Opinión

Risto Mejide y la naturaleza de la mofeta

Ricardo Mejide Roldán nació en Barcelona el 29 de noviembre de 1974. Es el mayor de los dos hijos que tuvieron Ricardo Mejide (o Meijide) Manresa, médico, y su esposa, psicóloga; el padre tuvo luego otro hijo con otra mujer. Era la suya

Ricardo Mejide Roldán nació en Barcelona el 29 de noviembre de 1974. Es el mayor de los dos hijos que tuvieron Ricardo Mejide (o Meijide) Manresa, médico, y su esposa, psicóloga; el padre tuvo luego otro hijo con otra mujer. Era la suya una familia acomodada. La rama paterna procede de Padrón (La Coruña), y el apellido original no es Mejide sino Meijide, que deriva a su vez de Ameijide: apellido gallego donde los haya. Advirtamos que, de haberle puesto sus padres un poco más de voluntad, el niño muy bien podría haberse llamado Evaristo, como mucha gente cree en ese insondable pozo de sabiduría que son las redes sociales. O Jesuc-risto. Pero no. Se llama Ricardo. O se llamaba. “Risto” es un nombre muy común en Finlandia, y en lengua finesa es el equivalente a nuestro “Cristóbal”. Cuando era un chaval, Ricardito estuvo en un campamento en el que había niños finlandeses que empezaron a llamarle Risto, no se sabe por qué. A él le gustó y se lo quedó. Cuando llegó a la mayoría de edad -asegura él- se lo hizo cambiar en los documentos oficiales, seguramente para no llamarse igual que su padre, con el que nunca se ha llevado bien. Así que “Risto” es hoy su nombre legal.

Ricardito salió inobjetablemente listo, aplicado y hay que suponer que un poquitín repipi. Dice de sí mismo que de niño sufrió lo que hoy se llama “bullying”, esto es, acoso escolar por parte de sus compañeros; entonces no se llamaba así o, como él mismo dice con toda puntería, no se llamaba de ninguna manera, era un concepto que no existía. Pero pone un ejemplo arriesgado. Asegura que, de niño, se encontró en la parada del autobús una pintada que rezaba “Risto Mejode”. Eso hizo que el chiquillo llegase a su casa llorando y se echase en los brazos de su madre. Vamos a ver, punto primero: a Ricardito empezaron a llamarle “Risto” unos chicos finlandeses en un campamento. Punto segundo: un niño que llega del cole a su casa llorando a lágrima viva para que lo consuele mamá, ¿cuántos años puede tener? ¿Seis? ¿Siete? Punto tercero: ¿Una familia bien de Barcelona de los años 70 envía a un campamento veraniego a un niño de seis o siete años? ¿Seguro? Conclusión más o menos hipotética: entre las innumerables virtudes que adornan a Risto Mejide no se encuentra la sinceridad.

Conclusión más o menos hipotética: entre las innumerables virtudes que adornan a Risto Mejide no se encuentra la sinceridad

Estudió el muchacho, durante su infancia, en la Viaró Global School, un exclusivo y elitista colegio concertado, vinculado al Opus Dei, que aún hoy defiende la enseñanza segregada por sexos. No le fue bien (dice él, todo esto siempre lo dice él); allí lo “deformaron”, lo “deshumanizaron”, lo “destrozaron” y le “hicieron polvo”, según propia confesión. Aunque se planteó llegar a ser “numerario” (miembro soltero que vive en un piso comunitario con otros como él) de lo que entonces era un Instituto Secular de la Iglesia católica. Pero no siguió adelante con la idea, lo cual permite hoy criticar legítimamente a la Obra escrivaniana por su clamorosa falta de insistencia y persuasión con el joven Ricardo. Lo que pasa es que estamos en las mismas que en el asunto de la pintada en el tren: todo esto se lo dijo a la periodista Pilar Urbano en un programa de televisión. Urbano sí que es numeraria del Opus Dei, así que una de dos: o era cierto que lo pasó mal, o se trataba de una de las habituales provocaciones de Risto para humillar, sonrojar o encolerizar a quien tiene delante. O quizá un poco de las dos cosas.

Se licenció (sigue diciendo él) en dirección de empresas en la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE), vinculada a los jesuitas. En algún momento dio clase allí. Pero acabó por dedicarse a algo que sí sabe hacer mejor que la mayoría de los profesionales: la publicidad. En eso fue siempre de los mejores. Trabajó en agencias tan prestigiosas como Bassat Ogilvy & Mather Saatchi & Saatchi. Entre sus clientes han estado Cristina Cifuentes (PP) y Jaume Collboni (PSC-PSOE). Ha trabajado también en campañas para Britney Spears, U2, Lou Reed o Radiohead. Dice él.

También hizo sus pinitos en la música. Llegó a formar una banda de veinteañeros que se llamaba OM y que no llegó a grandes cosas. Risto, que ya se llamaba así, ya pensaba en la publicidad. Y en la fama. Y en el dinero. No necesariamente por este orden.

En 2006 fue contratado por la productora televisiva Gestmusic Endemol para la quinta edición del programa “Operación Triunfo”, que se dedicaba a promocionar a jóvenes talentos desconocidos de la música que no hacían más que abrazarse y quererse mucho delante de las cámaras. Ese contrato lo cambió todo porque Risto vio el cielo abierto en televisión.

Aquí forzosamente hemos de entrar en el terreno de las hipótesis. ¿Cómo es de verdad Risto Mejide? Él no se cansa de repetir que es tímido, sensible y delicado como una azucena silvestre. Y que su comportamiento en los numerosos programas de televisión en que ha participado como “jurado” (concursos de talentos, por lo general) o como presentador es nada más que un personaje que nada tiene que ver con su auténtica forma de ser. Ese personaje, si es que es tan solo eso, es el paradigma de la zafiedad, de la mala educación, del matonismo, del abuso de poder, de la crueldad gratuita y de la falta de escrúpulos. Algo no infrecuente, hay que admitirlo, en personas que han sufrido maltrato escolar en su infancia. Hay quien asegura que ese “personaje de ficción” no es sino una copia del “jurado malo” que ya hace décadas triunfaba en la televisión anglosajona (Simon Crowell es su máximo exponente). Pero el propio Risto admitía que puso una condición para que le contratasen: que le dejasen decir lo que quisiese, ser él mismo.

Quien no parece tener motivos para mentir es su propio padre. El doctor Mejide Manresa dice que la “mala uva” de su hijo Risto es no solo auténtica y genuina sino hereditaria, aunque él rechaza cualquier responsabilidad. Y añade: “Ácido siempre ha sido, sí”. Hay que suponer que el término “ácido” es un caritativo y paternal eufemismo. Si la personalidad chulesca que exhibe Risto fuese nada más que un personaje, quedarían explicadas las gafas de sol “a media asta” que ha usado durante años. Pero si fuese verdad que cuando se acostó por primera vez con su señora las llevaba puestas, como él mismo le dijo a la periodista Jennifer Navarro, pues estaríamos ante un caso semejante al “general Della Rovere”, que interpretó Vittorio de Sica: alguien que se cree su propio personaje. Aunque hay que recordar que Della Rovere era una bellísima persona.

Populista hasta los tuétanos, este hombre de indiscutible ingenio participa de la máxima esencial que anima a Donald Trump: jamás hay que disculparse, jamás hay que dar un paso atrás. Si te critican por lo que dices, dilo más alto, dilo más veces, dilo todavía peor. Saca pecho

Risto Mejide y su ego (que es sencillamente inabarcable) han participado en o protagonizado 17 programas de televisión desde el año 2006. En seis de ellos actuó como jurado. Esa costumbre de hacerse odiar y/o despreciar por todo el mundo (mundo que no hace sino devolver el odio y el desprecio que recibe de él), y aun el deleite que parece sentir ante el hecho incontrovertible de que no haya casi nadie que le pueda ni ver, tiene, en realidad, mucho que ver con las audiencias y, por lo tanto, con el dinero. Populista hasta los tuétanos, este hombre de indiscutible ingenio participa de la máxima esencial que anima a Donald Trump: jamás hay que disculparse, jamás hay que dar un paso atrás. Si te critican por lo que dices, dilo más alto, dilo más veces, dilo todavía peor. Saca pecho.

La razón es que participa de lo que podría llamarse la “tesis Paolo Vasile” para lograr el éxito en televisión: para aumentar la audiencia, vale absolutamente todo. Son sus palabras: “No creo que haya programas mejores o peores intelectualmente hablando, sino aquellos que conectan con la audiencia”. Le ha ido siempre bien esa forma de pensar. Cuando aquellos concursos (OT, por ejemplo) transcurrían normalmente, el índice de audiencia rondaba el 20%. Pero cuando Risto abría la boca y comenzaba a soltar sus habituales atrocidades (contra los concursantes, contra los demás jurados, contra el programa: daba lo mismo), ese índice se disparaba hasta el 50%. Eso es dinero. Y eso no es lo que cuenta, sino lo único que cuenta.

Fue expulsado del plató de Operación Triunfo (vigésima edición) por el presentador, Jesús Vázquez, cuando este se indignó por un comentario repugnantemente homófobo que Mejide dirigió a uno de los concursantes. Eso es lo más recordado. Pero son incontables sus comentarios machistas, misóginos, despectivos hacia el aspecto o las taras físicas de otros… Otra anécdota “ejemplar”: cuando abandonó airada y teatralmente el plató de Got Talent antes siquiera de escuchar al concursante, que se hacía llamar Jerjes el Grande; profería Risto que aquello él “no lo podía tolerar”. El tal Jerjes, luthier además de cantante, se metió al público en el bolsillo…

Lo curioso es que Risto Mejide ha logrado el éxito (y el dinero) cuando ha puesto a pleno rendimiento su máquina de picar carne verbal. El resto de los programas que ha hecho, generalmente como presentador ácido y lenguaraz pero no tanto, o han durado poco o han cosechado unos resultados de audiencia más bien mediocres. Eso sí, ha escrito varios libros, muchos de los cuales podrían calificarse como de “autoayuda”. Eso también suele dar dinero.

Hace unos días, en la pasada Nochevieja, Risto fue urgentemente contratado por Telecinco para retransmitir las campanadas de fin de año desde la Puerta del Sol, junto con Mariló Montero. Los índices de audiencia previstos por la cadena eran muy bajos. Risto decidió impulsarlos y no dudó en mofarse, sin nombrarlas, de sus competidoras en otras cadenas, Ana Obregón y Cristina Pedroche. La frase fue: “¿Hay algo que anunciar? ¿Un embarazo? ¿La muerte de un ser querido? Porque eso siempre da audiencia”. Estaba aludiendo al embarazo de Pedroche y al fallecimiento por cáncer del hijo de Obregón, Alex. Pero cuando estalló el escándalo deliberadamente provocado por él, reculó y aseguró que no se había referido a ellas sino a los “mandamases” de RTVE. Naturalmente, no le creyó nadie: la zafiedad había sido demasiado evidente. Y los índices de audiencia de las campanadas de Telecinco fueron los peores de su historia.

Tan solo el pianista James Rhodes salió en su defensa, y explicó lo que otros han contado tantas veces: que una cosa es la persona y otra el personaje. Esto dijo: “Por lo que vale, es un alma gentil y amable a pesar de la máscara que usa en nuestras pantallas”.

Igual es que le dan espasmos. Quién sabe.

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La mofeta (escojamos una porque hay muchas: la rayada, Mephitis mephitis) es un mamífero carnívoro de la familia de los mefítidos, término que alude a su legendario mal olor. Es la más común y extendida de todas las mofetas. Es muy fácil encontrarla en toda la América septentrional, desde Canadá hasta México, y también -de más está decirlo- en algunos programas de televisión. No solo en los documentales de la BBC o de National Geographic.

Como ocurre con ciertos comentarios que se segregan en programas de telebasura, el olor del líquido expelido por la mofeta dura entre dos semanas y un mes. A veces más

Seamos justos: la mofeta, en su estado normal (dando por hecho que el animalito tenga un estado normal), es un zorrillo blanquinegro que va a lo suyo y no tiene mayores problemas con nadie. No es desagradable ni huele necesariamente mal. Las dificultades llegan cuando la mofeta se enfada, se pone nerviosa, se achula o se siente acosada. Entonces pone en funcionamiento unas glándulas que tiene en la zona anal, con las que dispara un líquido asqueroso. Y peligroso. La mofeta tiene, con salva sea la parte, una asombrosa puntería, y lo más fácil es que acierte a una distancia de hasta seis metros. Si te da en los ojos, que es lo que ella intenta, puede provocar ceguera temporal. Como ocurre con ciertos comentarios que se segregan en programas de telebasura, el olor del líquido expelido por la mofeta dura entre dos semanas y un mes. A veces más.

El problema es que la mofeta tiene un carácter insoportable. Es un animal inteligente, eso sí, pero no suele estar tranquila ni sosegada. Es chula, mandona, provocadora y meticona, y no necesariamente por haberlo pasado mal durante su infancia. La en otros tiempos célebre mofeta “Flor”, que aparece en la película “Bambi” (Walt Disney, 1942) como un animal encantador y afectuoso, es pura ficción: las mofetas de verdad son insoportables, quisquillosas y parece que disfrutan de verdad lanzando sus repugnancias a los demás.

De ahí su extendida mala fama. No es que sea una energúmena a tiempo parcial, solo cuando le da el furor. Es que está en su naturaleza, como le dijo el escorpión a la rana en el célebre cuento. Vamos, que es un mal bicho insufrible.

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