Opinión

Sabios, bobos y gobiernos transversales

La interinidad prolonga la agonía del independentismo, permite aflorar sus carencias organizativas e intelectuales, y muestra la debilidad de los viejos partidos

Los hombres, escribía Francisco de Quevedo, siempre entienden todo al revés: llaman sabio al bobo porque perturba y escandaliza, y bobo al sabio porque se esconde para que los demás no le pierdan el respeto. Esto ha pasado en la cuestión catalana. Algunos han agotado su papel, bebido hasta las heces el fracaso o el éxito de su histrionismo, y ahora parece llegado el tiempo de los que se escondían, la hora de los actores secundarios.

Ciudadanos es quien saca más rédito a esta situación. Es su escenario predilecto, aquel en el que puede exponer lo único que sabe hacer (de momento): el discurso crítico, de virtud robesperriana, de rasgamiento de vestiduras democráticas, de apelaciones facundas a la razón y de exhibición de candidata. La interinidad prolonga la agonía del independentismo, permite aflorar sus carencias organizativas e intelectuales, y muestra la debilidad de los viejos partidos. Sin asumir responsabilidad alguna, y encarnando una disidencia sin programa conocido, Ciudadanos crece.

Esa burbuja dice mucho de un país, tanto como que otros adopten la vía violenta. Este episodio del procés ha muerto, aunque los cuperos y demás kale borrokas de los CDR se nieguen a aceptar que la función ha echado el telón. Es más; no comprenden que esa violencia y las imágenes que dan la vuelta al mundo y que les vinculan con los energúmenos “activistas” que pululan por todo Occidente, empeoran su pretendida “revolución de las sonrisas”.

Ciudadanos es quien saca más rédito a esta situación. Es su escenario predilecto, aquel en el que puede exponer lo único que sabe hacer, de momento: el discurso crítico, de virtud robesperriana"

El anarcobolchevismo de corte trotskista y pijo de la CUP, incluso de sectores de ERC, proporciona la coartada perfecta para los que se arropan en la bandera del seny y la paz para tomar un poder que no les corresponde. Primero fue Iceta, quien, con un discurso lacrimógeno, exhaló su deseo de acabar con la interinidad del 155 casi con cualquier gobierno. Es como si la formación de un Govern solucionara ipso facto el golpismo y la terrible fractura social que existe en Cataluña.

El PSOE de Ferraz pronto desautorizó la propuesta de Iceta. La estrategia de confrontación total con el PP, pensaron algunos avispados socialistas, no debería caer en errores de antaño. Los más leídos recuerdan que el declive del PSC empezó con los tripartitos. Sin embargo, o quizá por ello, el testigo lo ha recogido En Comú Podem. La fórmula es bien conocida: un gobierno transversal que busque la “fraternidad de los pueblos de este país”.

El resto del nacionalismo catalán, decapitado, inmerso en la estulticia de la detención de Puigdemont por un exceso de soberbia, no encuentra una fórmula con la que satisfacer tan altos supremacismos. Y no habrá un vía intermedia, un Cambó que devuelva el catalanismo a la legalidad, como sueña un parte del Partido Popular. No; insistirán en el independentismo y en la ruptura abrupta porque ya no hay marcha atrás para sus dirigentes, atrapados entre el personaje, el discurso y el Código Penal.

Los cuperos y demás kale borrokas no comprenden que las imágenes de violencia dan la vuelta al mundo, les vinculan con los energúmenos ‘activistas’ que pululan por todo Occidente y empeoran su pretendida “revolución de las sonrisas”

Por eso se aferran al simbolismo de votaciones inútiles, de nombramientos digitales y delegados, de castillos indepes en el aire. Es el único escenario que les queda para desempeñar su falso papel de víctimas nacionales, de esforzados luchadores por la libertad de un pueblo al que han roto, robado y empobrecido. Esta es la razón de que sigan engrandeciendo a figuras a los que trataron como grandes sabios y héroes, inalcanzables por juez alguno, como dijo Torrent, porque encarnaban la “verdadera voz del pueblo de Cataluña”.

Creyeron, como ya señaló Quevedo, que lo inteligente era perturbar la sociedad catalana, crear conflictos donde antes no los había, fracturar, enturbiar, reclutar a adictos y marginar a los disidentes. Pensaron que escandalizar era mostrar su deseo de separarse por una supremacía inventada, cuya falta de destreza ha demostrado que es más el producto de una carencia que de una realidad. Inventaron un victimismo fundado en mentiras, en falseamientos históricos y culturales. Y, por supuesto, contaron con la complicidad de cierta izquierda que quiere destruir para ganar el poder, o simplemente cobrar.

Pero, como apuntó Don Francisco allá por 1627 en su obra “Los sueños”, aquellos sabios no eran más que unos necios, bobos de capirote y estelada, de grey y comparsa, de sentada y balido. Ahora lloran por las esquinas enmoquetadas del Parlament lo que no supieron ganar del silencio: el respeto.

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