A pocos metros del Tribunal Supremo había un tipo esta mañana, de nombre Alejandro, con gorro, chaqueta y lazo de cartón amarillos. Era un independentista de Alcorcón, donde no parece que abunden los defensores de esta opción política. “Yo aquí estoy solo”, decía, casi entre susurros. No muy lejos de allí, dentro de la zona perimetrada por la Policía, una mujer, con gesto de frío y cabreo indisimulado, hablaba de que a pocos metros de su casa se suele manifestar un CDR cada dos por tres. “La situación es insostenible, espero que los metan a todos en la cárcel unos cuantos años y allí se pudran”, afirmaba, con la rojigualda entre las manos.
Es 12 de febrero y desde la madrugada hay una cola a las puertas del Alto Tribunal. Son alrededor de 50 personas que quieren asistir de público al primer día del juicio al procés. A escasos metros, los periodistas esperan que den las 9 de la mañana para tomar posiciones en el edificio y las cámaras persiguen los furgones de policía que vienen y van desde la Audiencia Nacional al Supremo, sin que sea posible saber si dentro se encuentra alguno de los procesados o uno de los decenas de agentes desplegados para la ocasión.
Los rostros y símbolos que han configurado la iconografía independentista confluían este martes en el Paseo de Recoletos, en el corazón del Madrid del requiebro y el chotis, cruce de caminos y carreteras. Aquí se dirimirá en las próximas semanas si los líderes soberanistas cometieron rebelión, sedición y/o malversación de fondos en la última parte de 2017, cuando se organizó el conocido referéndum ilegal y cuando se materializó (o no) la declaración de independencia más relativa, breve y timorata de la historia.
Más de un año después de aquel 27 de octubre, Quim Torra y Roger Torrent se encontraban en la capital de España con una pancarta que decía, en castellano, “decidir no es delito”. Ambos encabezaban una concentración de algo más de medio centenar de independentistas en la que estaban los portavoces de los partidos de la Generalitat, los de Òmnium y ANC; y unas cuantas personas que habían llegado a Madrid para la ocasión. Entre ellas, un matrimonio, ella con chaqueta amarilla y un cartel que pedía la libertad de los presos políticos. “Volvemos esta tarde en AVE a Barcelona”, dijo ella. “En el AVE se llega en un rato”, dijo él. “Yo no sé cómo hemos llegado hasta este punto”, añadió ella. “Esto es injusto”, contestó él.
¿Y qué hay después del juicio?
En el independentismo se rumia desde hace un tiempo que el juicio que ha empezado hoy puede ser un punto de inflexión -la batalla acabará en Europa-, pero también el principio del fin del procés. Es ley de vida y no deja de ser lógica de la narrativa. La situación se dio desde en la JFK de Oliver Stone hasta en Testigo de Cargo, de Billy Wilder, o en la más reciente serie televisiva Fariña: en el tribunal se alcanza el clímax y, a partir de ahí, fin de la historia. La pregunta obligada para Gabriel Rufián -con camisa, chaqueta y zapatillas de deporte- era esta mañana: y después de esto, ¿qué pasa con el independentismo?. “Buena pregunta”, pero no hay respuesta. “Una vez que a esta gente le metan 15 años en la cárcel, habrá que ver qué hacemos”, explicaba.
El independentismo se las ha ingeniado en los últimos años para fortalecerse y mantenerse con vida a partir de actos subversivos -más pequeños o más grandes- con los que ha marcado la agenda. Así pasó con la votación ilegal de noviembre de 2014, con la resolución que aprobó el Parlament un año después, la de los 18 meses para la desconexión; con las normas que esa cámara aprobó para romper con España, con el referéndum ilegal del 1-O y con la DUI. Tras esto, fue el encarcelamiento de los líderes soberanistas, el despliegue de los CDR y la celebración de homenajes, litugias y actos varios de concienciación (incluso tímoratas huelgas de hambre) por los "presos”. ¿Qué ocurrirá cuando pase el juicio, se sepa la condena y se apacigüe la indignación que ocasionará en las filas independentistas? “Buena pregunta”, ya nos sentaremos a hablar, dice Rufián.
Del político de ERC se puede afirmar que nunca se queda corto, siempre es excesivo: “A Marchena le diría que se acuerde de cuando comenzó a estudiar, pues seguramente tenía otros valores (…) Creo que todo el mundo es consciente de que es una sentencia firmada, ejemplar y que será una vergüenza”. Es decir, daba el partido por perdido antes de jugarlo.
Torrent habla de dolor, Abascal de golpe
Roger Torrent incidía en el “dolor” que le produce este martes observar cómo la “justicia española” procesa a 12 políticos por llamar. Ernest Maragall, candidato de ERC a la alcaldía de Barcelona, hablaba de los perjuicios para la libertad y la democracia que genera este proceso judicial.Y Santiago Abascal -cuya presencia mediática no sería la misma sin la contra-reacción que ha ocasionado el soberanismo en el resto de España- afirmaba: “Que Torra esté entre el público y no en el banquillo de los acusados deja claro que el golpe (de Estado) no ha terminado”.
Era hoy el día en que se levantaba el telón y comenzaba el juicio soberanismo y, como ocurre en fiestas, funerales y entrevistas de trabajo, se trataba más de aparentar e interpretar que de tocar lo mollar.
Por el Supremo apareció una persona, con toga, que decía ser -sin serlo- “observador internacional” de la Asociación de Abogados Democráticos Europeos, en un particular homenaje al esperpento. Era belga, desde donde 'presta servicio' Carles Puigdemont, a quien este martes mostraba TV3 a los catalanes, que desde hace un tiempo le observan en la distancia. Habrá quien le venere y habrá quien piense que hace tiempo perdió la razón y la vergüenza. Todo esto sucedió cuando era presidente de la Generalitat. Pero hoy no se le ha visto por aquí.
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