La bomba de final de año estaba preparada para ser detonada: Salvador Illa será el candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat. Los socialistas catalanes ganan un aspirante electoral, España pierde un ministro de Sanidad. En un momento inoportuno, eso es evidente. En plena tercera ola. Cuando queda tanto por hacer para derribar al coronavirus y sus catastróficos efectos. Todo es ajedrez en la factoría de Moncloa. Todo, cálculo electoral.
El mensaje que transmite esta maniobra es inquietante. Queda vacío el timón del ministerio de Sanidad salvo que, como parece, Illa no haya pintado nunca nada. Vino con su aspecto filosofal a un ministerio "tranquilo" y se encontró con un formidable marrón. ¿No es lógico pensar que, por el mero hecho de ser el hombre que estaba allí, aunque fuera a pesar suyo, sea el indicado para terminar el trabajo? ¿Es que hay algo más importante que sacar adelante este país de la crisis del coronavirus? ¿Valen más unos cuantos escaños en el Parlament que afrontar con toda las fuerzas este tiempo crucial de nuestra historia más reciente? Debe ser que sí.
"Vivimos gobernados por tipos que miran más al 14-F que a la imperiosa tarea sanitaria y social que el destino les ha deparado"
Ahora confirmamos lo que adelantó en octubre Gabriel Sanz en Vozpópuli. Salvador Illa, que apartó de sí mismo el cáliz de la candidatura hace 24 horas, no es imprescindible en Madrid. Pedro Sánchez e Iván Redondo lo consideran un alfil más necesario e importante en Cataluña. Vivimos gobernados por tipos que miran más al 14-F, al éxtasis electoral, que a la imperiosa tarea sanitaria y social que el destino les ha deparado.
No ha sido Illa un ministro descollante. No fue más que el burócrata que aparecía con aire contrito para advertir que "las cosas están muy mal" cuando miles de vidas se iban por el sumidero. Todo con el aire de severa corrección transicional, un mero escaparate para ocultar errores de bulto en la gestión. Sospechábamos que siempre tuvo un ojo mirando hacia las cruciales elecciones de su tierra, que no era más que una marioneta manejada en Madrid a la espera de su momento, que ya ha llegado. Mientras gestionaba la crisis, se dejaba masajear en medios de comunicación: entrevistas televisivas de carril para humanizar al ministro sufriente, al hombre fatigado que no veía a su familia mientras sumaba horas de sudor, lágrimas y moral de victoria. Puro márketing.
Tan necesaria ha sido la tarea desempeñada por Salvador Illa que a las primeras de cambio se vuelve a casa. En plena campaña de vacunación, en el inicio de la tercera ola, España no tiene un ministro de Sanidad plenamente implicado. Se espera el recambio. Que puede ser cualquiera, para cumplimentar cualquier cupo, como cupo catalán fue Illa. Por ahí puede emerger incluso el nombre del depuesto C. Puestos a proponer. ¿Por qué no vuelve a la efímera Carmen Montón? ¿Por qué no le damos todos los galones a Fernando Simón? ¿Por qué no buscar ocupación al diletante James Rhodes, que de Sanidad debe saber aproximadamente lo mismo que Illa? No es tiempo de bromas. Pero si en Moncloa no se toman en serio quién nos dirige ante la pandemia, permítanme que yo tampoco.
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