Opinión

Rubiales y nuestra línea roja

El caso Rubiales está sirviendo para comprobar qué

El caso Rubiales está sirviendo para comprobar qué es lo que nuestra sociedad considera realmente intolerable. Lo intolerable se puede definir como aquello que activa la maquinaria de la cancelación real. La implacable guillotina oxidada de la brigada político-social. El rayo que cae cuando el trueno aún no ha aparecido. Decimos ‘intolerable’ para referirnos a muchas cosas, pero la mayoría de las veces es sólo retórica. Lo de estos días es distinto. Esta vez sí se ha cruzado una línea roja, y las consecuencias son reales

La verdad es que Rubiales debería haber dimitido casi en el mismo momento que llegó a la presidencia de la RFEF. Su primera medida al frente de la Federación fue despedir al seleccionador cuando faltaban unas horas para el debut en el Mundial de Rusia. Lopetegui había aceptado convertirse en entrenador del Real Madrid después del torneo, algo legítimo según Rubiales, pero al recién estrenado presidente de la Federación no le habían gustado las formas. Cinco años después, el exquisito Luis Rubiales se agarraba los huevos en Sidney, a unos metros de la infanta y la reina de España y frente a las cámaras de todo el mundo.

Rubiales tendría que haber dimitido por muchos motivos, y todos proceden de la misma raíz: la ausencia de decoro personal y profesional

Después de su inolvidable estreno vino la decisión de llevarse la Supercopa de España a un país como Arabia Saudí. Las conversaciones con Piqué y el escándalo de las grabaciones. Las polémicas con comisiones, fiestas y viajes. Y por último la efusividad inapropiada con una jugadora de la Selección, el protagonismo desaforado en la celebración y el señalamiento viril en el palco de Sidney. Rubiales tendría que haber dimitido por muchos motivos, y todos proceden de la misma raíz: la ausencia de decoro personal y profesional. 

El asunto ha servido para comprobar qué es lo que consideramos realmente intolerable, pero también para demostrar que los españoles son capaces de expresar un rechazo absoluto, rotundo, transversal y sobre todo eficaz frente a algo. Hubo en nuestra historia reciente muchas ocasiones apropiadas para hacerlo: los GAL, los asesinatos de la izquierda abertzale, los homenajes a etarras, el golpe de 2017 o los indultos a los golpistas. En ninguna de esas ocasiones hubo tanta unanimidad y tanta contundencia como la que estamos viendo estos días. La cúpula del PSOE arropó a Vera y Barrionuevo antes de que entrasen en la cárcel. La izquierda abertzale contó siempre con el apoyo de una parte de la sociedad vasca y hoy cuenta con la simpatía de la izquierda española. Los golpistas catalanes fueron premiados con indultos y pactos de gobierno, y ya se está planteando una amnistía que les devuelva su estatus de políticos intachables y paladines de la democracia. De todo aquello se dijo que era intolerable, pero de boquilla. El presidente de la RFEF con su acto -no con sus actos- ha conseguido algo que no se le concedió ni a Barrionuevo, ni a Otegi ni a Puigdemont: ser un apestado social. Con Rubiales ha llegado el verdadero consenso, que es un leviatán imbécil, medio ciego y somnoliento hasta que comienza a soltar coletazos. Cuando despierta sigue siendo imbécil y medio ciego, pero la destrucción que produce es de una magnitud incomparable. Es un espectáculo digno de ver, aunque algunos momentos del proceso pueden herir la sensibilidad del espectador.

La maquinaria político-social de la indignación movilizada no puede detenerse ante menudencias como la mesura, la prudencia o la realidad

Rubiales es un cadáver social en potencia, y cuando lo sea en acto el leviatán volverá a su cueva. Las verdaderas faltas de la persona Rubiales habrán quedado enterradas por el gran pecado del personaje Rubiales, convertido ya en un agresor sexual. La maquinaria político-social de la indignación movilizada no puede detenerse ante menudencias como la mesura, la prudencia o la realidad. “Estamos en disposición de que esto sea el #MeToo del fútbol español”, decía el viernes el presidente del Consejo Superior de Deportes. Y una oportunidad así no se puede desaprovechar.

El caso Rubiales nos ha enseñado cuáles son nuestras verdaderas líneas rojas. Ha mostrado que ‘intolerable’ no es siempre una palabra vacía. Que a veces declarar algo como intolerable conduce a consecuencias reales. Y por tanto ha mostrado que todo lo que no activa el resorte de las consecuencias concretas debe ser entendido como lo que parece: tolerable. En España hay un catálogo enorme de cuestiones que toleramos a pesar de que nos refiramos a ellas con palabras como “intolerable”, “inaceptable” o “injustificable”. Basta con darse un paseo por las fiestas de Bilbao para comprobarlo.     

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