Opinión

20-O: el otro discurso del Rey

20-O: el otro discurso del Rey
El rey Felipe VI y la familia real, en un acto en Oviedo. Casa SM el Rey

La zozobra institucional de España ha encontrado un salvavidas en la Monarquía. El liderazgo del Rey y la presentación en sociedad de la princesa Leonor, aka cadete Borbón Ortiz, han convertido a la Corona en la única certeza a la que agarrase ante tanto navajeo. El octubre fantástico de Felipe VI culminará el 31 con el juramento de su hija, la futura Reina. El éxito está garantizado.

Los actos monárquicos de estas semanas han tenido un eco quizá mayor del esperado. Están en la conversación. Y no es solo por su vistosidad, emoción y colorido; o detalles como el del cadete en la recepción de la Fiesta Nacional: "¡Qué guapa estás, Borbón!", le dijo. Lo estaba. Si no también por el saber estar de la familia real y una exhibición de sentido de institucional a la que desgraciadamente nos hemos desacostumbrado en los últimos tiempos.

Todo esto ha sucedido mientras el Congreso de los Diputados cumple dos meses cerrado, se negocia una amnistía de la que no sabemos nada más allá de que nuestro Gobierno va a permitir el regreso a España de Carles Puigdemont, limpio de polvo y paja y no esposado, y el PSOE y el PP utilizan el Tribunal Constitucional como campo de batalla de sus miserias. Y eso en el patio doméstico, porque en nuestro oriente más próximo tenemos un conflicto bélico de consecuencias imprevisibles para la estabilidad mundial.

El otro discurso del Rey

Por eso, la segunda parte de la intervención de Felipe VI en la entrega de los premios Princesa de Asturias es uno de los discursos más importantes de su reinado. Y hay que felicitar a su speechwriter y al equipo de Zarzuela por encontrar las palabras adecuadas en el momento justo. El discurso del 20-O no tiene la gravedad del 3-O, ni la liturgia, ni por supuesto se le puede comparar en el contexto. Pero la oportunidad y el contenido compiten en importancia con aquel.

El Rey viajó de lo general a lo particular en una invitación a la reflexión colectiva dirigida a todos los poderes del Estado y a los partidos -todos- sobre lo que nos jugamos como país. La mención al conflicto entre israelíes y palestinos ha sido el único contenido político sobre la materia que ha puesto en valor el papel de España en la región. Nadie había recordado hasta ahora que fuimos importantes en la lucha por la paz en los santos lugares, que Isaac Rabin y Yasser Afarat compartieron premio en Oviedo hace no tanto tiempo y que el rey Jordania también estuvo en el Campoamor.

El Rey también lanzó una mirada hacia el futuro. El futuro de España, el de todos, el del país en el que reinará su hija Leonor. Y no necesitó mencionar a nada y a nadie. Felipe VI nos interpeló a todos, incluidos los medios de comunicación, para recordarnos que las democracias también se joden. Que ya pasó hace no tanto, aunque lo hayamos olvidado. Y que el justo medio es una aspiración y no sólo un tema de Aristóteles a desarrollar en la selectividad.

La democracia, en riesgo

El Rey apeló al "sentido de la responsabilidad". Y recordó la "fragilidad" de "los principios y valores" que inspiran nuestra democracia. Y lo fácil que es perderlos.

"En días como el de hoy, tenemos que ser muy conscientes de todo lo que hemos alcanzado como Nación, de todo lo que hemos construido y prosperado, con tanto esfuerzo; de lo necesario que es conservarlo y preservarlo, de aquello que lo pueda erosionar y de que debemos cuidar lo mejor de nuestra historia", dijo Felipe VI.

"Son muchos nuestros problemas, y las soluciones llegarán −como siempre ha sucedido y demuestra la historia de España− de la unidad, nunca de la división", añadió.

Que lo enmarquen. Lo dijo el Rey: "Si queremos construir algo que trascienda y tenga sentido, la colaboración y el compromiso de todos es más imprescindible que nunca". Nuccio Ordine hubiera estado feliz de escuchar el discurso. Y mi padre, que lo tenía entre sus autores de cabecera, también. Manos a la obra.

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