Opinión

Y Rufián, presumiendo por Madrid

Lo que parece claro es que a los independentistas espiados se les fue la fuerza por la boca

Cada semana tiene su afán en España. Sabemos con qué cotilleos nos acostamos los domingos. No sabemos con los que nos despertaremos el lunes. Para mayor gloria y lucimiento de tertulianos los asuntos a tratar no deberán ser complicados. Si lo fueran, tendrían que ceder sus sitios a expertos que analizaran los efectos de la inflación, la continuidad a medio plazo del actual sistema de pensiones si se cumpliera el acuerdo de subir las pensiones en función de la inflación, la situación del mercado laboral, la diferencia entre contratos fijos discontinuos y contratos temporales, la subida de la energía eléctrica o del petróleo, el papel de las tecnologías en la nueva economía, el sistema educativo, la pérdida que supone para el sistema productivo español la ausencia de buena parte del 50 % de la población española en su vertiente femenina y de los trabajadores e hijos de trabajadores en situación de abandono que seguramente están dotados de tanta imaginación, ingenio e iniciativa como los hijos y progenitores de los más pudientes sin que unas y otros puedan aportarlos a la riqueza nacional, etc.

Después de lo del Sahara,  de la pandemia, de la invasión rusa de Ucrania, de los espías a los independentistas y a miembros del Gobierno, pronto, si no es ya, todo quedará desplazado por las inmediatas elecciones autonómicas andaluzas. Todo aquello de lo que se puede opinar sin comprometerse entra dentro del mundo de las tertulias. Los escucho y me acuerdo de aquel cuento en que una gallina le propuso a un cerdo montar un restaurante. El plato típico de la casa sería huevos fritos con jamón. La gallina pondría los huevos y el cerdo el jamón. El cerdo no aceptó. Su argumento fue inatacable. Le dijo a la gallina: “En este negocio tú te implicas, pero yo me comprometo”. En las tertulias, los tertulianos, como mucho, se implican. Nunca se comprometen. Solo se alinean en la fila correspondiente.

Supongamos que el CNI informaba al Gobierno de las conversaciones y actividades de esos independentistas que, de cara a su público, anunciaron que lo volverían a hacer

La de la semana pasada implicaba comprometer o no al Gobierno de España en el espionaje que supuestamente habían realizado los servicios secretos – llamados de inteligencia para despistar a los incautos-. Para unos, el Gobierno estaba al tanto del espionaje que el CNI  había hecho a determinados dirigentes del independentismo catalán. Para otros, los espías hacían su trabajo autónomamente sin que el Gobierno estuviera al tanto de nada. Yo tampoco tengo seguridad. Hago suposiciones basados en hechos acaecidos simultáneamente al espionaje.

Es cierto que el Gobierno español indultó a varios independentistas que estaban cumpliendo condena  por sedición y malversación de fondos públicos, en celdas que más que de prisiones parecían dependencias de la Generalidad de Cataluña. Supongamos que el CNI informaba al Gobierno de las conversaciones y actividades de esos independentistas que, de cara a su público, anunciaron que volverían a hacer lo que hicieron con los dos referendos de autodeterminación y con la declaración relámpago de independencia de la república catalana. Estoy seguro de que si lo que dijeron en público lo siguieron manteniendo en privado y volvieron a conspirar para romper la unidad el Estado, los espías habrían informado a sus jefes y estos, al Gobierno de la nación. Y no imagino que con esa información, el Ejecutivo les concediera el indulto para así mejorar sus medios y expectativas. Por muy dividido que esté el Gobierno, no me cabe la menor duda de que la parte socialista y mayoritaria nunca se hubiera prestado a la complicidad de semejante operación que implicaría la desaparición del PSOE. Si les concedieron el indulto o era porque no sabían nada de lo que conspiraban los independentistas o fue porque los independentistas no conspiraban nada que tuviera que ver con la independencia de Cataluña y, en consecuencia, los espías no dispondrían de ninguna información relevante que proporcionar al poder Ejecutivo.

Terminará en prisión

En cualquiera de los dos casos, lo que parece claro es que a los independentistas espiados se les fue la fuerza por la boca. El indulto fue la mejor prueba de que el Gobierno no tenía nada de qué enterarse porque no había nada que temer. Unos disimulaban su temor haciendo plantes ineducados a la Familia Real y otros se alejaban cada vez más del independentismo que podría conducirles a prisión para acercarse más y más a sus escaños españoles o catalanes.

En definitiva: si el Gobierno sabía que se espiaba a los independentistas catalanes, sabía que se les podía indultar, porque después de su paso por la cárcel jugaban de farol pero no llevaban buenas cartas. Y si el Gobierno no sabía nada es porque no había nada que interesaba a la seguridad e integridad territorial de España. Y Rufián, presumiendo por Madrid.

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