Apareció con el semblante afable de siempre. No puede el Rey mostrarse enojado en Nochebuena. Paz y amor. Su mensaje, sin embargo, le salió cejijunto, como cuando la jura de Sánchez tras la investidura. Ese rictus severo, esa mirada airada, sin teatrales disimulos. El discurso navideño del Rey se elabora en Zarzuela pero se censura en Moncloa, por lo tanto, no mucho cabe esperarse de la tradicional ceremonia.
Pero hubo sorpresa. La afable perorata Real sonó a puñetazo en la mesa, a fiero reclamo en defensa de la Constitución y contra las maniobras antidemocráticas del gran narciso. Que el jefe de un Estado europeo, moderno y democrático se vea obligado a centrar sus palabras de fin de Año en la defensa de la Constitución ya es estrambótico. Pero que esas advertencias vayan dirigidas al presidente del Gobierno y a sus socios, una turba reaccionaria que vive aún en las cavernas del carlismo y la patraña, ya roza lo demencial. Así están las cosas en esta España de finales del 2023 que se apresta a aprobar en el Parlamento una Ley de Amnistía que obliga al Estado de pedir perdón de rodillas a los cuatreros que intentaron derribarlo entre la impotencia de la Justicia y la inoperancia de una clase política que no acierta con la fórmula por darle un vuelco a la situación. "Sin Constitución no hay democracia. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad", sentenció el Rey, harto de repetir una verdad consagrada e intocable. Hasta aquí hemos llegado, era la traducción literal del verbo navideño de un Monarca que ya no oculta su frontal rechazo al destrozo feroz de la instituciones.
Las palabras del Rey, en esta noche fundamental y casi iniciática, han resultado decisivas. Y la fotografía de la Princesa, allí al fondo, tímida y resuelta, aún más. Un flashazo de futuro, una llamarada de esperanza
Dijo Sánchez, días atrás, que ha levantado un muro para que la ultraderecha no pueda entrar al tablero del juego político. Una variante de aquel 'cordón sanitario' de los separatistas catalanes que derivó en el pacto del Tinell. Cabe imaginar de qué lado del muro ha colocado a Felipe VI, a quien ha dedicado en las últimas semanas unos cuantos gestos desconsiderados. El Rey aprovechó la Nochebuena para invocar el valor de la Carta Magna, que cumple 45 años, y la defensa de cuanto hasta ahora ha significado en la prosperidad y el progreso de la Nación. La unidad, el respeto, la dignidad, la estabilidad, los valores, fueron sus referencias permanentes en este relevante mensaje implacable y casi dramático para nuestro discurrir democrático, en el que algunos de los fantasmas más temidos se han convertido ya en realidad. Someterse al dictado de un forajido golpista, huido de la Justicia y empeñado en inventarse una republiqueta que jamás existió, va mucho más allá de lo soportable. Negociar en un país ajeno con un verificador salvadoreño un acuerdo sobre una ley herrumbrosa y tóxica tampoco entra dentro de los parámetros de un Estado de derecho racionalmente establecido.
Hay Rey, tenemos un Rey responsable, maduro, inteligente, quizás no demasiado audaz, tampoco hace falta, ni excesivamente afectuoso. Pero un firme defensor de la libertad y la democracia
El Rey ha lanzado un grito ahogado ante una situación que se torna tan peligrosa como inaceptable. Por momentos, el horizonte se ha colmado de un oscuridad tenebrosa, como si jamás llegara el día. Por eso las palabras Regias, en esta noche fundamental y casi iniciática, deben resultar decisivas. Y la fotografía de la Princesa, allí al fondo, tímida y resuelta, aún más. Un flashazo de futuro, una llamarada de esperanza, una invocación a que hay salida. Hay Rey, tenemos un Rey responsable, maduro, inteligente, quizás no demasiado audaz, tampoco hace falta, ni excesivamente afectuoso, salvo lo justo. Pero tenemos un Rey que frenó en el 17 a los golpistas del tres per cent y que se muestra decidido a defender a quienes, en sus palabras, 'son los legítimos titulares de la soberanía nacional, esto es, los españoles". Insistir enfáticamente en esta aseveración, lejos de cansino, resulta urgente, necesario y, cada día más, imperioso. Las advertencias del Monarca, con el ceño fruncido y la garganta discolada, retumbaron como una advertencia estruendosa en el muladar de la Moncloa. Una invocación a la libertad antes de que todo sea silencio.
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