Opinión

Rebeca y Juan Carlos

El hecho de que el rey emérito pueda haber tenido conductas reprochables no significa que en la Transición no tuviera un papel fundamental para nuestra democracia

La polarización es un fenómeno político del que nada se escapa, ni la Liga, ni la gestión de la pandemia, ni la valoración de cualquier tipo de persona o celebridad. Es una bifurcación sin tercera vía, una dicotomía sin matices, un elija héroe o villano del que Juan Carlos I y su figura tampoco escapan, por muy lejos que éste se marche. Desde que conocimos el comunicado de su marcha reconvertida  en unas vacaciones o huída, los representantes de cada una de las opciones coparon los medios de comunicación para emitir su juicio sin vacilación, sin peros. Unos aseguran que es un héroe español al que el gobierno bolivariano, más la cruel Corinna han mancillado su honor obligándole a partir para ahorrar sufrimiento y que tras estas vacaciones volverá a su casa, Zarzuela. Otros, afirman que se está haciendo un Puigdemont, que no responderá ante la justicia y que su culpabilidad obliga a Felipe VI a abdicar y proclamar la República en España.

Muchos de ustedes conocerán la novela de la inglesa Daphne Du Marier de 1938, Rebeca, que inspiró a Hitchock para la película del mismo nombre. Trata de una joven que, se casa en segundas nupcias con un adinerado viudo, que ha conocido brevemente en Montecarlo, propietario de una mansión emblemática llamada Manderley. Cuando llega a la casa, se encuentra con la sombra de su primera esposa, una mujer carismática a quienes todos adoran, admiran y añoran. La recién casada, tímida y desclasada, comienza a sufrir lo que en psicología se denomina el síndrome de Rebeca debido a esta novela. Unos celos basados en la idealización de la primera esposa reconvertida en un fantasma, sin defectos, una mujer con todo tipo de virtudes que falleció en un accidente en el mar.

En este punto, el lector debe saber que voy a destripar el argumento de la novela, así que si no quiere usted saberlo, pare ahora...

Virtudes y defectos

Sin embargo, descubre por boca de su marido, que Rebeca era una persona horrible, manipuladora, cínica, adúltera, soez, a la que él mismo asesinó, ante el chantaje de tener que dar sus apellidos a un hijo que esperaba y que no era suyo, bajo pena de un escándalo que se llevaría el buen nombre de la familia por delante. En la primera parte, la novela va perfilado a cada uno de los personajes según la superficialidad de las convenciones; hasta que en la segunda, la realidad emerge dura, con matices, desidealizando a cada uno de ellos para hacerlas personas creíbles con sus más y sus menos, con sus virtudes y defectos, manejados también por la fuerza de la coyuntura.

Volviendo a la vida real, la trama que nos ocupa con certeza tiene más pliegues y giros que la novela en cuestión. Los personajes son más complejos, tienen más recorrido vital e intereses y motivaciones, imposibles de despachar con un valoración sin matices. La historia tiene implicaciones políticas, por el aprovechamiento que muchos realizan para poner en tela de juicio la monarquía parlamentaria gracias a las sospechas de su supuesta utilización torticera a manos del emérito. Y además, están los procesos judiciales en marcha, los relacionados con Villarejo y en Suiza, todos con una protagonista, Corina, que busca maximizar su estrategia de defensa gracias al apoyo de una operación de relaciones públicas y filtraciones interesadas en medios de comunicación, mientras que Zarzuela permanece silente.

 

En la trama de Juan Carlos hay muchos intereses involucrados, económicos, políticos, históricos, de Estado. La Justicia tendrá que hacer un complicado trabajo para desenmarañar la trama

Como en Rebeca, desconfíen ustedes de las primeras apariencias, de las tramas evidentes, de los personajes perfectos, de las víctimas y villanos sin coyunturas que los empujen a realizar sus actos. En la trama de Juan Carlos hay muchos intereses involucrados, económicos, políticos, históricos, de estado, la Justicia tendrá que hacer un complicado trabajo desenmarañando la trama, mientras en el juicio paralelo que se está celebrando en las salas de lo penal de cada hogar español no sirve la inviolabilidad, como tampoco la prescripción o el aforamiento.

Los juicios paralelos que suelen acabar en “pena de telediario” no tienen las garantías que los procesos judiciales, son más rápidos, menos rigurosos y sin posibilidad de recurso de alzada. Pero al menos, no caigan en la polarización del héroe o villano, en inocente o culpable, porque recuerden, que en la vida real el hecho de que Juan Carlos pudiera haber tenido conductas reprochables legal y éticamente, no significa que en la Transición no tuviera un papel fundamental, o que Felipe VI no sea digno de ostentar la Jefatura del Estado. Estamos en los primeros capítulos, no tengan prisa por llegar al desenlace de la trama.

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