Opinión

El ruido y el Rey

Felipe VI ha regenerado la institución monárquica sin contemplaciones hasta el punto de echar a su padre de la Casa

El 22 de diciembre de 2015, el día del sorteo de 'el Gordo' de Navidad, el secretario general del PSOE esperaba en la escalinata del Palacio de la Moncloa a que le recogiera el coche. Por supuesto, hacía frío, el suficiente como para no permanecer inmóvil y sin abrigo a esa hora de la mañana. Pedro Sánchez acababa de negar a Rajoy su apoyo para la formación de un Gobierno de coalición. Ni siquiera se llegó a sentar del todo en uno de los sofás de la sala donde se encuentran colgados los cuadros de Miró, antes de decirle al presidente del Gobierno que no. Por supuesto, no quiso tomarse un café. Se limitó al “no es no” y rompió la escena. El bloqueo político de España empezó esa mañana de invierno de 2015, dos días después de las elecciones generales en las que solo la suma del PP y PSOE alcanzaba la mayoría absoluta con la crisis del euro sin finalizar. Mientras regresaba el vehículo para recoger a Sánchez, la espera se hizo eterna para los colaboradores de ambos dirigentes. Uno de esos momentos en los que nadie sabe qué decir. La unidad política quedó bloqueada.

Cuatro años después de aquella escena que bloqueó la política española, Pedro Sánchez conseguía ser investido presidente del Gobierno por primera vez. La legislatura del “Gobierno de coalición progresista” se ha volatilizado como los ahorros de millones de españoles en fondos de inversión y planes de pensiones. El Covid-19 ha disuelto el proyecto en cuestión de horas a pesar de las veces en las que su letalidad ha sido negada por las autoridades. A Sánchez y a Iglesias les acompañará durante esta crisis el consejo dado por su portavoz de emergencias sanitarias, Fernando Simón, para que los españoles fueran a manifestarse el 8 de marzo, porque es lo que “le he dicho a mi hijo”. Los fallecidos se cuentan ya por centenares y los enfermos van camino de un par de decenas de miles en la lista oficial. El Gobierno sabe que ha legado tarde e incluso sin un criterio único, como demuestran las siete horas de Consejo de Ministros para decretar el estado de alarma. Pero lejos de asumir errores, el presidente del Gobierno no desciende a la autocrítica, diluyendo su responsabilidad en la respuesta en el siempre socorrido mal de muchos.

Ni miró a Casado porque si lo hubiera hecho estaría reconociendo que hay un jefe de la oposición. Le prestó más atención al portavoz de Vox

La actual crisis sanitaria y su secuela económica no tienen comparación en la historia reciente. Mientras Pablo Casado, presidente del PP, practicaba el papel de leal oposición ofreciendo su apoyo, el presidente del Gobierno hurgaba en su maletín buscando unos papeles perdidos que el plano de televisión no resolvió para saber si finalmente los encontró o no. Ni miró a Casado porque si lo hubiera hecho estaría reconociendo que hay un jefe de la oposición. Le prestó más atención al portavoz de Vox. Ya es sabido que el partido de Abascal ha sido la coartada perfecta para la alianza de Sánchez con Podemos y los independentistas. A pesar de la crisis, que no decaiga la idea de que no hay alternativa al actual Gobierno, pase lo que pase. Se trata de dejar claro a la ciudadanía -ahora es una comunidad, como dice Sánchez- que o él o nada.

Buscar culpables

La crisis del coronavirus necesita respuestas de altura y para eso no está Podemos, que en la excepcionalidad se mueve como pez en el agua. La cacerolada contra el Rey -como siempre en las redes pareció más que en la realidad- reitera la vocación agitadora de esta formación que va a aprovechar cualquier hecho para tumbar la Constitución del 78 de la que el Rey es su seguro de vida. Aunque estemos en una crisis con centenares de muertos y miles de enfermos, Podemos y el independentismo no van a perder la oportunidad de buscar un culpable. Tanto unos como otros tienen responsabilidades de Gobierno. Nada mejor que dejar en un segundo plano su gestión en el Gobierno de España o en la autonomía catalana, para poner al jefe del Estado en el primer foco.

El Rey Felipe VI ha regenerado la institución monárquica sin contemplaciones hasta el punto de echar a su padre de la Casa. Juan Carlos I le ha hecho un gran regalo a los enemigos de su propia obra política, de la que constitucionalmente su hijo es heredero. El jefe del Estado ha pasado en horas a ser objetivo tangible de Podemos y el independentismo. Para una subversión -cualquier crisis siempre es una oportunidad- no hay nada como identificar un culpable. Se nos pide unidad, que nos pongamos todos detrás del Gobierno, cuando una parte del mismo y de sus socios parlamentarios la rompen al crear el mensaje de que hay otro virus que se mitiga dándole a la cacerola desde la ventana. A pesar del ruido organizado, los datos de audiencia de televisión, es decir de los que no estaban con el ruido, demuestran que el jefe del Estado, Felipe VI sigue siendo el Rey.

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