Hay días que los coches autónomos parecen ser una de esas tecnologías que están dos años en el futuro, pero que se quedan ahí eternamente. Waymo, Cruise, Uber y el resto de las empresas de alta tecnología americanas llevan prometiendo que la comercialización de servicios de taxi sin conductor es inminente, sólo para retrasarla siempre unos cuantos meses cuando se acerca la fecha anunciada.
Es posible que conducir en ciudades y carreteras resulta ser un problema de inteligencia artificial mucho más complicado de lo que parecía a primera vista. No soy ingeniero, y no voy a ser yo quien dé lecciones sobre cómo deben hacer su trabajo. Lo que creo probable es que, en algún momento más pronto que tarde, alguna de estas empresas consigan que sus vehículos sean lo suficiente fiables, y en unos años empecemos a ver flotas de coches sin conductor circulando por nuestras calles.
La predicción generalizada en la industria parece ser que una vez los coches autónomos sean viables el modelo actual de vehículo privado tienda a desaparecer. Un coche es una maquina compleja, una de las compras más costosas para muchos de nosotros. Es también una que, salvo pocas excepciones, utilizamos a diario, pero que se pasa la mayor parte de la jornada aparcada sin hacer nada, depreciándose lentamente y ocupando espacio.
Cuando los vehículos autónomos sean viables, será mucho más práctico y barato simplemente llamar un robotaxi cuando lo necesitamos, en vez de pedir un crédito para comprar dos toneladas de metal que usamos un ratito cada día. Un vehículo sin conductor, especialmente si es eléctrico, será mucho más barato de operar, ya que será utilizado de forma incesante. El día que eso suceda será triste para aquellos que adoramos nuestro coche, pero para el conductor medio, más preocupado con mirar el móvil mientras desayuna en la M-30 camino del trabajo que de divertirse conduciendo, será todo un alivio.
Los profetas de este futuro de robotaxis dicen que gracias a estos cambios los atascos serán cosa del pasado. Con conductores robóticos, nuestras carreteras y autopistas estarán llenas de coches más seguros, más rápidos, y que pueden operar a mayor velocidad, con menos espacio entre vehículos y menos accidentes. Aparcar será cosa del pasado. Los coches serán eléctricos, limpios. Nuestras ciudades serán un lugar mejor. Aunque en teoría es cierto que una flota de robocoches es potencialmente más segura y puede operar de forma más eficiente que una pilotada por humanos, es difícil decir si ese futuro sin atascos es algo realista o no.
¿Qué pasará con los atascos?
Hablemos sobre costes de transporte. La decisión sobre cómo ir al trabajo se basa en un cálculo económico en la que todos y cada uno de nosotros evaluamos costes y precios cada día al salir de casa. Algunos costes son obvios; cuánto pagamos por la letra del coche, llenar el depósito, mantenimiento, el peaje de la autopista, o el precio del billete de metro, autobús o tren. Otros costes son más sutiles, y a menudo ni siquiera los pagamos, como el coste que tiene la contaminación que generamos o cómo nuestra presencia contribuye a crear atascos. Finalmente, tenemos el coste de tiempo de viaje y conveniencia, es decir, el tiempo que tardamos en ir al trabajo y las horas de sueño perdidas por tener que madrugar para salir pronto y el nivel de incordio que representa la opción elegida.
Una vez en servicio, los robocoches van a ser una alternativa más en este proceso de toma de decisiones. Es probable que sea más barata, tenga costes fijos menores y sea más práctica que cualquiera de las existentes; muchos la escogerán para ir a trabajar.
Lo que debemos saber, entonces, es si la capacidad adicional generada por tener conductores cibernéticos bastará para reducir atascos. Para saber si eso sucede, es necesario averiguar primero hasta qué punto el coche autónomo, al ser tan práctico, genera demanda inducida, es decir, aumenta la propensión de los usuarios a utilizar esa capacidad adicional.
Sabemos, porque absolutamente todo estudio sobre tráfico de las últimas cinco décadas así lo demuestra, que añadir carriles en una autopista no disminuye los atascos a medio plazo: la mayor capacidad hace que conducir sea más atractivo y más gente acabe cogiendo el coche, negando cualquier ahorro de tiempo. Mustapha Harp, un ingeniero en Berkeley, quería averiguar si la demanda de transporte en un mundo con coches autónomos tendría un efecto parecido.
Por muchos coches autónomos que pongamos, el principal problema de las ciudades con atascos no es el talento de los conductores, sino la falta de espacio
Los estudios sobre estos temas normalmente se basan en encuestas, que son relativamente poco fiables. En vez de recurrir a sondeos, Harp lo que hizo fue crear unos cuántos “robocoches virtuales” y ver cómo un panel de familias de San Francisco cambiaba sus rutinas. Esto es, les puso un coche con chófer a su disposición.
Los efectos fueron los previsibles: las familias con acceso a “robotaxis” utilizaban mucho más el coche. Esto era hasta cierto punto previsible; en San Francisco, la ciudad americana donde más se usa Uber, Lyft y similares, que es lo más parecido a un robocoche que tenemos el número de kilómetros recorridos por vehículos (vehicle miles travelled, o VMT) ha aumentado casi un trece por ciento. La sorpresa, sin embargo, es la magnitud del aumento en entre las familias del panel, que vieron aumentar su uso de vehículos medido en kilómetros recorridos un espectacular 83 por ciento. Dicho de otro modo: el tener acceso a un coche a todas horas sin tener que pensar en conducir hizo que su uso se disparara a un nivel tal que negaría cualquier aumento de eficiencia en las carreteras.
Los mismos autores del estudio señalan que estas cifras, aunque significativas, es probable que no sean del todo precisas. Primero, porque el coste del “robocoche” era cero; si cada viaje tiene un precio, aunque sea limitado, su uso disminuiría. Segundo, es un estudio muy pequeño, con pocas familias, y es muy posible que cambiaran su rutina aprovechando que tenían un chófer esa semana, pero que el efecto disminuiría según pasaran las semanas.
No obstante, incluso con estas limitaciones, lo más probable es que los robocoches no sean una solución mágica a los atascos. A medio plazo, lo que acabaríamos viendo es más gente en la carretera, viviendo un poco más lejos, y pasando exactamente la misma cantidad de horas que ahora metidos en el coche camino del trabajo.
Por muchos coches autónomos que pongamos, el principal problema de las ciudades con atascos no es el talento de los conductores, sino la falta de espacio. Si queremos más capacidad la forma más eficiente de mover mucha gente usando poco terreno seguirán siendo trenes y autobuses, no robotaxis.
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