Su Majestad Felipe VI abre este lunes una nueva ronda de conversaciones tras la investidura fallida de Feijoó y todo el mundo se ha lanzado al ruedo de las opiniones. Que si debe proponer a Sánchez, que si no debe, que si ha de decir que tocan elecciones. Todo el peso recae sobre la figura del Jefe del Estado que, con la Constitución en la mano, bien poco puede hacer. ¿No estaban todos encantados con eso de que el Rey reinase y no gobernase? Pues aquí están los resultados y esos se los hemos proporcionado nosotros, los españoles, los votantes. Porque lo que no puede hacer el Rey es inventarse una determinada correlación de fuerzas en el parlamento. Somos nosotros quienes, con nuestros sufragios y esa funesta manía de votar más a la contra que a favor, más por capricho o manía que por razones y principios, los que le hemos dado a Don Felipe la ensalada que tiene ante sí. Y ahora, como aquí no hay ni Dios que sepa decir que se equivoca – rectifico, Don Juan Carlos sí supo pedir perdón y decir que se había equivocado, ya ven qué cosas – pretendemos que sea su hijo quien nos resuelva el problema haciendo o dejando de hacer esto o aquello sin reparar que hemos sido el conjunto de los españoles los que hemos llevado a la nación a este callejón sin salida.
La inacción ciudadana, la molicie patria para la política y el sudapollismo, con perdón, de buena parte de la sociedad nos convierte en responsables de que España se debata entre unos nuevos comicios que no sé si cambiarían mucho los resultados o depender de un delincuente fugado de la justicia, unos tipos que llevaban en sus listas a una porción de condenados por terrorismo y a los que reivindican a la Pasionaria, a Largo Caballero y a toda esa horda criminal que tanto daño hizo. Porque tan culpable es quien sigue apoyando a esos orates abanderados de lo peor de nuestra historia como a quienes, escudándose tras las estupidez de “todos son iguales”, se quedaron en sus casitas cómodamente sentados sobre sus culos hinchados de olímpico desprecio hacia su país. Ni un Rey ni un presidente ni ningún dignatario puede inventarse el país que gobierna y don Felipe no es una excepción. Hay lo que hay y esa tremenda incapacidad para organizarse cuando tocan a rebato es la ruina política española empieza a ser muy peligrosa. Diríase que los votantes son jubilados que, apoyados en una valla y comiendo pipas, se permiten indicarles a los albañiles que falta mezcla, que la pared está torcida, que no saben rebozar o que están techando mal. Somos así de chulos, porque lo suyo sería contribuir a que los errores no se cometieran metiéndonos en faena, pero aquí nos apetece más decir, cuando la casa se ha desplomado, aquello de “No, si ya lo decía yo, se veía venir”. Nadie como el pueblo español para ver los toros desde la barrera.
Porque tan culpable es quien sigue apoyando a esos orates abanderados de lo peor de nuestra historia como quienes, escudándose tras las estupidez de “todos son iguales”, se quedaron en sus casitas cómodamente sentados
Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿qué haremos si el sanchismo vuelve por sus fueros, si le concede la amnistía a Puigdemont, si se convocan referéndums o como diablos los llamen de independencia? ¿Y cuándo Sánchez y su banda impulsen una consulta acerca de la forma de estado, qué? ¿Y acerca de Ceuta, Melilla o las Canarias? ¿También seguiremos apoyados en la valla de la cobardía?
Que nadie se equivoque. Será el Rey quien tenga que lidiar ahora con Sánchez y su Circo de los Horrores, pero quienes tendremos que pagar el pato seremos nosotros, los mismos que fingimos que esto no va con nosotros y que, como cuando hace décadas se estropeaba la televisión, saldremos por la tangente asegurando que eso “es cosa de ellos”. Y no. Es cosa de todos.
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