Cuando se limpien de fango las calles de los pueblos valencianos afectados por la dana, también aparecerá el cadáver del Estado de las Autonomías. En su obituario habrá los elogios de rigor, pero el hecho es que la catástrofe natural ha dejado al desnudo el desastre político. ¿Cómo calificar si no que la cuarta economía del € responda a una dana histórica, avisada con anticipación, con la lentitud, chapuza y negligencia que asociamos a un “país del tercer mundo”? ¿Cómo es posible que la respuesta institucional a las catastróficas inundaciones de Bilbao de 1983 fuera mucho más rápida, eficaz y empática que esta de 2024? Son los 40 años de centrifugación autonómica sin proyecto nacional, agravada por un Gobierno nefasto que parece reo de gravísimos delitos: denegación de auxilio, el primero. Les dejo este resumen de tropelías de Fernando del Pino, mucho más experto.
No es la sociedad, que ha demostrado las mejores intenciones, es el fracaso de un Gobierno y de las administraciones a su mando, desde las fuerzas de seguridad a las armadas, a las que no han dejado trabajar
Es verdad que, si no soportáramos a Pedro Sánchez y su banda de saqueadores, que incluye -para pasmo del mundo- terroristas y separatistas que quieren destruir el Estado mismo (con gran eficacia), y comunistas cuquis empeñados en liquidar el capitalismo los ratos en que no se liquidan entre ellos, la respuesta habría sido más parecida a la de 1983, con la ventaja de que hoy tenemos muchos más medios humanos y materiales. O eso suponemos. Porque tener mucho, pero bajo control de corruptos y saqueadores, es como no tener nada.
No es la sociedad, que ha demostrado las mejores intenciones, es el fracaso de un Gobierno y de las administraciones a su mando, desde las fuerzas de seguridad a las armadas, a las que no han dejado trabajar, pasando por la Confederación Hidrográfica del Júcar, incapaz de informar, y también de las autonómicas, incapaces de reaccionar. Los prudentes por oficio nos piden que esperemos a que los comités convocados al respecto redacten tediosos informes que repartan culpas y propongan premios. Ya hemos visto para qué sirven en el olvidado desastre del tren siniestrado en Santiago de Compostela y en los abusos inconstitucionales con la excusa de la pandemia del Covid: para tapar responsabilidades concretas y disolver las causas y culpas en la ínfima bronca parlamentaria y mediática sin consecuencias a que nos tienen acostumbrados. La parte no puede ser el único juez.
Ni Nerón se atrevió a tanto
No es tiempo de pedir calma, sino de pensar soluciones tan radicales como el mal. Repasemos el gran desastre humanitario que ha sido el Gobierno. No contento con no ayudar ni dejar ayudar, aprovechó la catástrofe para aprobar impuestos al diésel, asaltar TVE y tapar el escandaloso registro del despacho del Fiscal General del Estado; ha retenido los medios públicos y se ha negado a declarar el grado de alarma necesario para movilizarlos; ha rechazado la ayuda de nuestros vecinos y la Unión Europea; ha envenenado el debate público con el bulo de la conspiración de ultraderecha en Paiporta, lanzada por el periodismo servil… Y no contento aún, Sánchez añadió el sarcasmo psicopático de “si necesitan ayuda, que la pidan”, y remata la burla exigiendo que le aprueben los Presupuestos Generales del Estado si queremos ayudar a Valencia. La reacción más firme ha sido mandar detener a un hombre sospechoso de agredir a la comitiva de Su Mismidad. Ni Nerón se atrevió a tanto tras el incendio de Roma.
Con Sánchez, el Estado se ha convertido en el Enemigo Número Uno de los españoles. De manera que la tarea es doble: se trata de librarse de él y su partido, pero también de cambiar las reglas y estructura de un Estado que ha demostrado ser muy útil para los propósitos parasitarios de políticos ineptos y sin escrúpulos, pero inútil para proteger a la ciudadanía en caso de catástrofe natural. Como la serpiente que se muerde la cola, la catástrofe política ha empeorado las consecuencias de la natural, y viceversa. No se puede sobrevivir con ese equipo en un mundo que avanza peligrosamente hacia la inestabilidad natural y la guerra.
Necesitamos una reforma constitucional
¿Qué hacer, entonces? Lo primero, reconocer el problema: no se trata solo de Sánchez, es el sistema autonómico, perfecto burladero de canallas. Lo segundo, una reflexión profunda y seria sobre los fallos del sistema, y un proyecto para resolverlos: sí, necesitamos una reforma constitucional.
Sí, ya sabemos que no hay sistema perfecto, que cada nueva solución trae nuevos problemas, como sabemos muy bien que el sistema autonómico ha creado en todas las esferas, de la empresa a la educación y la prensa, falsas élites que viven estupendamente a su costa, élites inmovilistas por privilegiadas. En tercer lugar, debemos abandonar el confuso debate nominalista: el problema no es si España debe ser federal, confederal o centralizada.
Burocracia paralizante e incapaz
Sobran duplicidades y triplicidades, sobran normas y protocolos, burocracia y clientelismo. La estructura constitucional de España debe ser clara y sencilla, flexible pero firme, eficiente y transparente. Cuando algo va mal, como la maldita dana, la respuesta debe ser automática, previsible, conocida, confiable. La comunicación debe ser veraz, inequívoca, rápida. En un desastre, todo el mundo debería saber qué hacer y qué puede esperar. La burocracia con obesidad mórbida, paralizante, incapaz de movilizar sus propios medios y de organizar a miles de voluntarios y ofrecimientos de ayuda, como hemos visto en Valencia, debe y puede cancelarse.
No es tan difícil: para empezar, basta con definir bien las competencias del Estado, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. Sus obligaciones y servicios para desempeñarlos, desde medios materiales y humanos a políticos y financieros. Debemos suprimir todas las administraciones y entidades inútiles en una dieta histórica de adelgazamiento, la IA puede sustituir con ventaja la burocracia paralizante y liberar talento humano para soluciones creativas. Debemos reescribir la Constitución, especialmente el aciago Título VIII, monumento a la ambigüedad y el chalaneo competencial. Debemos barrer la morralla legislativa de seis años de sanchismo, y también la anterior: necesitamos las leyes indispensables, claras y obligatorias.
Casi todo esto lo propuso UPyD hasta que decidieron echarnos como se echa al portador de malas noticias: que esta estructura de Estado no sirve. Las propuestas que hicimos son gratis, a disposición de quien quiera rescatarlas. Naturalmente, hay que mejorar muchas más cosas urgentes: división de poderes, servicios públicos esenciales, derechos garantizados. Pero nunca es tarde si hay voluntad de salir del pozo de fango en lugar de perder el tiempo en lamentos de impotencia y llamadas a la contrición de los inocentes. A menudo solo sirven para encubrir el miedo a cambiar o perder privilegios.
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