En la justificación oficial de las distintas medidas de confinamiento y restricción de la actividad económica es habitual escuchar una variante u otra del argumento: “Sin priorizar la salud no será posible salvar la economía. A la eliminación de los contagios y muertes por esta pandemia, por tanto, debemos subordinar cualquier interés económico porque sólo así se podrá vencer al virus y reactivar la economía”.
Este argumentario contiene lo que, siguiendo a Platón en La república, podríamos denominar mentiras medicinales, así como confusiones u omisiones que conviene esclarecer. Las mentiras o insinuaciones piadosas consisten en identificar el descenso e incluso la virtual desaparición de contagios y muertes con la victoria sobre la pandemia. Es evidente que cuanto más dure y más duro sea el confinamiento, más caerán los contagios y los fallecimientos por esta causa, pero el virus sólo se vencerá cuando se encuentren vacunas y remedios curativos suficientemente potentes. Lo que sí se puede conseguir con el confinamiento, y ese es en el fondo su verdadero y valioso objetivo, es ganar tiempo para aliviar la sobrecarga asistencial y disponer de los recursos de diagnóstico, paliativos y protectores necesarios para enfrentarse a la pandemia con menores dosis de confinamiento. Ganar tiempo, también, para llegar a los umbrales del verano cuando previsiblemente se debilitará sustancialmente el poder de infección del virus.
Los ciudadanos padecen o están expuestos a muchas otras enfermedades, una buena parte de las cuales tienen tasas de recuperación y letalidad peores que las de esta pandemia
La confusión consiste en identificar la defensa de la salud de los ciudadanos, una defensa que ciertamente ha de ser prioritaria para cualquier gobierno, con la defensa frente al coronavirus. Debería ser innecesario recordar que los ciudadanos padecen o están expuestos a muchas otras enfermedades, una buena parte de las cuales tienen tasas de recuperación y letalidad peores que las de esta pandemia, que se pueden estar agravando con el confinamiento.
La omisión del argumentario oficial para justificar la batería de medidas de confinamiento y cierre de actividades, a la que se alude en el título de este artículo, está en parte relacionada con esta confusión. Con el hundimiento de la economía también se hunde la salud. Si bien es innegable que paralizando la economía se reducen considerablemente los contagios y muertes por coronavirus no es menos cierto que con ello se deteriora la salud de los ciudadanos a corto y sobre todo a medio plazo por otras enfermedades acentuadas o incubadas por la depresión económica que provoca el confinamiento.
Hay evidencia contundente del impacto negativo de la gran recesión de 2008 sobre la salud de los ciudadanos, provocando un aumento sobre la tendencia de enfermedades y muertes por cáncer, causas cardiovasculares, hipertensión, obesidad, diabetes, depresión y caída del sistema inmunológico, así como un incremento de suicidios y adicciones al alcohol, tabaquismo y opiáceos (véase al respecto, por ejemplo, Failing Economy, Failing Health, Harvard Public Health Magazine, spring 2014 y Harvard Public Health Notes, 25 May 2016, hsph.harvard.edu).
Las consecuencias de esta crisis sobre la salud serán peores que las de la de 2008 porque la destrucción de empresas, empleo y patrimonios serán aún más graves
Las principales fuerzas desencadenantes de la acentuación de estas muertes y patologías son la pérdida del empleo de los trabajadores y la desesperanza de conseguirlo de nuevo, la merma brutal e incluso volatilización de los ahorros acumulados y la pérdida de los patrimonios de muchos empresarios y autónomos que los tenían hipotecados en sus empresas (algo de lo que desgraciadamente se habla poco y se piensa menos por quienes gritan que no van a dejar a nadie atrás). Las consecuencias de esta crisis sobre la salud serán peores que las de la de 2008, porque la destrucción de empresas, empleo y patrimonios serán más graves y porque a sus efectos habrá que añadir los específicamente inducidos por la mayor o menor duración del confinamiento que no existió en otras crisis.
A medio plazo, el confinamiento puede también afectar a la salud general si la intensidad de la caída del PIB y la naturaleza de las recetas económicas que se adopten debilitan el crecimiento tendencial de la economía y con ello menguan los recursos públicos disponibles para gastar en sanidad o en cualquier otra cosa. En todo caso, no podremos nunca alcanzar el % del PIB que los países más ricos de la Unión Europea dedican a gasto sanitario mientras nuestro PIB per cápita sea más de un 30% inferior al suyo.
En fin, debería ser obvio que los costes marginales del confinamiento para la salud pública pueden llegar en algún momento a superar ampliamente los beneficios adicionales que puedan aportar. Estas consideraciones se han de tener en cuenta en el diseño de la ruta de restablecimiento de la normalidad productiva, tanto por el Gobierno como por el comité científico en el que se apoya o se ampara para tomar sus decisiones. Los miembros de este comité deberían saber mejor que nadie que el confinamiento, al igual que sucede con el arsénico y tantas otras medicinas, en dosis adecuadas cura pero en dosis excesivas puede matar.
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