Los pueblos no son rentables. Los políticos se están portando bien, hay que admitirlo. En las aldeas más pequeñas hay piscina, frontón, servicio médico y farmacéutico, colegio con nueve niños y hasta una guardería. Se hicieron guarderías para fomentar el trabajo de la mujer rural, pero no trabaja casi ninguna. Los maridos suelen ganar suficiente, y ellas con las guarderías tienen las mañanas libres. Los políticos transfieren dinero mediante las Diputaciones o las subvenciones directas de Europa. En los pueblos hay poco paro, pero siempre quedan unos cuantos que terminan de contratados municipales por cinco o seis meses, más cobro de desempleo y ayuda familiar. Total: a living.
Los pueblos no son rentables. Si se echan cuentas, reciben mucho más que dan. Pero los políticos mantienen cierto compromiso de no cerrarlos y aseguran por el momento la subsistencia. En los pueblos no quedan más que viejos que no se mueren nunca, que cobran pensiones y consumen medicinas gratis. Los pueblos son casi residencias de ancianos para internos que aún pueden valerse por sí solos. Ellas van a la tienda, dan muchos paseos y en verano se pasan el día en la piscina, entre chapuzón y cartas. Ellos van aún a rebuscar patatas con noventa años o siguen haciendo las tierras entre el sintrón y la pastilla del azúcar. Hasta fuman.
Los pueblos no son rentables. Y aunque los avances tecnológicos los han puesto casi a nivel urbano, todavía se mantienen los tópicos y los prejuicios. A menudo son tópicos y prejuicios de mucha literatura y propaganda, que transmiten verdades a medias, ocultan hechos o mitifican una pura inercia vital. La entrañable vida rural, por ejemplo. Se la inventaron los señoritos escritores con escenas de puro artificio y un lenguaje trucado que espolvoreaba, entre caminos y ratas, unas cuantas palabras ya sin uso. Iban a un pueblo de veraneo y los de allí se quitaban la gorra y les daban un vocabulario que les hacía abrir los ojos y sonreír por los hallazgos. Iban apuntándolo todo en la libreta para un artículo o una novelita que pusiera negro sobre blanco aquella autenticidad. Pero casi todo era mentira y mixtificación, porque iban como a un museo. La vida rural de las novelas rurales solo describe un parque temático.
Los pueblos no son rentables. Pero se pierde en ellos dinero que no sirve para nada, como aquellas obras del plan Ñ que hicieron plazas de toros, polideportivos y aceras en caminos sin tránsito. La gente lo miraba y sonreía, sin saber muy bien qué pasaba. Eran planes para dar trabajo y fijar población: la dádiva que te mantiene gratis, en vez de un plan productivo, tan largo, tan cansado, tan inseguro. Todo sigue igual desde entonces: en las zonas menos pobladas los políticos meten dinero en época electoral, pero sin ningún resultado. Los pocos jóvenes que quedan, en cuanto se hacen mayores, se largan. Pero no todo es tan malo. La excrecencia melancólica de la despoblación rural da temazos para la lírica. Y, con suerte, se puede acabar viviendo bastante bien de escribir sobre el desamparo de los pueblitos de España, con una gorra allí, unos eriales por este lado y una liebre que brinca de repente en una cuneta. Coño, qué susto.
¿Por qué nuestro dinero tiene que ir a mantener a esa poca gente perdida por ahí, atrasada, con olor a bichos, sin escaparates? Que se vengan aquí, como los demás, y miren semáforos
Los pueblos no son rentables. Se podría intentar una especie de reconversión, agrupar ayuntamientos, juntar población, fomentar asentamientos de pequeñas industrias, todo eso. La inversión sería fuerte y tendría de seguro numerosas oposiciones. Pero si se hiciera bien, pondría cimientos estables para asegurar núcleos de población pequeños, acogedores, de buena vida. Es verdad que provocarían el odio de los enjambres urbanos, todos esos cientos de miles, millones de tipos sometidos a un esquema vital de regla y cartabón. Como de hecho lo provoca ya, en el estado actual de abandono. ¿Por qué nuestro dinero tiene que ir a mantener a esa poca gente perdida por ahí, atrasada, con olor a bichos, sin escaparates? Que se vengan aquí, como los demás, y miren semáforos.
Los pueblos no son rentables. Los analistas políticos, además, ven en ellos el sostén del populismo. Los núcleos urbanos son liberales, limpios de casticismo, progresistas, educados, civilizados. El magma rural odia las buenas maneras y presta su apoyo a los políticos menos pulidos, a quienes prometen frenar la corrupción urbanita y volver a las virtudes telúricas, mano a mano con la inclemencia. Si ha salido Trump, se debe sobre todo al voto del terrón americano, esas tierras profundas de labradores y vaqueros. El campo arcaico, necio y populista. Y encima se gastan el dinero de todos en encierros y verbenas.
Los pueblos no son rentables. Pero uno vive todo el año en un pueblo de 450 habitantes. Hay un poco de todo, pero en especial viejos. Y ahora, en verano, estamos deseando que termine agosto para que se vayan los forasteros. Tanta gente agobia.
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