Opinión

¿Sabemos realmente lo que votamos?

Quien quiera conocer los programas de los principales partidos, tendrá que leer 744 páginas; más de lo que mucha gente lee a lo largo de toda su vida. Además, los políticos consideran el programa un mero trámite, algo no vinculante que pueden saltarse

Quien quiera conocer los programas de los principales partidos, tendrá que leer 744 páginas; más de lo que mucha gente lee a lo largo de toda su vida. Además, los políticos consideran el programa un mero trámite, algo no vinculante que pueden saltarse a la torera sin consecuencias; por eso al votante no le merece la pena leerlo. Y cuando llegan elecciones, envidio a quienes siempre votan al mismo partido de manera automática, ya sea por tradición familiar o por fidelidad futbolera; pues aquellos que no nos identificamos con ningunas siglas, tenemos que fiarnos casi exclusivamente de nuestra intuición.

Indignarse a veces resulta conveniente, pero pedirle a la gente que te siga prestando atención cuando llevas ocho años ladrando, es mucho pedir

En la era de la información y la inmediatez, los partidos vomitan contenido en las redes sociales, conscientes de que no tenemos tiempo de contrastar esa sobredosis de información ni de leer todos los artículos de análisis y opinión que esta genera. Entonces, ¿en función de qué decidimos nuestro voto? Mi amigo dice que, en realidad, ninguno sabemos qué estamos votando, que elegimos al que mejor nos cae. “En las municipales he votado a la candidata que menos gritaba, que no sé ni cómo se llama”, me dijo hace unas semanas. Y, la verdad, no me parece el peor de los criterios. Muchos españoles estamos cansados del ambiente guerracivilisita de los últimos años, del que Pablo Iglesias —el emérito revolucionario al que le aburría reinar— y su consorte son muy responsables. En Podemos no tuvieron en cuenta que caer bien no es un asunto baladí: indignarse a veces resulta conveniente, pero pedirle a la gente que te siga prestando atención cuando llevas ocho años ladrando, es mucho pedir.

Yolanda Díaz, por el contrario, se desmarcó de ese estilo bronco desde el primer momento, y la verdad es que se agradece que en la ultraizquierda alguien sonría y vaya vestido acorde con el cargo. Aunque si los Iglesias pecaban por defecto, ella peca por exceso: demasiada azúcar. A muchos no nos gusta que nos hablen como si fuéramos niños muy pequeñitos, preferiríamos que nos trataran como adultos y nos explicaran quién ha pagado ese “proceso de escucha” en el que Díaz se embarcó mientras era ministra de Trabajo. En los últimos días he acudido varias veces a la página de Sumar para conocer las conclusiones a las que ha llegado tras escuchar a tanta gente, pero la página no funciona. Y eso no inspira mucha confianza: si no consigues mantener una web ¿cómo vas a gobernar un país? Quizá consideren que sus votantes no pueden concentrarse más de dos minutos seguidos y por eso lo fíen todo a los bequiños y las redes sociales.

También podía habérsele ocurrido dejar de respirar, pero debió de considerar que aquel gesto era suficiente mérito para colgarse la medalla de luchador contra el fascismo

Al final logré descargarme su programa en otro medio, adonde lo habían subido unos periodistas de esos a los que Yolanda expulsaría de la profesión. Por otra parte, Sumar también parece el coche escoba de gente peculiar, como ese chavale de 22 años con vestido y voz de Darth Vader que han puesto al frente de los temas feministas —imagínatele como Vicepresident@ de Feminismos y Economía de los Cuidados—. O ese catedrático ¡de Comunicación! que el otro día, en un debate, se negó a mirar a Rocío de Meer (Vox) como si fuera un niño pequeño. También podía habérsele ocurrido dejar de respirar, pero debió de considerar que aquel gesto era suficiente mérito para colgarse la medalla de luchador contra el fascismo. Me pregunto qué habría hecho si hubiera coincidido con Abascal en esa gasolinera en la que todo el mundo quería hacerse fotos con él.

A Santiago la gente le para por la calle para darle la enhorabuena por haber ganado el debate entre Sánchez y Feijóo o para decirle que en su casa le van a votar todos. De sobra sé que esos vídeos son marketing electoral, pero me pregunto si Abascal es consciente de la esperanza que mucha gente trabajadora está depositando en Vox. Mientras, reflexiono sobre lo errado de la estrategia de las izquierdas con respecto a Núñez Feijóo. Yolanda Díaz, que ha tenido compañeras que pasaron de la inexperiencia laboral al Consejo de Ministros, ha dicho por activa y por pasiva que su paisano es un incompetente y que el hombre que ha gobernado 13 años Galicia no está preparado para gobernar. Incluso algunos le llaman el percebe.

El equipo socialista se está equivocando mucho: han ignorado que Sánchez cae mal y lo han llevado por televisiones y radios como si fuera un ídolo de masas y, encima, han intentado hacerlo pasar por víctima

Y lo malo de esta política adolescente que se basa en el relato —es decir, en la ficción— es que luego llega la realidad y le atiza en toda la cara. Así, el otro día vimos a nuestro malcriado presidente completamente desbordado por la tranquilidad adulta y la sangre fría del gallego. Creo que el equipo socialista se está equivocando mucho: han ignorado que Sánchez cae mal y lo han llevado por televisiones y radios como si fuera un ídolo de masas y, encima, han intentado hacer pasar por víctima de los medios y la ultraderecha al autócrata terminator del Decreto Ley. Y ahora, cuando él mismo nos ha dicho que no existe la mentira, sino sólo los cambios de opinión, quieren convencernos de que Feijóo es un mentiroso compulsivo ultraderechista.

Al final, tantos asesores y spin doctors para acabar encomendándonos a nuestro instinto.

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