Es el último recurso del cinismo, pero resulta algo muy demandado por la gente. Una disculpa en su momento justo recibe el beneplácito de quienes administran las buenas acciones, las buenas voluntades y hasta el derecho a opinar. Pedir perdón sirve como salvoconducto no sólo al estafador reiterado sino hasta al implacable criminal. Quizá sea una herencia de nuestra educación cristiana válida para católicos, protestantes y hasta ateos hartitos de todas las creencias trascendentales. Como la moneda llamada de curso legal, la disculpa sirve de recurso para aquietar la indignación y transita entre nosotros con la benevolencia de un instrumento ideal para hacernos creer que va implícita con cierto espíritu de enmienda; otra tradición religiosa inconsistente en la vida real.
¿Alguien se imagina que las promesas electorales vayan a cumplirse? Sería inverosímil que el partido gobernante haya descubierto de pronto que tiene 50.000 pisos para renta asequible. Es una mentira tan grande que roza el insulto pero que permanecerá ahí mientras las urnas estén por llenarse. De existir tal fondo de pisos por alquilar y a poco que se hubieran esforzado ya estarían cubriendo la demanda. Es decir, que si las ponen como objetivo es porque ahora toca engañarnos de la manera más vil, jugando con la ansiedad de las necesidades del personal. Hace poco más de un año el entonces ministro Ábalos prometió 100.000. ¿Por qué no 200 o 300 mil? Al fin y al cabo se trata de un constructo, que dirían los filósofos, sin ninguna exigencia de verificación. Cuando pasen los meses la gente se habrá olvidado y ellos pedirán disculpas tupidas de estadísticas. Las estadísticas han devenido un relato de creatividad imaginativa; los resultados pueden justificar una cosa o su contraria porque siempre van enmarcadas en comparativos. El 27 de este mes se aprobará la Ley de Vivienda, una pieza capital para la campaña electoral especialmente atenta a los nichos -se dice así, como en los cementerios- de jóvenes y familias de escasos recursos.
La palabra mentira es inservible no sólo en el lenguaje académico. Se considera vulgar incluso en lo cotidiano
La palabra mentira es inservible no sólo en el lenguaje académico. Se considera vulgar incluso en lo cotidiano. Prácticamente sólo se usa aplicado a los niños y no siempre; en los demás casos hemos inventado sucedáneos de baja intensidad como la no-verdad, el bulo, la contabilidad imaginativa o las soluciones sugestivas. Quizá porque las palabras han perdido la batalla en beneficio de las imágenes. Entre las promesas electorales recientes hay algunas que alcanzan el estrellato. Hay una que me tiene conmovido, aunque sólo sea por la cara de idiota que se me puso al leerla. Se llama “campaña del 3:30:300”. Un objetivo de la política municipal: tener (o ver) a 3 metros un árbol, a 30 una zona de recreo aireada y a 300 un parque público. No me negarán que la propuesta no es brillante, tanto que ronda la genialidad publicitaria. Para los que viven en las ciudades les parecerá un hallazgo del que no sabrán si descojonarse o condenar a galeras al talento promotor. Pero bastará una disculpa para que la sonrisa nos vuelva al rostro; hoy día todos estamos al tanto de lo difícil que es ganarse el pan con jamón cotidiano.
No está mal tampoco la consigna de “feminizar las calles”. Después de promover una política exterior de aliento feminista o un desarrollo económico feminizado, cambiar el nomenclátor callejero incorporando mujeres es mucho más sencillo. Hay un barrio en Madrid donde todas las calles están dedicadas a Vírgenes y en Cataluña abundan las de “Madres de Dios” en todas y cada una de sus poblaciones, pero decididos a compensar tradiciones machistas el santoral está lleno de mártires y puestos en trance de feminidad empoderada siempre es preferible una religiosa ferviente que un varón barbado. No son estos tiempos de laicismos descreídos. Las iglesias se vacían al tiempo que las casas se llenan de capillas donde se rinde culto a los más singulares dioses. No creo que sea un avance para sentirse orgulloso de la libertad de creencias. Resulta, imagino, un esfuerzo baldío pensar en el supuesto progreso que significa pasar de la adoración de la Virgen de Fátima y la de un futbolista goleador.
Ahora que se ha incorporado el Barça al victimario del independentismo me viene a la memoria aquel texto infumable del amigo Manolo Vázquez Montalbán cuando se refería, con fervor de converso, a su equipo de fútbol como “el ejército desarmado de Cataluña”
El precio de nuestras boberías no es fácil de superar con una disculpa, aunque de momento funcione. Ahora que se ha incorporado el Barça al victimario del independentismo me viene a la memoria aquel texto infumable del amigo Manolo Vázquez Montalbán cuando se refería, con fervor de converso, a su equipo de fútbol como “el ejército desarmado de Cataluña”. Los que escribimos deberíamos ser muy cuidadosos con las majaderías que se nos ocurren, porque algún día sorprendentemente se confirman nuestros sueños más húmedos y ya es demasiado tarde para disculparnos.
Tiene que haber algo profundo en la exigencia contemporánea de exigir disculpas y perdones por acontecimientos históricos de hace siglos. Como si demandáramos a unos supuestos descendientes una herencia cuyo cobro justificaría la impunidad, su impunidad. Que el presidente de México, el desvergonzado AMLO, más heredero del PRI tradicional y mafioso que al de Lázaro Cárdenas, exija disculpas a España por las historias de los siglos XVI y XVII, tiene mucho de disfraz económico ante las dificultades del presente. En otras palabras, que las exigencias de disculpas no están ligadas a la historia sino al eventual beneficio del líder. El pasado serviría para consolidar un presente frágil y difícil. Vietnam, ese país pobre de todo lo que no fuera conciencia nacional, no recuerdo que le pidiera a los EEUU que se disculparan. Además ocurre con los EEUU como con el Imperio Romano, que ajustar cuentas con él tiene consecuencias desagradables.
Cuando ETA como organización proclama sus disculpas por “los sufrimientos causados” está emborronando el presente. Es más difícil asumir el asesinato que pedir disculpas a un muerto
Las disculpas y el perdón carecen de valor fuera de lo personal e íntimo. Socialmente manifiestan una ingenuidad parecida al engañabobos. Cuando ETA como organización proclama sus disculpas por “los sufrimientos causados” está emborronando el presente. Es más difícil asumir el asesinato que pedir disculpas a un muerto, porque lo primero exige cuestionar una política criminal y lo otro se reduce a un acta de defunción.
Para expresar la idea sin tapujos. Quién podría olvidar al rey Juan Carlos saliendo de un hospital y musitando el icónico “Me he equivocado. Lo siento. No lo volveré a hacer”. Eran disculpas y perdones. Los comentaristas se quedaron extasiados ante el gesto y el pueblo llano se conmovió. ¿Acaso tiene alguna importancia que fuera sincero o no? Todo político profesional dice lo que debe cuando le explican que no le queda otra si quiere mantenerse. Y no sólo es válido para la política sino para la vida misma. Disculpen si alguien se da por ofendido.
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