No hay frase que más se preste a ser mal interpretada que la de “el fin no justifica los medios”. Si algo nos indica qué medios escoger son precisamente los fines que se persiguen: ¿acaso alguien se dedica a estudiar física cuántica si lo que desea es ganar la media maratón de su pueblo? ¿Quién pasa por un noviazgo y posterior boda cuando en realidad desea permanecer soltero? El fin es lo que justifica y da sentido a los medios. Otra cosa es que determinados medios no deban ser considerados bajo ningún concepto, por más conveniente y elevado que sea el fin que se persigue. En nuestra historia reciente tenemos el ejemplo de los GAL: el terrorismo gubernamental nunca está justificado porque se pervierte la misma idea de estado y todo aquello que defiende y sostiene (al menos si hablamos del estado constitucional moderno, garante de derechos y libertades individuales y vertebrador de toda una serie de instituciones y mecanismos que hacen posibles los primeros).
Hay, sin embargo, situaciones en las que no queda claro a priori si determinados fines justifican como mal menor el emplear medios que en circunstancias normales descartaríamos de raíz. Un ejemplo representativo es el argumento pacifista, que todo europeo del siglo XXI suele apoyar debido a una mezcla de experiencia histórica y cosmovisión del mundo. De esta inclinación lógica a decantarse por la paz sabemos que no puede ser siempre y de forma ineludible la única opción a seguir. Esto es algo que se comprende a través del concepto de legítima defensa o evocando conflictos recientes de nuestra historia, ya sea el levantamiento del pueblo español contra la invasión Napoleónica o la declaración de guerra de Inglaterra y Francia a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) durante la II Guerra Mundial (declaración que, por cierto, se retrasó más de lo debido precisamente por querer obtener la paz a cualquier precio).
El pasado lunes Rusia celebró el Día de la victoria, algo que tuvo a todo Occidente en vilo, pendiente del discurso que ofrecería Putin por todas las implicaciones que de este tipo de proclamas se deducen implícita y explícitamente debido al conflicto bélico. No pude evitar acordarme de esta expresión de la que les vengo hablando, “el fin no justifica los medios”, pues la URSS comenzó la II Guerra Mundial estando de parte de las potencias del Eje, hasta el punto de que se repartió la recién invadida Polonia con Alemania. El resto de la historia ya la conocemos: Stalin acabó luchando junto con los aliados -extraños compañeros de juego- hasta que el fin de la guerra los recondujo como enemigos naturales, dando paso a la Guerra Fría. Ya saben, Realpolitik, ese término que se ha puesto tan de moda -desgraciadamente- de un tiempo a esta parte.
Llevo dos años y pico queriendo convencerme de que los votantes del PSOE manejan este concepto de la Realpolitik en sus cabezas, aunque sea de forma inconsciente: “Mejor gobernar con ERC y Bildu -gent de pau, gente de paz- a que llegue el facherío y España se convierta en un infierno en vida, donde todo sea llanto y crujir de dientes”. Quiero pensar que algo se me escapa, que mis prejuicios me vuelven incapaz de entender los buenos y razonables motivos que debe de haber para seguir apoyando a un presidente que miente abiertamente, que no parece conocer otra forma de gobernar que el decreto ley y que está dispuesto a hacer todo tipo de concesiones ignominiosas a quienes prestan su apoyo al Gobierno de la nación sin esconder que su único objetivo es disolver España. Y en estos intentos ingenuos míos por tratar de comprender al otro, lo único que saco en claro es una profunda admiración hacia nuestro presidente, que ha conseguido que toda la guerra ideológica que padecemos en España tenga un único fin que justifica toda clase de medios: el de salvar al soldado Sánchez.
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