Si repasamos la historia de los dos últimos siglos de la vida española, comprobamos que a lo largo de ese tiempo han sido innumerables las voces que han clamado por “educar al pueblo”. Son muchos los que han denunciado que los problemas de España solo se solucionarían con la educación de las gentes. Y ahora, cuando ya llevamos más de cincuenta años con una vida social y política, democrática y sosegada, equiparable a la de cualquier país de nuestro entorno, resulta que, en comparación con estos, volvemos a suspender, y con muy mala nota, en "cultura y educación”.
Temas como el trabajo, la inmigración, la seguridad, la vivienda, el agua, la energía, el cambio climático etc., que aparecen en los primeros puestos de nuestras preocupaciones individuales, solo tienen solución real en una sociedad educada. Porque educar significa desarrollar valores, es decir, desplegar la capacidad de cada uno para poder apreciar lo que es bueno o malo y obrar en consecuencia. Una sociedad indiferente ante la educación y la cultura es una sociedad que tiende al egoísmo individual, a mirarse a sí mismo, a ignorar o desdeñar lo que ocurra en tanto en cuanto no nos afecta a nosotros. Y ello conduce a que sea fácil deducir que, en una sociedad así, el único valor sólido sea el económico, el de cada uno por supuesto, que, creemos, nos confiere el poder de hacer lo que cada uno quiera.
Si el gran logro de la democracia ha sido el de propiciar que todos puedan estudiar, su gran fracaso ha sido el de diluir valores
Como dijera Ortega y Gasset, “el hombre lo que tiene es historia”, y aunque todos tengamos los mismos derechos, no todos tienen las mismas obligaciones. En aquel ambiente en el que, decían, todo era posible, se educaron los abuelos de los jóvenes que hoy llenan los institutos y universidades. Si el gran logro de la democracia ha sido el de propiciar que todos puedan estudiar, su gran fracaso ha sido el de diluir valores y rebajar, hasta límites inconcebibles, el nivel de exigencia. Se estudia para tener un empleo, porque así es más fácil ganar dinero, y no para ser una persona culta y con opinión crítica.
Toda sociedad necesita líderes sociales que, de algún modo, sean ejemplo a seguir. Y aquí elevamos a esa categoría a personas cuyo único mérito son las veces que se levantan de la cama, o el dinero que han conseguido por procedimientos de dudosa transparencia. Incluso la clase política, nuestros dirigentes, incluyendo como tales desde el concejal más humilde hasta el más alto cargo, es, en conjunto, de una mediocridad cultural que asusta. Puede que tengan muchos títulos, pero comparándola con la clase política de los años 70 y 80, su nivel es para derramar lágrimas..
Los partidos están para complementarse no para ser enemigos, y los políticos, para defender a la sociedad civil con honradez, lealtad y educación
Como muestra, todos los días observamos el lenguaje que utilizan en el Hemiciclo algunos de nuestros diputados y senadores, muy poco que ver con el que se utilizaba en el siglo XX. Se han dejado algunos la educación en casa y han olvidado que la política no es enfrentamiento, que la educación no está reñida con el ejercicio de la función parlamentaria y que los últimos 50 años han sido los mejores de nuestra historia. Recordemos que en los hemiciclos han coincidido y convivido figuras tan distintas como la Pasionaria y Girón de Velasco y nunca se han expresado con el lenguaje vasto, insultante y grosero que utilizan hoy algunos políticos. Los partidos están para complementarse no para ser enemigos, y los políticos, para defender a la sociedad civil con honradez, lealtad y educación, procurando conseguir el máximo bienestar social para todos los españoles. No debemos dejarnos manipular y hemos de exigir, a los que aspiran a regir los asuntos públicos, que nos hablen claro, que nos expliquen bien que es lo que van a hacer, cuáles son sus planteamientos. No podemos conformarnos con que nos digan que van a hacer un puente, a asfaltar una calle, montar un ambulatorio o que crearán puestos de trabajo… Hemos de exigirles, porque debemos y podemos, y porque es indispensable para hacer verdadera política, que nos anticipen hacia donde nos quieren llevar y esto se hace mejor con educación y empleando un lenguaje duro si es necesario, pero no grosero ni insultante.
Pienso que en una democracia se puede decir y hacer lo que uno quiera, siempre y cuando no se falte el respeto al otro
La política es el arte del buen gobierno y cuando se opina sobre los asuntos públicos se trata de influir en los demás para lo cual el tono y el lenguaje empleado es fundamental. Gobernar no solo es dar órdenes o firmar cada día acuerdos o decretos. Gobernar es “marcar estilo” en todos los aspectos, incluso, o también, desde un punto de vista ético y estético. La convivencia en paz y libertad solo es posible si está basada en el respeto a los demás. Pienso que en una democracia se puede decir y hacer lo que uno quiera, siempre y cuando no se falte el respeto al otro. Porque el relativismo moral, el “todo está bien”, el “no quiero problemas”, el “que hagan lo que quieran” etc., nos está conduciendo a una suerte de resignación. A que cualquiera que crea en cualquier cosa nos termine imponiendo su modelo y sus postulados. A terminar aceptando, sin resistirnos del todo, a que cualquier indocumentado pueda faltarnos al respeto y, en consecuencia, aunque no queramos darnos cuenta, a caer en cierta sumisión.
Es cierto que algunos partidos políticos han redactado un “código ético y de buena conducta” para sus militantes y cargos públicos. Me parece muy bien. Y es que en política no basta con tener ideas: también hay que saber estar. Y esto último deja mucho que desear.
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