Opinión

El rey de Trapisonda en Doñana (y de vacaciones)

La declaración del ministro Ábalos de que en el último minuto se puede llegar a un acuerdo político que facilite la gobernabilidad de España constituye una de las fuentes más

La declaración del ministro Ábalos de que en el último minuto se puede llegar a un acuerdo político que facilite la gobernabilidad de España constituye una de las fuentes más genuina de nuestra rancia teoría política, esa que en modo alguno llega a ciencia y se queda en los tratados hispanos que con tanta frecuencia nacen frente a una caña cerveza y unos mejillones en la barra del bar. Se ve que el ministro, antaño del MOPU, vive bien instalado en el vértigo del funambulista. Ahí se crece y estimula. Si hubiera que ser justos deberíamos afirmar que esto del último minuto no explica sólo nuestra manera de entender la política sino la vida en general. Para el último minuto de las vacaciones suelen quedar casi siempre nuestros buenos propósitos para este mes, esos libros que metimos en la maleta y que están sin abrir, esos animosos propósitos de hacer una vida saludable lejos de los chiringuitos y los espetos, esa voluntad que se desvanece de dedicar tiempo a la reflexión, la familia y los amigos…

Pero que expliquemos la vida así no quita que lo que dice el ministro de Fomento sea un mal de nuestro tiempo que nos coloca sin salida en el callejón de la chapuza y a merced de los arribistas, siempre prestos a la solución fácil y al apaño como alternativa, a la falta de cualificación y el análisis. Y así, por ejemplo, y ya que hablo de José Luis Ábalos, sucede que no somos capaces de adivinar cuando el de Fomento habla en su condición de número dos del PSOE -lo que sin duda resulta ser ante la indolencia y trivialidad que gasta de la señora Lastra-, o actúa de ministro o de virtual vicepresidente, lo que sin duda también resulta ser lo quiera o no la señora Calvo. Eso que lo adivine el personal en…el último minuto. Esa mezcla tan nuestra de lo partidista con lo institucional que los españoles asumimos con la misma ligereza y tranquilidad con que respiramos diez o doce veces por minuto.

Todo es así, excepto para Pedro Sánchez que gasta 50 minutos más que los demás, que esos fueron los que tuvo esperar Felipe VI en su reciente audiencia. Fuera por la espera o porque hasta el Monarca se ha visto concernido por la teoría de Ábalos, El Rey ha terminado por salirse de su papel de árbitro y moderador para posicionarse con aquellos que desean un arreglo ¡en el último minuto! y evitar así las elecciones. Ignoro si cuando Felipe VI lo dijo pensaba que se estaba yendo de su papel, pero es lo cierto que no estaba, ni está, con los que deseamos unas nuevas elecciones y vemos en ellas la única solución para clarificar definitivamente el ambiente. Incluso aunque se repitieran los resultados, lo que dudo mucho, habría valido la pena. Hay quien quiere votar porque tiene verdadera necesidad de rectificar, vaya o no al colegio electoral.

Muchos pensamos que unas elecciones tendrían el efecto reparador de una segunda vuelta, circunstancia esta que es siempre más deseable que el apaño con Iglesias

Muchos pensamos que unas elecciones tendrían el efecto reparador de una segunda vuelta, circunstancia esta que es siempre más deseable que el apaño con Pablo Iglesias. Cuesta creer que Felipe VI, persona informadísima donde las haya, ignore que la posibilidad de que PP y Ciudadanos faciliten la investidura es muy lejana, imposible cree uno, y que la única sea el acuerdo en el último minuto de colaboración, coalición o legislatura con Unidas Podemos más los indeseables apoyos de separatistas y nacionalistas. ¿Eso desea El Rey? No es posible. Por eso el silencio del Jefe del Estado es tan importante y valioso. Cuando lo guarda y ejerce, claro. Por eso habrá que imputar su metedura de pata a la indeseable espera a la que le sometió ese monarca de si mismo y del reino de Trapisonda que es este Pedro Sánchez que en funciones (?) nos gobierna. En el reino de Trapisonda, con su corte instalada hoy en Doñana y que Cervantes cita en el Quijote hay embrollos, bullas y mentiras que hacen que la realidad y la actualidad no coincidan. Exactamente como aquí. Todo es ahí confusión, ruido, pendencia y zalagarda. En ese reino que tanto se parece al nuestro todo está en movimiento, por lo cual no es posible mantener una idea, un principio o convicción más de dos o tres días. Cervantes no sólo inventó la novela moderna, pareciera como si nos hubiera inventado a nosotros mismos, ciudadanos del siglo XXI, acaso tan parecidos a los del XVII de nuestros Siglo de Oro.

Acabará agosto, llegarán las prisas en septiembre y seguiremos instalados en el último minuto. Hasta entonces no descarten que nos acostumbremos a vivir instalados en él, en las prisas y en las urgencias y sin gobierno. A fin de cuentas somos muchos los que no tenemos ninguna prisa en que suceda lo único posible, un gobierno entre PSOE y Podemos, sea con ministros podemitas o a la portuguesa. (Por cierto, que no engañen cuando aluden a un gobierno a la portuguesa. En Portugal no hay un ejecutivo apoyado por nacionalistas y menos por separatistas)

Entre la criatura que puede parir la montaña y la ausencia de gobierno me quedo con lo último. A fin de cuentas el país sigue funcionando, acaso no peor que con el ejecutivo que sueña Pablo Iglesias y Sánchez está dispuesto a consentir. Por eso, y aunque no se las merezca, donde mejor luce Pedro Sánchez y menos daño puede hacer es de vacaciones. Ahí en Doñana, en el palacio de las Marismillas. Soñando con el último minuto que le promete José Luis Ábalos y le asegura Iván Redondo. Y con una investidura exprés. Y todo por el bien de España, vaya. Ad libitum.

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