-España nación sin cabeza ¡Desdichado de mí! Estas que les traigo fueron las últimas palabras que un español ilustre y conciliador como Gaspar Melchor de Jovellanos pronunció antes de morir. Así lo cuentan Teresa Caso y Javier G. Santos, brillantes estudiosos de la vida de un intelectual que murió en Gijón el 28 de noviembre de 1811. Había estado recluido en Mallorca y hacía tres meses que estaba en Gijón cuando le sobrevino la muerte.
-España nación sin cabeza. ¡Desdichado de mí! Sería un error, y no pequeño, creer que aquella España se parece a esta. Pasados más de dos siglos los españoles que como tales nos reconocemos -con o sin 12 de octubre entre medias-, sufrimos desdichas diferentes, aunque notamos con verdadera preocupación el intento por descabezar a la nación. Desde luego Jovellanos estaba hablando de Fernando VII, un rey artero y traidor, y lamentaba lo lejos que estaba el monarca y sus edecanes del sueño del intelectual asturiano: la armonización de políticas que terminaran en un concepto muy querido por él y, desde luego demasiado ingenuo: la felicidad pública.
Siempre magnificente, siempre asertivo en sus convicciones, Jovellanos se fue al otro mundo, quién lo puede saber con seguridad, con el dolor de conocer muy bien quiénes mandaban en España y sin tener claro qué era su patria, qué su ciudadanía. Esa nación sin cabeza es un mal sueño que, en diferentes maneras, se nos aparece a los españoles de un tiempo a esta parte, y sobre todo ahora que disfrutamos de un jefe del Estado instalado en la legalidad, la democracia y, a diferencia de su antepasado, lejos de la traición y bellaquería.
Esa manera de inventarnos, pero siempre en contra del otro, nos ha hecho y nos sigue haciendo una suerte de españoles imperfectos y en estado permanente de insatisfacción
Ahora hay quien lucha con verdadero afán por descabezar a España. No sabe uno con seguridad si este afán forma parte de nuestra decidida voluntad por explicarnos lo que somos y sobre todo, lo que, sin saberlo, dejamos de ser. Esa manera de inventarnos, pero siempre en contra del otro, nos ha hecho y nos sigue haciendo una suerte de españoles imperfectos y en estado permanente de insatisfacción.
Una monarquía muy republicana
En la España que algunos desean sin cabeza abundan dirigentes que proclaman su deseo porque llegue la III República, aún sabiendo que la forma en que la desean rompe las normas mínimas de la legalidad vigente. Ese deseo, nunca explicado desde la 'felicidad pública' que nos pudiera traer, desemboca en un aluvión de españoles que lo proclaman con la misma convicción que enmudecen cuando les preguntan algo tan sencillo como qué nos traerá una república que ya no estemos disfrutando con esta monarquía constitucional y tan republicana.
Perdonen que me repita, todo esfuerzo inútil conduce a la melancolía, y los útiles, muchas veces, también. Si hubiera cabeza sería impensable que los ministros que hace semanas prometieron lealtad a la Constitución hoy arremetan contra Felipe VI, un monarca instalado siempre en el mismo discurso aburrido y previsible - ¡qué le vamos a hacer! -, y que a nadie puede molestar. Y siempre desde una precaria situación en la que no puede defenderse, y menos decir lo que piensa. Y no me estoy refiriendo a sus palabras valientes de aquel 3 de octubre de 2017 cuando acusó a los independentistas catalanes, y actuales socios de Pedro Sánchez, de deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado.
Apoyos a Felipe VI (con perdón)
Si la cabeza de España estuviera bien amueblada habría combinaciones políticas imposibles por inadmisibles. Quizá no ilegitimas, pero sí inasumibles. Que el presidente de esta nación quiera tejer su contabilidad presupuestaria con quienes desean exterminarla dice mucho del estado al que hemos llegado. Unos por acción, los demás por omisión, que en esto nunca encuentro el término medio.
El pasado domingo el diario ABC publicó un extenso reportaje. Con el nombre de cien españoles que abiertamente se declaraban favorables a lo que Felipe VI representa, muchos de ellos sin necesidad de declararse monárquicos. Enseguida empecé a escuchar comentarios en algunas radios de gentes que muy circunspectos aseguraban que cosas así no hacen ningún favor al Rey. O sea, que se puede desear y verbalizar el advenimiento de una nueva república, pero no la expresión de apoyo al jefe del Estado en un momento en el que una buena parte del Congreso de los Diputados lo quiere enviar al paro. Ya hubiera querido Jovellanos un espacio, y, sobre todo, la oportunidad de poder hablar de un rey como lo han hecho abiertamente estos 100 españoles. Si, creo que lo expresa bien Pérez Reverte en ese mismo periódico: Vivimos un tiempo de mordazas y muerte social, ¡como nunca!
El sospechoso ¡viva el Rey!
Esto que les cuento fue el domingo. Ayer, 12 de octubre, declarado antes día de la raza, y ahora hispanidad, de la diversidad cultural, de la resistencia indígena en Venezuela y Nicaragua y no sé cuantas gilipolleces más. Cualquier cosa menos llamarle Fiesta Nacional de España. Ayer, decía, la plataforma Libres e Iguales hizo público un video titulado Viva el Rey, y en el que 183 personas participan para apoyar "el gran acuerdo de 1978 que hoy está en peligro y erosionado", que esto es lo que dice Cayetana Álvarez de Toledo, parte visible de esta plataforma que ha conseguido reunir a Rajoy, Casado, Arrimadas y a Emiliano García Page, una excepción socialista -también están Leguina y Paco Vázquez- que nos dice sin ambages donde está la izquierda y la extrema izquierda española.
Sí, somos una nación sin cabeza en la que decir ¡viva el Rey! nos divide porque irrita a unos cuantos que motejan de fachas y derechosos a aquellos que muestran su apoyo al monarca. Lo moderno es aspirar a la republiqueta y que esta venga de la mano de moños, flequillos cortados con hacha, rastas y pendientes. Oiga, no. Para eso no estamos muchos. Y reparen en que si no se puede decir ¡viva el Rey! acaso tampoco podamos decir viva la democracia. ¿En serio? ¿Se dan cuenta de en qué país vivimos y que nación tenemos? ¿Somos todo eso que dicen porque se pide respeto a la figura del Rey? ¿Somos todo lo que se nos llama por reclamar al Gobierno que evite manifestaciones contra la jefatura del Estado?
En todo caso, y aunque lo escribí ayer día de la Fiesta Nacional y lo leen hoy, aquí está mi decidido y sincero viva el Rey. La única cabeza visible de un Estado desconcertado, ensimismado. Y según los días, muy muy acomplejado. Y ya puestos, viva también Rafa Nadal, un español que lamentablemente no nos representa. ¡Ya querríamos parecernos algo!
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