Cuando hace tres semanas Putin ordenó invadir Ucrania, soñaba con revivir un pasado glorioso y proyectar a Rusia hacia un mañana luminoso en el que el mundo entero la mirase con temor y respeto. A la luz de lo que está sucediendo, donde les ha llevado esta guerra es a un callejón sin salida que les devuelve a las páginas más oscuras de su propia historia. Ha embarcado al país en la mayor agresión que se recuerda en Europa desde la segunda guerra mundial y la democracia rusa, que ya era muy frágil, se ha transformado en una dictadura caracterizada por la represión, la mentira y la paranoia.
Pero volvamos al principio porque han pasado tantas cosas en las últimas semanas que empieza a olvidarse lo fundamental. ¿Cómo empezó todo esto? Lo hizo hace unos pocos meses cuando Putin creyó llegado el momento de dar el paso decisivo de entrar en Ucrania con un gran ejército pensando que los ucranianos aceptarían de mejor o peor gana la invasión, pero que no se resistirían. El Gobierno legítimo del país huiría a Occidente y la OTAN tendría que aceptar a regañadientes el hecho consumado. Una versión corregida y, sobre todo, aumentada, de lo de Crimea en 2014. Como iba a ser algo rápido, quirúrgico, en el que no habría que lamentar víctimas, no preparó a los rusos para que las cosas se torciesen. Tampoco lo hizo con su corte de aduladores, empresarios enriquecidos al calor del régimen poco interesados en las guerras porque son perjudiciales para sus negocios.
De aquello han pasado sólo tres semanas que se han hecho eternas para los ucranianos. Hay miles de muertos tanto en un lado como en otro, muchos de ellos civiles, y sigue negando que esté librando una guerra que ya es la mayor y la más mortífera de Europa desde las balcánicas de los noventa. Para mantener esta mentira ha clausurado todos los medios de comunicación que no siguen las directrices del Kremlin, ha encerrado a los periodistas incómodos y, a los que no lo son, les ha amenazado con penas de varios años de cárcel para que no se desvíen del guion.
Twitter, Facebook o incluso la BBC han creado versiones especiales de sus páginas sólo accesibles en la llamada dark web, una red encriptada y a salvo de la vigilancia de los gobiernos
Los que en la calle han osado manifestarse contra la guerra están siendo perseguidos. Redes sociales como Twitter, Instagram o Facebook han sido bloqueadas dentro de Rusia. Para acceder a ellas los rusos tienen que aventurarse en la internet oscura con navegadores específicos como el Tor. Twitter, Facebook o incluso la BBC han creado versiones especiales de sus páginas sólo accesibles en la llamada dark web, una red encriptada y a salvo de la vigilancia de los gobiernos. Recurrir a la internet oscura es algo a lo que los disidentes iraníes o chinos estaban ya acostumbrados, pero no los rusos.
El bloqueo informativo y la riada de propaganda oficial que padecen los rusos no es nada en comparación con lo que están sufriendo los ucranianos. Como Putin se encontró con una feroz resistencia, algo que no esperaba y que hizo descarrilar sus planes desde el primer día, está sembrando el terror en las ciudades. Bombardea sin piedad a la población civil, destruye casas, escuelas, hospitales y ataca corredores humanitarios por los que tratan de huir los refugiados. Según datos de Naciones Unidas se han registrado no menos de 800 muertos entre la población civil, una cifra provisional que irá creciendo con los días porque la estrategia que sigue el ejército ruso es la de sitiar y dejar morir de hambre y frío a las ciudades. Si Putin está cometiendo crímenes de guerra contra los ucranianos, a quienes se refería hace no tanto como hermanos de sangre de los rusos, ¿qué no será capaz de hacer en su propio país si las cosas se le complican?
Pongamos por caso que no se le complican del todo. Los rusos se tragan el sable hasta el fondo y consigue adueñarse de buena parte de Ucrania. Tiene plomo en la reserva para destruir el país a conciencia, reducir a cenizas Mariúpol, tomar Kiev y hacerse con Járkov y toda la costa. Pero, aunque su victoria en el campo de batalla sea incontestable, difícilmente habrá ganado la guerra. Supongamos que consigue convertir a Ucrania en un protectorado con un Gobierno teledirigido desde Moscú. Ese y no otro era su objetivo cuando empezó a concentrar tropas en la frontera a finales del año pasado. Pero las circunstancias han cambiado. La Ucrania que salga de esta locura no es la misma que entró en ella el 24 de febrero.
¿Cuántos soldados le harán falta para controlar semejante extensión de terreno? En el mejor de los casos no menos de 200.000 a los que el Kremlin tendrá que mantener y alimentar durante tiempo indefinido
Hoy los ucranianos tienen un enemigo común y desean recuperar el país y alejarlo lo más posible de una Rusia que les ha asesinado con saña. Putin tendrá que ocupar militarmente el país y carece de recursos para ello. Ucrania es más extensa que Francia y España, con 603.000 kilómetros cuadrados su superficie es equivalente a dos veces la de Italia y a seis veces la de Hungría. ¿Cuántos soldados le harán falta para controlar semejante extensión de terreno? En el mejor de los casos no menos de 200.000 a los que el Kremlin tendrá que mantener y alimentar durante tiempo indefinido. Muchos más si aparecen insurgencias armadas, cosa harto probable habida cuenta de la cantidad de armas que están entrando en el país desde hace semanas.
Puede también partir Ucrania en dos y ocupar la mitad oriental. En ese caso reduciría el coste, pero no el desgaste, que iría a más porque habría una Ucrania libre y otra ocupada. La Ucrania libre podría entonces rearmarse con dinero occidental e incluso ingresar en la OTAN y en la Unión Europea. Los ucranianos de la zona ocupada mantendrían la esperanza intacta y redoblarían su resistencia al invasor con la ayuda de sus compatriotas de la zona libre.
Putin ha cometido un error de una dimensión tal que es posible que todavía no hayan calibrado adecuadamente en Moscú. No sólo se ha puesto en contra a prácticamente todo el mundo, algo que pasará una abultada factura al país en los años venideros, también ha dilapidado la buena imagen que en el exterior tenían de sus fuerzas armadas. El ejército ruso se veía como una formidable máquina de guerra y está pasando las de Caín frente a un enemigo mucho menos numeroso y peor armado, pero dispuesto a defender su tierra. Los generales rusos están perdiendo gran cantidad de material y las víctimas mortales en su ejército se estiman entre los 4.000 y los 6.000 efectivos en sólo tres semanas, las mismas que el ejército de EEUU en los casi nueve años que duró la guerra de Irak.
Si consiguen llegar a EEUU, Francia, Alemania o el Reino Unido son recibidos con recelo. La invasión está siendo tan salvaje que ha resurgido el sentimiento antirruso en Occidente. Están pagando justos por pecadores
Rusia, por lo demás, se enfrenta a una crisis económica que va a dejar pequeña a la que sucedió a la implosión de la Unión Soviética en los noventa. El banco central no tiene acceso a buena parte de sus reservas, el rublo se ha desplomado y la Bolsa de Moscú lleva tres semanas cerrada por miedo a que el derrumbe deje a las compañías nacionales a cero. Casi todas las empresas occidentales que operaban en el país se han marchado. Exportar se ha puesto muy difícil y es misión imposible importar casi cualquier cosa. Algunos bienes son objeto ya de racionamiento porque la economía rusa estaba muy interrelacionada con la de Occidente. Infinidad de partes y componentes de todo tipo de maquinaria se fabricaban en Europa para ensamblarse en Rusia o viceversa. Esto está provocando paradas en las fábricas. La maquinaria que emplean en minas, refinerías o cadenas de montaje está llena de piezas y software de origen occidental. Si algo se estropea es posible que no haya repuestos para repararlo ni posibilidad de hacerse con ellos debido a las sanciones.
Los que pueden permitírselo porque tienen ahorros y hablan idiomas están huyendo del país temiendo que la situación empeore aún más. Con los cielos de toda Europa cerrados a los aviones rusos, huyen hacia Turquía y Oriente Medio con la intención de permanecer allí o viajar a Occidente. Si consiguen llegar a EEUU, Francia, Alemania o el Reino Unido son recibidos con recelo. La invasión está siendo tan salvaje que ha resurgido el sentimiento antirruso en Occidente. Están pagando justos por pecadores. Los rusos no son el enemigo, son, en buena medida, la primera víctima del déspota que gobierna el país junto a su camarilla desde hace 22 años.
Con este éxodo de hombres de negocio, intelectuales y profesionales liberales se visualiza mejor que cualquier otra cosa el salto atrás en el tiempo. Dentro vuelve la represión hacia el disidente, fuera empiezan a aparecer núcleos de exiliados cuya razón de ser no es ya la oposición al zar o a los bolcheviques, sino a un régimen hasta hace no tanto tiempo muy popular, pero que ha decidido inmolarse en el altar de la guerra. Este régimen carece, además, de una coartada ideológica. No está ahí por designio divino como los Romanov o como consecuencia de una revolución. El “putinismo” no es una ideología, es un batiburrillo de ideas sueltas con el nacionalismo ruso y la ortodoxia oriental como aglutinante.
¿Habrá una reacción interna contra la deriva suicida de Vladimir Putin? Lo desconocemos. Es posible que dentro del régimen muchos estén buscando ya una salida honrosa que pasa necesariamente por el sacrificio del líder. Pero no lo van a tener fácil. Conforme avanzan los días y la situación empeora, más se blinda Putin frente a los enemigos internos. Tratará de acabar cuanto antes en Ucrania, quizá tomando atajos y multiplicando las atrocidades con armas químicas. Pero eso no le ahorrará el día después. En ese momento la Rusia de Putin habrá completado su regreso al pasado y serán los rusos quienes tengan la obligación de devolverla al presente. Sólo nos queda esperar que sea lo antes posible.
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