Los Países Bajos son un actor menor en la política europea. Y no porque el país no sea importante, que lo es. Se trata de una economía de cierta envergadura con 18 millones de habitantes de renta alta, presencia global y gran prestigio internacional. Pero está rodeado de gigantes. Al este Alemania, al oeste el Reino Unido y al sur Francia. Esa es la razón por la que las cuitas políticas de Holanda suelen pasar desapercibidas. El que no ha pasado desapercibido en los últimos trece años ha sido Mark Rutte, un tipo de aspecto afable que se había hecho muy conocido en toda Europa. En parte porque llevaba muchos años en cargo, y en parte por un estilo muy personal. El medio de transporte nacional en Holanda es la bicicleta, algo que han convertido en una seña de identidad, pero sus políticos suelen emplear el automóvil. No es el caso de Rutte, a quien le gusta salir en televisión llegando a su despacho a lomos de su propia bici. Eso en Holanda no choca tanto, pero si en otros países de Europa. De ahí que muchos tal vez no conozcan su nombre, pero sí saben quién es el primer ministro de la bicicleta.
En su país lo de la bicicleta no es tan llamativo, allí le conocen como el político de teflón porque no se quema nunca. Lleva al frente de los Países Bajos desde octubre de 2010, lo que le convierte en el líder europeo más veterano después de Viktor Orban y en el primer ministro holandés con más años en el cargo de toda la historia. Esto tiene mérito porque los primeros ministros en Holanda suelen pasar mucho tiempo en el cargo. En los últimos cuarenta años sólo ha habido cuatro primeros ministros: Ruud Lubbers del 82 al 94, Wim Kok del 94 a 2002, Jan Peter Balkenende de 2002 a 2010 y Mark Rutte de 2010 a esta parte.
Rutte superó al año pasado a Lubbers y se pensaba que seguiría en el cargo lo menos cuatro años más, pero el 10 de julio, informó al parlamento que no se presentaría a las elecciones anticipadas de noviembre. Tres días antes, el 7 de julio, puso fin al Gobierno de coalición por una disputa menor sobre la legislación referente al asilo político. Parecía poca cosa para alguien que había sobrevivido a problemas mucho peores, pero la decisión de Rutte no fue tanto una respuesta a esa cuestión concreta, como su voluntad de irse por su propio pie, a su manera, con la popularidad intacta y dejando a su partido posibilidad de mantenerse en el Gobierno tras las elecciones.
Parecía que estaba esperando el primer desacuerdo dentro del gabinete para romperlo, presentar la dimisión al rey, disolver la Cámara y convocar elecciones
Aun así, la caída del gobierno sorprendió a todos. Los analistas no lo entendían. Había echado un órdago con lo de los refugiados en el consejo de ministros y lo había perdido, pero eso no era motivo para irse de ese modo e incluso abandonar la política. Así que había otras razones de tipo personal y partidista. Parecía que estaba esperando el primer desacuerdo dentro del gabinete para romperlo, presentar la dimisión al rey, disolver la Cámara y convocar elecciones. Su partido, el Partido Liberal, se mantiene arriba en las encuestas que le dan en torno al 25% de los votos, pero amenazado directamente por el Movimiento campesino, un partido de reciente creación, de tendencia identitaria, populista y euroescéptica que ha crecido mucho en los últimos dos años.
El movimiento campesino, conocido por sus siglas BBB, en las últimas elecciones, las de 2021, era una formación pequeña, casi testimonial. Sólo obtuvo 100.000 votos (el 1%) y un escaño en el parlamento. Desde entonces no ha hecho más que crecer. En las elecciones provinciales del mes de marzo obtuvo unos resultados muy buenos, en algunas provincias rurales como Drente o Frisia se fue al 30%. En las del Senado del pasado 30 de mayo fueron el partido más votado con el 20% de los votos, 8 puntos más que los liberales de Rutte.
El movimiento campesino no es propiamente un partido como la Reagrupación Nacional francesa, aunque en algunos puntos coinciden como el del euroescepticismo. El énfasis lo ponen en la agenda medioambiental del Gobierno holandés y de la UE. Sus enemigos declarados son los animalistas y el ecologismo radical, y no tanto los tradicionales partidos de izquierda. Tampoco siguen a otros movimientos identitarios europeos en aspectos como el cuestionamiento de la OTAN, de hecho, la presidenta del partido, Carolina von der Plas, es partidaria de entregar F-16 a Ucrania. Su principal caballo de batalla es el nitrógeno, sí, el nitrógeno. Holanda es un país con una agricultura y ganadería muy productiva. Nada extraño, es llano, bien regado, el suelo es fértil y está muy industrializado. Uno de los subproductos de la agricultura y la ganadería son los óxidos de nitrógeno y el amoniaco producidos por el estiércol. Los suelos holandeses están saturados de ambos compuestos y eso mismo hace unos años provocó una crisis que derivó en una legislación específica a la que este movimiento se opone. Desde entonces, y cabalgando sobre las leyes del nitrógeno, ha crecido como la espuma.
A lo largo de las dos últimas décadas, cada vez más votos (y escaños) han ido a parar a partidos antiinmigración y de derecha identitaria, como el Partido por la Libertad
El ascenso del BBB ha puesto en jaque el sistema de partidos holandés. Se ha colado entre los grandes ocasionando un reajuste general de alianzas. Rutte, que ha navegado bien hasta ahora, quiere que su partido siga arriba, preferiblemente gobernando. Su fortaleza ha sido colocarse en el centro mismo del tablero, algo meritorio ya que el parlamento holandés es uno de los más atomizados de Europa. El Partido Liberal es el más votado, pero sólo tiene 34 de 150 escaños. A lo largo de las dos últimas décadas, cada vez más votos (y escaños) han ido a parar a partidos antiinmigración y de derecha identitaria, como el Partido por la Libertad acaudillado por Geert Wilders. Al final el tema de la inmigración (y por contagio, de los refugiados) es algo que genera mucho debate en Holanda ya que hay casi 3 millones de inmigrantes con una población total de 17.600.00, eso hace aproximadamente el 15% de la población.
La caída del gobierno ha estado, de hecho, relacionada con un tema migratorio. Holanda es un país generoso con los refugiados, acoge a casi todos los que lo piden, pero el año pasado se desbordó. En 2021 36.000 personas solicitaron asilo, el año pasado fueron 50.000 y se espera que este año sean 70.000. No hay medios para acoger a todos de modo que los están teniendo que alojar en condiciones precarias. El año pasado murió incluso un niño refugiado en uno de estos alojamientos temporales. Eso desató un escándalo y que se abriese el debate en todo país… y en el propio Gobierno. Rutte quería limitar a 200 el número de familiares de refugiados que pueden asentarse en el país. Dos de los cuatro partidos de la coalición, el izquierdista D66 y los cristianodemócratas, se negaban a eso porque lo consideran inhumano. Como no se ponían de acuerdo Rutte aprovechó para declarar crisis de Gobierno, convocar elecciones y largarse.
Puede parecer una espantada, pero tratándose de Rutte es poco probable. Es muy listo y habilidoso. Seguramente todo lo ha calculado. Se hace a un lado, convoca elecciones para noviembre a las que él no se presenta y fuerza una realineación de todos los partidos en torno al tema de la inmigración, que es el que al Partido Liberal le interesa, y no en torno al de la política climática que es donde el Movimiento Campesino se siente fuerte. En Holanda el debate climático pasa por la limitación de emisiones no sólo de CO2, sino de también de nitrógeno, y eso supone cerrar explotaciones ganaderas o frenar la actividad industrial. El BBB no es especialmente refractario a los inmigrantes porque muchos de ellos trabajan en la agricultura, pero se opone ferozmente a lo del nitrógeno porque su base electoral está en el campo. Como es lógico, el 20% de los holandeses no se dedica al sector primario. El aporte de este sector al PIB es muy pequeño (el 1,5%) y sólo el 2,2% de la masa laboral de los Países Bajos se dedica a la agricultura, la ganadería o la pesca, pero, aparte de que gozan de la simpatía entre muchos holandeses (los molinos de viento, las vacas y los campos de tulipanes son parte de la identidad nacional holandesa), muchos ven en las restricciones al nitrógeno un símbolo de la lucha contra la agenda ecologista, de ahí que les voten también en las ciudades.
El Partido Liberal necesita un candidato, cosa que aún no tiene. Le va a costar porque lleva demasiados años como caudillo único y nada ha crecido a su sombra
La intención de Rutte es mover el eje del debate al de los inmigrantes, donde su partido se maneja mucho mejor. Por de pronto seguirá de primer ministro durante cuatro meses y medio más, hasta el 22 de noviembre, que es la fecha elegida para las elecciones. El Partido Liberal necesita un candidato, cosa que aún no tiene. Le va a costar porque lleva demasiados años como caudillo único y nada ha crecido a su sombra. Sea quien sea va a tener muy difícil volver a ganar porque muchos votantes del Partido Liberal votaban a Rutte más que al partido. Ha encarnado mejor que nadie el centro exacto de la política holandesa, lo ha hecho durante tanto tiempo que a partir de ahora no está claro dónde estará ese centro cuando él desaparezca. Los más pesimistas auguran un periodo de turbulencias políticas e ingobernabilidad. Seguramente echen de menos a Rutte. El país ha marchado muy bien económicamente durante sus cuatro legislaturas y hasta ha adquirido cierta relevancia internacional de la que antes carecía.
Respecto a sus propias expectativas personales. Podría ser que regresase a la vida privada. Rutte no entró en política hasta 2002, cuando ya tenía 35 años. Hasta ese momento había trabajado en la empresa privada, en la multinacional Unilever, donde fue director de Recursos Humanos de una de sus filiales en Holanda. Pero nadie ve a Rutte volviendo a Unilever, ni siquiera como presidente de la empresa. Es un animal político y pica mucho más alto. Se rumorea que quiere reemplazar a Jens Stoltenberg como secretario general de la OTAN cuando su mandato (prorrogado dos veces) finalice el próximo año. También se comenta que lo que quiere es la presidencia del Consejo Europeo, ocupada ahora por el belga Charles Michel, pero cuyo mandato vence dentro de año y medio. Para ambos está bien situado, mucho mejor que su principal contrincante, Pedro Sánchez, que si sale de la Moncloa después de las elecciones del domingo tendrá que encontrar acomodo en algún puesto de relumbrón. Los únicos dos que quedan libres son el de la OTAN y el del Consejo Europeo.
Rutte es un liberal moderado, Sánchez un socialista radical que ha subido todos los impuestos que ha tenido a mano y ha señalado a los principales empresarios del país (Rafael del Pino llevó su empresa precisamente a Holanda)
Rutte es lo opuesto a Sánchez hasta en el plano personal. Donde uno es cercano y humilde, se mueve en bicicleta y camina por la calle acompañado por una escolta muy discreta, el otro es arrogante, no se baja del Falcon y sus caravanas presidenciales cuando llega a un aeropuerto se han hecho famosas porque involucran nunca a menos de 15 vehículos. Un par de anécdotas muy ilustrativas. Rutte, licenciado en Historia, sigue dando clases de ciencias sociales en un instituto de La Haya dos veces por semana, y no suele faltar. Hace cinco años, en 2018, entraba en el parlamento andando con un café en la mano. En el vestíbulo, al ir a pasar los tornos de acceso, se le cayó el café al suelo. Llegó una señora de la limpieza para limpiarlo, pero no se lo permitió, le pidió la mopa y la pasó él personalmente. No contento con eso, viendo que algo se había derramado encima del torno, agarró un trapo y lo limpió también. No estaba preparado. Tenemos imágenes de aquello porque había una cámara de una televisión en la puerta que estaba grabando recursos de los diputados entrando. Pero también son muy diferentes desde el punto de vista político. Rutte es un liberal moderado, Sánchez un socialista radical que ha subido todos los impuestos que ha tenido a mano, ha señalado a los principales empresarios del país (uno de ellos, Rafael del Pino, se ha llevado su empresa precisamente a Holanda) y ha pactado con partidos de extrema izquierda asumiendo su discurso y buena parte de su programa.
Para ciertos puestos como el de secretario general de la OTAN o el de presidente del Consejo Europeo cuentan los detalles. Para el primero Sánchez exhibe la celebración de la cumbre de la OTAN en Madrid el año pasado, pero al mismo tiempo una parte de su gabinete estaba en contra de la OTAN e incluso de ayudar a Ucrania. Eso juega en su contra. Para el segundo Sánchez cree que sus credenciales europeístas son impolutas, pero en Bruselas han terminado por tomarle la medida. Se quedó sin la presidencia del Eurogrupo, que iba para Nadia Calviño y terminó en manos del irlandés Paschal Donohue. El responsable de que Calviño se quedase sin el codiciado cargo fue Mark Rutte. En esa misma época fue Rutte quien frenó a Sánchez en la negociación de los fondos europeos de la pandemia. Sánchez quería más dinero y que fuesen a fondo perdido, Rutte menos y que la mitad hubiera que devolverla. Se impuso el segundo.
Rutte saldrá del Gobierno en cuanto se forme un nuevo gabinete, lo cual podría demorarse semanas ya que las encuestas pintan un panorama endiablado, justo a tiempo para reubicarse en la OTAN o en el Consejo Europeo. Detrás deja un panorama incierto y la incógnita de hasta dónde podrá llegar el sorprendente movimiento campesino holandés que tanta tinta ha hecho correr en los últimos meses.
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