En ajedrez hay una posición llamada zugzwang en la que, básicamente, hagas el movimiento que hagas, pierdes o empeora tu posición. Este tipo de situación, naturalmente, viene determinada por las jugadas del contrario y/o por tus propios errores. La ansiedad que genera este tipo de escenarios es evidente y, muy probablemente, derivan en inacción o en posición defensiva. Esto es algo más habitual de lo que parece en la vida normal y en la política en particular, los distintos intereses se suelen traducir en un juego estratégico no visible pero que tienen una estructura claramente situada en la llamada "Teoría de juegos", en todas sus variantes en función del momento, la prioridad, la necesidad y la posibilidad.
Esta visión, digamos estratégica, de la política nos lleva a episodios y operaciones como las que estamos viendo en nuestro país en referencia a la Corona. El último de ellos lo hemos visto en la reciente visita del rey Emérito a Sangenjo. Más allá del escenario, gesticulación, puesta en escena y desarrollo de la visita, lo realmente relevante lo encontramos en la utilización política de la misma, diría más aún, la manipulación ideológica de la figura del rey Emérito como ariete para continuar con la paulatina laminación de la institución monárquica en nuestro país. La narrativa que se está creando solo tiene el objetivo de poner en una situación reputacional y estratégicamente imposible a la institución.
Los ataques que sufre la Corona, la judicatura, las Fuerzas Armadas y las de Seguridad el Estado no son simples episodios anecdóticos, responden a una clara intencionalidad
En nuestro país parecen haberse conjurado todos aquellos que viven en una especie de bucle infinito de melancolía revanchista cuyo sueño húmedo es el fin de la democracia que nos dimos en la Transición. Nos encontramos todo tipo de taxonomías populistas, desde movimientos centrífugos separatistas hasta este nihilismo otrora de izquierdas que, al quedarse sin referentes ni metarrelatos, han abrazado con la misma hybris revolucionaria de antaño el identitarismo más rancio y los relatos más pueriles de nuestra contemporaneidad (veganismo, cultura de la cancelación…). Como decía, esta comunión de intereses, sabe muy bien cuáles son los pilares, cimientos y debilidades de un estado democrático y de sus instituciones. Por ello, los ataques que sufre la Corona, la judicatura, las Fuerzas Armadas y las de Seguridad el Estado no son simples episodios anecdóticos, responden a una clara intencionalidad y están incardinados en una planificación que trata de destruir las bases de la democracia.
Naturalmente, es fácil detectar quiénes forman parte de este frente populista contra nuestras instituciones, por un lado tenemos el brazo mediático (por acción u omisión bien pagada) y por otro al elenco de formaciones políticas separatistas y el conglomerado difuso y confuso del “podemismo”. El problema lo encontramos cuando desde las instituciones se ataca a las propias instituciones sin el más mínimo sonrojo o pudor democrático. No me refiero al siempre locuaz Rufián, que al fin y al cabo solo cumple diligentemente las órdenes que recibe de Barcelona. El problema es cuando un ministro del Gobierno (que por cierto nos debería representar a todos, no solo a los que les han votado) se dedica a insultar y a verter graves acusaciones al rey Emérito. El aprovechamiento perverso para dañar la imagen de la Corona es constante, si hay que insultar, se insulta; si hay que saltarse la presunción de inocencia, se salta; si hay que mentir, se miente. Todo sea por el bien superior de la comunión populista de intereses que no es otra que la demolición de nuestra democracia y el advenimiento de una República plurinacional de corte bolivariano y tintes autocráticos.
Si todo esto acabase con los sospechosos habituales, con los que añoran las “repúblicas democráticas” de más allá del telón de acero, con los que sueñan con naciones inexistentes y separaciones imposibles, la capacidad de daño sería limitada. La cuestión es que, como decía, jugando al “entrismo” están utilizando las instituciones para destruir a las instituciones y el marco constitucional. Este escenario se complica aún más por la actitud de la “otra parte” del Gobierno, la que heredera del socialismo integrador. Me estoy refiriendo a las declaraciones de la portavoz del Gobierno cuando decía que el Rey Juan Carlos “ha perdido una oportunidad para pedir disculpas”, entre otras declaraciones en la misma línea. Como vemos, todo el Gobierno ha abrazado el mismo relato respecto al rey Emérito con la diferencia en el grado de intensidad y adjetivación del ataque. El daño y objetivo principal ante este marco narrativo no es el Rey Juan Carlos, es la institución, clave de bóveda de nuestro sistema democrático.
Si solo desde la derecha se defienden los símbolos e instituciones básicas de nuestro país entramos en el juego polarizador que tan bien le va al populismo para crear una artificial clima de enfrentamiento social
Pero ¿aquí acaba todo? Lamentablemente no, estamos ante un patrón que se repite y que está en el ADN de la operación de desprestigio contra los símbolos de nuestro país (como la bandera). Me explicaré, la jugada parece estar inspirada en el llamado “dilema del prisionero”, y que en este caso, por la ausencia de una defensa clara y sin matices de las instituciones y símbolos del Estado por parte del socialismo instalado en la Moncloa, deja en una situación imposible a la Corona. Esto es, si solo desde la derecha se defienden los símbolos e instituciones básicas de nuestro país, caemos en la politización de las mismas y entramos en el juego polarizador que tan bien le va al populismo para crear una artificial clima de enfrentamiento social (paso previo y necesario pero no suficiente para lograr sus objetivos). La paradoja es que si la derecha calla, nadie defiende a la institución, si la derecha habla, se entra en el juego populista. Estamos ante la posición “zugzwang” con la que comenzaba el artículo, por lo que la pregunta sería en si hay alguien en el Gobierno que tenga visión de Estado y vea más allá del interés cortoplacista y electoralista, alguien que anteponga el bien común a continuar una legislatura agónica en la que se están cediendo y dañando pilares fundamentales de nuestra democracia.
Pedir disculpas
Por último no puedo no acabar con una reflexión, a colación de lo que decía la ministra portavoz respecto a que el Rey Juan Carlos debería pedir disculpas. Primero, lo básico. Cualquier ciudadano es inocente si no se demuestra lo contrario, cualquier español es libre para circular por nuestro país por dónde le vega en gana, cualquier persona es libre de decir lo que quiera decir y callar lo que quiera callar. Y me pregunto, ¿el Rey Juan Carlos debería pedir disculpas por haberse jugado la piel para traer la democracia a nuestro país? ¿Debería pedir disculpas por haber logrado cimentar una democracia por la que hasta un ministro comunista como Garzón pueda decir libremente las tonterías a las que nos tiene acostumbrados? ¿O es que el problema no es el Rey Juan Carlos y sí una democracia plural e inclusiva como la que nos dimos en la Transición?
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación