Cuando la medida es la muerte, hasta lo abultado se vuelve pequeño. Cuando la muerte hace estragos, lo abultado -aun pequeño- se vuelve bochornoso. Cuando esos estragos son cotidianos, el bulto bochornoso se torna insoportable. Esto ha ocurrido, y está ocurriendo, en la España del señor Sánchez: el abultado bochorno tras cuatro años de penoso Gobierno, con dos citas con la muerte, ya es ampliamente insoportable.
La invasión ilegal de Ucrania es la segunda de esas terribles citas que vivimos bajo el paraguas del gobierno-más-progresista-de-la-historia. La primera la causó la covid. Y la silente mansedumbre con la que los españoles toleramos los excesos y la inoperancia del Gobierno de Pedro Sánchez para responder a la pandemia no fue interpretada en su justa dimensión a pesar del claro aviso posterior del 4-M madrileño.
Como la medida era la muerte -que fue tan brutal como incomprensible hace ahora dos años- lo abultado del rechazo político se volvió necesariamente pequeño. Pero esa impugnación quedó latente. Y tomó forma un año después en unas elecciones madrileñas. Como todo el mundo sabe, aquella cita electoral de mayo de 2021 en Madrid expulsó del tablero político a Pablo Iglesias, propinó un tremendo revolcón a los socialistas e inauguró una etapa en la que los partidos de centro-derecha y derecha suman bastante más del 50% (¡y del 55%!) de los votos. Es decir, la izquierda en el sentido más amplio no junta ni el 45% del apoyo ciudadano. Ese patrón (55%-45%) se ha mantenido en las elecciones de Castilla y León de este febrero, aunque con un reparto interno evidentemente distinto.
Antes de que la muerte volviera a invadir nuestra cotidianeidad -esta vez en forma de criminal invasión de un país europeo por parte de un exagente del KGB con delirios de zar imperial- la censura a Pedro Sánchez, y a sus modos y maneras de gobierno, ya había permeado hasta a las más inesperadas capas de la sociedad española. Pero, en muchas, todavía en estado latente.
Es demasiado barato echarle toda la culpa a Putin y, como en la pandemia, pretender que la mansedumbre de los españoles siga silenciándolo todo
El bochorno se ha vuelto insoportable debido a su inaceptable respuesta a la última crisis. Antes de que Putin bombardeara sin piedad a los ucranianos, los precios ya estaban disparados, el empobrecimiento por pérdida de ingresos ya angustiaba a demasiadas familias, las expectativas de la gente del común se habían encogido hasta acogotar los más modestos planes de futuro… Es demasiado barato echarle toda la culpa a Putin y, como en la pandemia, pretender que la mansedumbre de los españoles siga silenciándolo todo.
Esta vez, no. Quizá en parte porque los ucranianos están siendo, para todos, un extraordinario ejemplo de resistencia y dignidad frente a la tropelía y la mendacidad de los autócratas. Desde luego, porque el ejemplo que ofrecen a diario los eximios integrantes del gobierno-más-progresista-de-la-historia invita a todo menos a la contención. Y no es descartable que también porque, ¡esta vez, sí!, el centro-derecha está a punto de estrenar un liderazgo creíble como sólida oferta de Gobierno. El patrón 55%-45% ya ensayado en Madrid y en Castilla y León (con diferente reparto entre partidos) tiene muchas opciones de consolidarse para el conjunto de España con Alberto Núñez Feijóo al frente del PP. Y ése es un cambio clave.
En un magnífico obituario que Ana Palacio publicó este miércoles sobre Madeleine Albright, la exministra española recordaba un acertadísimo juicio sobre Vladimir Putin de la exsecretaria de Estado de EEUU: “[Putin] está seguro de que los estadounidenses comparten su cinismo y su ansia de poder y que, en un mundo en el que todo el mundo miente, no tiene la obligación de decir la verdad”. Supriman ‘Putin’ y ‘los estadounidenses’ y tendrán el más preciso retrato de un modo de hacer política que contamina y pervierte hasta la médula la convivencia y la democracia. Se aplica a todos aquellos líderes políticos que ‘están seguros de que sus interlocutores y sus competidores comparten su cinismo y su ansia de poder; viven en un mundo en el que todo el mundo miente y, por tanto, no sienten ninguna obligación de decir la verdad’. No miren solo a Pedro Sánchez, que sin duda, porque hay más, y hacia todos ellos hay un palpable repudio ciudadano. Como hay también una creciente demanda de autenticidad y verdad, junto a una evidente necesidad de eficacia y seriedad.
Solo con la peculiar redacción de la misiva y la sorprendente forma de darla a conocer, España se muestra como un país gobernado por alguien que envía cartas de pincho moruno dictadas (sin revisión) en mitad de una sobremesa
Contra esto último, contra la mínima seriedad que se supone a un Gobierno eficaz, ha ido la inclasificable carta que el presidente Sánchez remitió al rey de Marruecos y con la que se ha cambiado la posición española sobre el Sáhara Occidental. Solo con la peculiar redacción de la misiva y la sorprendente forma de darla a conocer a la opinión pública, España se muestra como un país gobernado por alguien que envía cartas de pincho moruno dictadas (sin revisión) en mitad de una sobremesa de sujétame el cubata. Y que parece hacerlo desde la frívola creencia de que nadie se va a enterar… Total.
Nuestro atractivo presidente del Gobierno -rebautizado ayer como ‘Antonio’ por el primer ministro italiano, Mario Draghi- es el último del cuarteto de la nueva política que compitió por La Moncloa tras la moción de censura a Mariano Rajoy. Los otros tres -Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pablo Casado- ya no están. Si el PSOE del Comité Federal de octubre de 2016 aún existiera seguro que verían muy bien buscar una salida digna para (Antonio) Sánchez antes de que éste termine de dilapidar sus siglas. Ahora es casi imposible, aunque cada día el ambiente en la calle recuerda más a aquel mayo de 2011 en el que José Luis Rodríguez Zapatero empezó a salir del Gobierno.
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