La frase es de Saint-Just, no mía. El dirigente jacobino la pronunció el 13 de noviembre de 1792, dando comienzo al juicio asambleario de Luis XVI. Aquellas palabras eran suficientes. La Monarquía se presentaba como un escollo más en la construcción política y virtuosa de la República igualitaria y era preciso liquidarla, no dejar rastro. Los enemigos del régimen se pusieron al frente del gobierno en un proceso revolucionario que, lejos de instaurar la libertad, sometió al país a la crisis más profunda de su historia.
La máxima que sacaron los políticos juiciosos de aquellas monarquías que se aventuraban a dar un giro constitucional fue que no podían tener a un gobierno contrario a los pilares del régimen. De aquí proceden buena parte de los enfrentamientos entre las coronas y los partidos extremos.
En una monarquía parlamentaria como la nuestra, el papel del Rey es fundamental, tanto para cumplir con su parte dignificante -el comportamiento-, como dignificada -su función institucional-. Lo que molesta de Felipe VI es que lo cumple todo. El 3 de octubre de 2017 salvó la moral de un país que parecía huérfano de gobierno. Su actuación entonces fue intachable, y despertó el sentimiento monárquico, de identidad con la Corona, que caía desde años antes.
El Rey se convirtió desde entonces en un elemento de la política cotidiana. Los independentistas comenzaron a nombrar “persona non grata” a Felipe VI, a veces con la abstención o el apoyo de supuestos constitucionalistas, y a quemar su retrato por las calles. La extrema izquierda, que puebla cualquier manifestación con banderas republicanas aunque sea por la eliminación de las casas de apuestas, habló de la “injerencia” del Rey. Algunos periodistas y columnistas tacharon a Felipe VI, en una muestra de indigencia intelectual, de “facha” y “franquista”.
No hubo golpe, sino una 'ensoñación'
Luego, y he aquí lo más triste, el gobierno socialista de Sánchez no quiso respaldar al Rey. El motivo es bien sencillo: sus socios son antimonárquicos, y es conocida la facilidad que tiene el presidente del Gobierno para desdecirse sin despeinarse con tal de aferrarse al poder. Así, el estado de opinión generado desde instancias gubernamentales y aledaños mediáticos durante el juicio del procés y la misma sentencia dejaron en mala situación al Rey. ¿Para qué había salido el 3 de octubre si aquello solo era una “ensoñación”?
Felipe VI dijo aquel día que los entonces golpistas, luego solo sediciosos, estaban al “margen del Derecho y de la democracia” para romper la “unidad de España y la soberanía nacional". Era una “deslealtad inadmisible”. Ahora, Pedro Sánchez va a pactar con esos mismos y con quienes colaboraron, como Unidas Podemos y el PNV.
Desacreditado el Rey en su papel dignificante, solo quedaba a estos antimonárquicos deshacer su papel dignificado; es decir, ningunearle en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. Eso fue lo que hicieron al enviar al Rey a Cuba: quitar a Felipe VI de en medio para anunciar Sánchez e Iglesias su acuerdo, con el consiguiente y lógico enfado de la Casa Real.
El líder socialista, enfrentado a muerte con la coherencia, no dudó en hacer ese gesto hacia Unidas Podemos y al resto de partidos a los que implora el voto para la investidura. ¿Cómo ERC va a aceptar que se siga el protocolo monárquico? Es más; cuanto más debilitada esté la imagen y la cohesión del Estado, mejor para su proyecto rupturista.
Hay quien dice que toda esta negociación con unos y otros es la escenificación de un fracaso calculado para perder la investidura y convocar las terceras elecciones el 29 de marzo
¿Qué importa que el Gobierno bloquee lo que Sánchez llamó “República digital” de Cataluña si actúa al compás de los republicanos? Y no son solo los de ERC, o los Bildu y compañía, sino fundamentalmente Unidas Podemos, que jugará con el republicanismo latente en el PSOE, ese mismo que Rubalcaba consiguió parar en las primarias de 2014. De hecho, Iglesias ya anunciado que promoverá una “consulta popular” sobre la monarquía en marzo de 2020.
Hay quien dice que toda esta negociación con unos y otros es la escenificación de un fracaso calculado para perder la investidura y convocar las terceras elecciones el 29 de marzo. Puede ser, dada la mediocridad y falta de patriotismo de algunos dirigentes políticos y de sus asesores.
Lo único cierto es que en este viaje egoísta y ciego de Sánchez habrá instituciones que queden dañadas. No hablo solo de la credibilidad de los partidos, o de la utilidad del voto, sino de la monarquía, que entrará en el debate, y habrá quien diga lo de Saint-Just, que todo rey es un rebelde y un usurpador. Entonces sí habrá un vencedor sin urnas, ese que no presenta un programa de gobierno, sino un proyecto para cambiar España. Ese es el peligroso, y Sánchez va de su mano.
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