicios y lugares comunes al exponer de forma minuciosa el papel de los intelectuales durante la Guerra Civil. El libro va revelando el clima intelectual a través de los hechos, con aportaciones y testimonios gráficos y escritos. La crueldad y la ferocidad cainita de los juicios políticos contra los intelectuales del otro bando, las lealtades y las traiciones, las presiones y amenazas que los escritores recibían para firmar un manifiesto político, hablar en la radio o mostrar adhesiones públicas en actos patrióticos. Las aireadas columnas en las que se señalaba públicamente al siguiente intelectual que habría de ser purgado eran el aviso definitivo para hacer las maletas y marcharse del Madrid republicano. Ortega, Azorín, Marañón o los Jiménez contaban con los medios pero otros tuvieron peor suerte. Algunos como Alberti mejoraron su calidad de vida y hasta engordaron durante la guerra.
A todos los que hayan leído el libro les inquietará como mínimo nuestro lenguaje propagandista, ese tono entre combativo y oficialista que hoy se impone en nuestra política
Revisionista, dicen. Trapiello recoge la fraseología grotesca del español que incitó al conflicto por el conflicto en aquellos años. Vemos cómo el lenguaje grotesco se va apoderando de la política y de las mejores plumas, envueltas en una “existencia esquizofrénica”. A todos los que hayan leído el libro les inquietará como mínimo nuestro lenguaje propagandista, ese tono entre combativo y oficialista que hoy se impone en nuestra política. Ese tono burocrático y repelente de los voceros propagandistas que hacen juicios políticos a intelectuales o columnas para concienciar a los votantes porque votar a esta derecha es inmoral e imperdonable.
Vivimos también hoy en un ambiente político donde hay cierta querencia por el relato de ficción guerracivilista. La generación que no ha vivido la guerra construye con gran frivolidad un relato de malísimos y buenísimos. Trapiello incordia porque escribe que “todo en las guerras es injusto, de la misma manera que todo en ellas puede llegar a hacerse necesario. Sobre estos particularismos jamás se pondrán de acuerdo ni los moralistas ni los filósofos”. Volviendo al relato de ficción, decía Juan Claudio de Ramón que hay un deseo a deshora en la izquierda de tener un relato de liberación, buscan “derrotar el fascismo a deshora”. “Pero buscar esto en 2021 implica travestir de fascista a medio país, lo cual es profundamente perturbador para la convivencia. Si quieres ser antifranquista en 2021 tienes que inventarte que todavía hay franquistas”.
Cultivado fanatismo
La pasiones políticas van mutando, pero también vemos algunas lealtades hacia un relato simple e ideologizado. Es así como, alegremente, algunos retoman el mito de las dos Españas, o los mitineros emplean la terminología de esta época como arma política. Es parte de una fábula pintoresca que, como dice John Müller, establece una diferencia entre “la izquierda que quiso 'ganar' moralmente la guerra civil y la que prefiere perderla otra vez buscando revancha o librándola a toro pasado”. Hay un aire de fanatismo vagamente cultivado en esta costumbre de emplear términos propagandísticos con aire combativo o de señalar públicamente a intelectuales como Savater o Cercas que rompen con el discurso políticamente correcto en el medio inadecuado.
Esta semana le ha tocado el turno a Trapiello. El autor describe cómo “toda la fraseología tabernaria y bergaminesca” que toma forma en los periódicos fue creando una atmósfera afixiante que esclerotizaba el pensamiento. Cuenta también que J.R.J. sintió miedo y huyó. “Siempre dijo que por motivos profesionales. Era una verdad a medias”. Juan Ramón había prestado atención a las palabras, sabía que había algo vagamente oscuro en aquel lenguaje ideologizado. Decía que “con la poesía se pueden salvar muchas cosas que están en peligro”. Su libro Guerra en España puede dar más detalles del clima de aquellos días. Un libro crucial en su obra, según Trapiello.
Añade el autor que en aquellas notas se percibe “el tono, sobrecogedor, del crepúsculo”. Podemos distinguir el tono del crepúsculo por medio del lenguaje, y esto se concibe principalmente por un rasgo un tanto impreciso, pero definitivo: el lenguaje se vuelve pobre y deshumanizador. En 1936 se emplearon términos como ‘babosa’, o ‘gusano’ contra JRJ.
No parece muy progresista que la política siga utilizando como mito central, identitario, la Guerra Civil, ni que se hable de franquismo con naturalidad en una democracia consolidada
No parece muy progresista que la política siga utilizando como mito central, identitario, la Guerra Civil, ni que se hable de franquismo con naturalidad en una democracia consolidada o se acuse a una de nuestras mejores plumas de revisionista. Esto puede tener un tinte sobrecogedor cuando este imaginario colectivo se remueve y se mezcla con un lenguaje tan ideologizado, frío y vacío.
Recoge Trapiello también un escrito de J.R.J. en el que habla de que los intelectuales no tenían a veces conocimiento de lo que decían. “Eran señoritos imitadores de guerrilleros y paseaban con sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos de monos azules muy planchados”. “Monos de sastre”, diría en otra ocasión. La mayoría de las personas que hoy emplean este lenguaje ideologizado lo hacen como sinónimo de otras palabras, como pistolas de juguete.
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