Opinión

RTVE repone 'Verano Azul' e Irene Montero se desespera

Es lunes de agosto y La 2 emite el primer capítulo de Verano azul. Es su decimocuarta reposición desde 1981. En la pantalla, aparece El Piraña, que está sentado sobre

Es lunes de agosto y La 2 emite el primer capítulo de Verano azul. Es su decimocuarta reposición desde 1981. En la pantalla, aparece El Piraña, que está sentado sobre un hoyo en la arena mientras devora un bocadillo de chorizo y su grasa corporal se bambolea a ritmo hipnótico. Se acerca Tito, el otro niño, quien le pregunta si alguna vez ha comido ranas. “Pues claro que sí; y están buenísimas”, responde el crío. “Joer macho, a ti te gusta todo”, dice Tito. 

En la siguiente escena, se observa a los dos, al atardecer, a la caza del anfibio con una escopeta de perdigones al hombro. Antes de eso, la cámara se centra en una joven rubia, en bikini, mientras se escucha a los chavales lanzando piropos.

Quizás Radiotelevisión Española haya elegido agosto para reponer esta serie porque sus directivos saben que 'las Torquemada' del Ministerio de Igualdad están de vacaciones, pero, ciertamente, a uno le entraba la risa floja al observar algunas de las situaciones que se reproducían en el episodio, que desafían por completo el catecismo de las sacerdotisas de la Iglesia anti-patriarcado.

Hay un momento en el que cae al agua la pulsera que le ha regalado su padre a Bea -torpe de ella- y Pancho y Javi se lanzan a bucear para encontrarla, en plena competición por ser el 'macho alfa' de la manada. Julia (María Garralón) les anima desde el muelle. 

Ellos salen de las 'profundidades marinas' cubiertos del combustible que contamina la costa de Nerja. Ella, lloriquea mientras tanto. Allí nadie se pregunta por el motivo de la contaminación de las aguas ni se hace un alegato contra la especie humana, depredadora.

Pero todavía hay un momento más hilarante. Se produce cuando el padre de Javi se entera de que su hijo se ha hecho amigo de un muchacho del pueblo -Pancho- y le lanza un sermón memorable, en el que le advierte que debería relacionarse con 'los de su clase social', que son los hijos de las familias con las que han viajado a Málaga. 

La actitud del hombre cambia cuando se entera de que su hijo se ha lanzado al agua para competir con Pancho; y que le ha ganado. “Ése es mi hijo, todo un hombre, alguien competitivo”. Y le traslada al padre de Bea: “¿No te gustaría que tu hija terminara con un ganador, como es Javi?”.

Nacional-catolicismo en Nerja

Hay que ver lo que son las cosas...no han pasado 15 días desde que RTVE despidió a Jesús Cintora y repone Verano azul. De la España reivindicativa a la de los 80, donde la masculinidad tóxica era abundante; y donde no se vivía pendiente de que el mercurio superara los 40 grados en julio para alertar sobre el cambio climático. En ésas, Julia, con comportamientos propios de Marine Le Pen, organiza una carrera por la playa entre Pancho y Javi; y los dos muchachos vuelven a competir. Se empujan y exprimen sus pulmones por ganar. Están con el inhumano Djokovic. Obvian a Simone Biles, la gimnasta estadounidense que volvió a demostrar al mundo que el capitalismo nos oprime hasta la desesperación.

El capítulo termina y uno se queda con la sensación de que Antonio Mercero era muy poco respetuoso con las minorías, pues el más 'racializado' de todos es Pancho, que tiene el típico moreno de pasar poco tiempo en casa. Aquí no hay un Aquiles negro, como en la Troya, de Netflix; ni ninguna historia de superación personal digna de mención. Sólo unos muchachos que están de vacaciones y que no se “victimizan”. De hecho, al gordo le llaman gordo y no pasa nada. Si acaso se defiende, como ocurría cuando éramos inhumanos.

Son cuarenta años los que han transcurrido desde el estreno, pero parece que viviéramos en un universo diferente, con otras reglas y otra especie dominante. Ofendida, cabreada y miedosa, con una sorprendente capacidad para condicionar la existencia con dogmas y llenar la normalidad de obstáculos que impidan disfrutarla.

Hubo veranos, hace casi 30, fíjese usted, en los que los gatos se cebaban con gorriones cazados con carabina; comíamos carne sin sentirnos insolidarios y dormíamos la siesta, de niños, tras acompañar el almuerzo con vino y gaseosa. Vivir la vida sin preocuparse por ofender a nadie ni incumplir las normas del nuevo integrismo pagano era una grata experiencia.

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