El vodevil de la designación de la nueva dirección de RTVE ha sido el primer acto reflejo del ‘Gobierno de los gestos’ que ha decidido encarnar el PSOE en esta nueva etapa en Moncloa. Los actos reflejos son ese tipo de acto nerviosos que se realizan sin previa reflexión y sin que medie el cerebro. Sin intención, justo lo contrario de los voluntariosos gestos que han caracterizado y hasta protagonizado los primeros pasos de Pedro Sánchez como presidente de España. Hasta ahora nadie puede reprochar que todos los gestos iban acompañados de la firme determinación de lanzar un mensaje, uno sólo: romper todo vínculo con el Gobierno anterior. En algunos casos se pretendía demostrar que este gobierno es más digno, en otros que es más solidario y también más empático con el asunto catalán. Desde luego la empatía con los partidos separatistas es más sencilla cuando uno necesita de sus votos o cuando uno cree que el responsable de la situación catalana es el anterior Gobierno del Estado y no quienes intentaron romper el Estado.
La empatía con los partidos separatistas es más sencilla cuando uno hace responsable de la situación catalana al anterior Gobierno, y no a quienes intentaron romper el Estado
En cualquier caso, a los gestos de Sánchez se les puede afear cualquier cosa menos la alta dosis de intención. Pero con la corporación pública, que requiere un compromiso de verdad más allá del anuncio, la gesticulación ha saltado por los aires. A menos que algún asesor bregado y experto considere un éxito comunicativo la tómbola de nombres de periodistas a quienes Sánchez e Iglesias han ido pasando revista entre whatsapps, el ridículo y el esperpento no tienen parangón. La lógica de Sánchez, según la cual toda acción contraria a la que tomaría el PP es acertada, le debería haber llevado a desandar el desdeñable camino del anterior Gobierno hacia la gubernamentalización del ente público en perjuicio del parlamentarismo. Pero el presidente del Gobierno ha decidido desgubernamentalizar por la izquierda: el partido del Gobierno no será quien maneje la televisión pública, lo será su socio preferente con unos pocos escaños pero con mucha dignidad.
Aterrizar en el Gobierno e imitar a los antecesores de los que uno se empeña en desmarcarse debería inhabilitar a cualquiera para volver a hablar de regeneración. Al PSOE eso le puede traer al pairo, pero es que también les invalida como antagonistas del PP que se empeñan en simular que son. La realidad es que la diferencia con el anterior Ejecutivo es exclusivamente la desfachatez con que ahora se hace una criba sin pudor con el conjunto de los españoles como atónitos observadores. Y sin esperar el menor reproche. Una licencia que los socialistas se pueden permitir ante una parte de la opinión pública, para la que los gestos vacíos disculpan cualquier acto reflejo, como si fuera imposible para la izquierda compatibilizar sus buenas intenciones de la izquierda con las ansias de quedarse con los telediarios. Iglesias -cuyo papel en el Ejecutivo va a comenzar a despertar recelos en la vicepresidenta-, además, se puede permitir el lujo de declarar que los medios de comunicación son “instrumentos de politización” el día antes de que se desvele que anda sondeando a periodistas que son de su gusto para ofrecerles nada menos que RTVE. Lo dijo, claro, en un programa de televisión que dirige su excompañero de partido Juan Carlos Monedero.
La lógica de Sánchez, según la cual hay que hacer lo contrario que el PP, le debería haber llevado a la ‘desgubernamentalización’ del ente público
Nadie puede escandalizarse de que cierta izquierda quiera controlar los medios de comunicación: si no es por su afán iliberal de poblar las instituciones públicas de afines, lo es por su tendencia a convencerse de que pertenecer al lado bueno de la historia hace intachables esos abusos. Lo interesante del caso es lo que tiene de elocuente: ya sabemos que Iglesias es el socio preferente de Sánchez, también que el presidente del Gobierno prefiere dejar atados los nombres que han de dirigir nuestra televisión pública con fuerzas como ERC o el PDeCAT, que chantajearon con retirar las subvenciones a los medios catalanes que no hicieran propaganda del 1-O ilegal, antes que con los constitucionalistas con quienes tuvo que acabar pactando para pararles los pies. Pero lo peor de todo es que RTVE es el síntoma de un Gobierno que depende de unos aliados cuyos objetivos son diametralmente opuestos: es muy difícil conciliar la vocación de liquidar la Constitución española con la de mejorarla. O se camina en un sentido o se camina en otro. El despropósito de RTVE tiene uno de sus giros de guion más importantes cuando ERC se borra del acuerdo a múltiples bandas y Sánchez se queda sin capacidad de maniobra por los vetos que pone al resto de fuerzas constitucionalistas.
El Gobierno es un actor muy frágil en el Parlamento y su primera medida más allá de los gestos se ha estrellado contra la realidad: las dificultades de salir airoso de una coalición con particularísimos y dispares intereses son enormes. Las rencillas multilaterales entre ERC o PNV, o PNV y Compromís, o Podemos y PDeCAT saldrán a la luz a cada medida que Sánchez anuncie -porque no habrá más que anuncio- mientras al conjunto de los españoles se les va a terminar agotando la paciencia.
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